Por toda la nave, el ritmo de actividad comenzó a desacelerarse. Las luces de los pasillos atenuaron su brillo y la mayoría de la tripulación se dirigió a sus camarotes, buscando el merecido descanso antes de que el nuevo "día" espacial comenzara. La inmensidad del cosmos seguía su curso indiferente, pero dentro del Odysseus, las vidas y los corazones de sus ocupantes se habían entrelazado de maneras nuevas e inesperadas.
Tras la jornada simulada, la quietud de la nave no aplacaba la agitación interna de Klaus y Anika. Ambos, cada uno en su camarote después de sus labores diarias, se encontraban sumidos en sus pensamientos, reviviendo el encuentro en la sección de observación y la chispa que había encendido un fuego inesperado. Era como si una conexión invisible los empujara, una decisión silenciosa germinando al mismo tiempo en sus mentes. Tenían que hablar.
Anika, con el corazón acelerado, formulaba sus palabras con cautela. Creía que lo más sensato era mantener lo sucedido en secreto, preservar la dinámica profesional a bordo del Odysseus. La misión era primordial, y las complicaciones personales no tenían cabida.
Klaus, por su parte, sentía una resolución diferente, un impulso audaz que lo llenaba de una emoción desconocida. Quería gritar a los cuatro vientos lo que sentía, declarar su amor por Anika y liberarse del peso de la ocultación. Pensaba en cómo anunciarían su relación a la tripulación, imaginando un futuro juntos más allá de las estrellas.
Impulsados por estas decisiones paralelas, ambos abandonaron sus camarotes y comenzaron a caminar, como si un hilo invisible los guiara. Los pasos de Klaus eran firmes, aunque su mente divagaba en sueños románticos. Anika, más pragmática, se movía con una mezcla de anticipación y nerviosismo.
Se toparon en un pasillo poco transitado, uno frente al otro. Sus miradas se cruzaron, y una media sonrisa apareció en el rostro de cada uno. La sorpresa de la coincidencia se mezcló con una risa nerviosa.
—Tengo algo importante que decirte —dijeron al unísono, sus voces rompiendo el silencio del corredor.
Una risa compartida los invadió. Miraron a su alrededor para asegurarse de que nadie los viera y se alejaron un poco, buscando la discreción. Anika, sin vacilar, extendió sus manos y tomó las de Klaus, entrelazando sus dedos con una dulzura inesperada.
El corazón de Klaus dio un vuelco. "Esta es mi señal", pensó, sintiendo que el universo conspiraba a su favor. Abrió la boca, a punto de pronunciar su declaración de amor, pero Anika habló primero.
—Klaus, creo que… debemos mantener esto en secreto —dijo Anika, su voz suave pero firme—. Seguir como si nada hubiera pasado frente a los demás.
Las palabras de Anika cayeron sobre Klaus como un jarro de agua fría. La sonrisa se congeló en sus labios. El aire se le escapó de los pulmones. Guardó silencio, el plan de su corazón desmoronándose. Con un asentimiento lento y un nudo apretado en la garganta, Anika notó su desilusión.
—¿Está bien, Capitán? —preguntó Anika, preocupada al ver su expresión.
El uso del título "Capitán" en lugar del familiar "Klaus" fue una daga en el corazón de él, un recordatorio brutal de la barrera que Anika deseaba mantener. Con una tristeza apenas disimulada, Klaus soltó lentamente sus manos, su mirada fija en algún punto más allá de Anika.
—Sí… sí, yo… yo pensaba lo mismo —dijo, su voz tensa y forzada. Forzó una sonrisa, una mueca vacía que no alcanzó sus ojos—. No me pasa nada. Bueno, debo retirarme a descansar.
Se dio la vuelta, el peso de la decisión de Anika cayendo sobre él como una losa. Anika lo observó irse, una extraña sensación de confusión y arrepentimiento instalándose en su pecho. ¿Había tomado la decisión correcta?
—Klaus —lo llamó Anika, justo cuando él estaba de espaldas, a punto de desaparecer por el pasillo—. Yo no quiero que esto...
Anika quería decir: "Yo no quiero que esto termine". Pero se detuvo, la precaución y el eco de su propia decisión resonando en su mente. Klaus, sin detenerse, caminó unos pasos más, y luego se detuvo, mirando hacia atrás, como si esperara que ella terminara la frase.
Justo en ese momento, una voz jovial interrumpió la tenue atmósfera. —¡Capitán! —Era Kenji Tanaka, apareciendo a la vuelta del pasillo—. Tenemos una mini ronda de cartas con los hombres de la nave, ¿te sumas?
Klaus, con una lágrima apenas perceptible brillando en el rabillo del ojo, miró de reojo a Anika. La frase que ella no pudo terminar, "yo no quiero que esto...", resonó en su mente, y él la interpretó como "yo no quiero que esto te afecte". Ese pensamiento fue como una puñalada final, un golpe devastador para sus esperanzas. Su rostro, aunque intentaba disimularlo, reflejaba una profunda herida. Sin mucho ánimo, asintió a Kenji y se retiró con él, dejando a Anika sola en el pasillo, con el eco de las palabras no dichas resonando entre ellos.
Día 366:
El imponente Odysseus se desplazaba a través del vacío estelar, una fortaleza de metal y tecnología suspendida en la inmensidad. Su estructura no era aleatoria; cada nivel y módulo estaba diseñado con una precisión milimétrica para albergar la vida y las funciones de su tripulación, una sinfonía de ingeniería que permitía la supervivencia en lo desconocido.
En el Nivel Superior, coronando la nave como su cerebro pensante, se extendía el Puente de Mando Principal. Allí, ante las vastas pantallas que proyectaban el cosmos y los datos vitales, se encontraba el Capitán Klaus Auren, su figura imponente dominando la estación central, desde donde dirigía cada aspecto de la misión. A su lado, en una consola adyacente, la Subcapitana Anika Vonn monitoreaba las operaciones, su eficiencia siendo el complemento perfecto para el mando del Capitán. Greta Weiss, la Auxiliar de Navegación, operaba desde su puesto en el Puente, realizando cálculos de ruta bajo la supervisión de Tamar Eswein, la Piloto principal, quien con una concentración inquebrantable ejecutaba las maniobras. A su lado, Jonas Krüger, el Copiloto, le asistía en las tareas de vuelo. Más allá, en las consolas de sistemas, Naomi Richter, la Encargada de Sistemas, vigilaba los signos vitales del Odysseus, mientras Kenji Tanaka, su Técnico, la apoyaba con reflejos inusitados. Cerca de ellos, Aida Lovell, la Encargada de Comunicaciones, mantenía el oído en las frecuencias del universo, secundada por Ciro Mannheim, el bromista Técnico de Comunicaciones. Justo al lado del Puente, un pasillo corto conducía a la Sección de Observación, un salón acristalado donde la tripulación podía relajarse o contemplar la infinidad, un lugar que a menudo veían transitar a Anika y Klaus en momentos de distensión, o a Elif, quien parecía tener una especial afición por sus ventanales.