02:02 horas.
Anika se sentó frente a su consola en el módulo de comunicaciones. El suave murmullo de los sistemas era un sonido familiar y reconfortante. Revisaba los últimos informes de las sondas de largo alcance, asegurándose de que no hubiera anomalías en las transmisiones. Sus dedos se movían con precisión sobre el teclado, pero su mente aún repasaba las palabras de Klaus. La calidez de su sinceridad había disipado la sombra de duda que la había asaltado.
02:08 horas.
La puerta del módulo se deslizó al abrirse y Ciro Mannheim entró con su habitual sonrisa despreocupada, sosteniendo una taza de lo que parecía ser un café espacial extra fuerte.
—¿Todo tranquilo por aquí, subcapitana? ¿Algún mensaje secreto de civilizaciones alienígenas aburridas?
—Solo el silencio habitual, Ciro —respondió Anika con una leve sonrisa—. Asegúrate de que los protocolos de cierre de transmisión estén listos para la criostasis. No quiero que nada se quede emitiendo señales al vacío.
—A la orden, mi capitana de las ondas. No dejaremos ni un eco suelto.
Anika asintió y volvió a su pantalla. Ciro se acercó a su propia consola, absorto en la revisión de los buffers de salida de los transmisores, su tarareo una melodía apenas audible en el murmullo de los sistemas.
En otra parte de la nave, a esa misma hora (02:18), Diana Meyer se encontraba en el módulo de investigación. La luz azulada de la terminal iluminaba su rostro concentrado mientras analizaba las complejas simulaciones atmosféricas de Velaris. Los datos y gráficos desplegados a su alrededor mostraban patrones que solo una mente experta en biohabitabilidad podía interpretar. Una calma serena emanaba de su figura, un contraste con la palpable tensión que recorría otros sectores del Odysseus.
Poco después (02:25), la atención se centra en el módulo de energía. Noa Varela, junto a Malek Droz, examinaba los paneles de control. La joven técnica se movía con una eficiencia silenciosa, sus ojos recorriendo los indicadores con una meticulosidad intuitiva. Un gráfico en particular capturó su atención, mostrando un ligero pico de consumo energético con un patrón irregular.
—¿Ves esto, Malek? Es mínimo, pero no me gusta.
Malek se acercó, su mirada curtida analizando los datos.
—Es dentro de los márgenes aceptables, Noa. Fluctuaciones menores son normales.
—Lo sé —respondió Noa, su voz suave pero firme—. Pero el patrón es irregular. Quiero revisar el nodo siete de distribución.
Con una determinación silenciosa, Noa se dirigió hacia la sección apartada del módulo donde se encontraba el nodo siete. Su andar ligero reflejaba una mente aguda, capaz de percibir anomalías que escapaban a los análisis superficiales. Al llegar al panel de acceso, su mano se extendió, lista para desentrañar el misterio de esa sutil irregularidad energética.
02:28 horas.
Noa deslizó los dedos por la superficie fría del panel del nodo siete. Sus ojos recorrían las luces parpadeantes y los pequeños indicadores con una intensidad casi palpable. No se guiaba solo por los datos numéricos que aparecían en la pequeña pantalla adyacente, sino por una sensación, una ligera disonancia en el pulso energético de la nave que solo ella parecía percibir.
Abrió el panel con un suave clic, revelando un entramado de cables y conexiones intrincadas. Inclinó la cabeza, escuchando el leve zumbido que emanaba del interior. Algo no sonaba del todo bien. Era un matiz sutil, una vibración ligeramente diferente a la habitual.
Sacó una pequeña herramienta de diagnóstico de su cinturón y la conectó a uno de los puertos. La pantalla del dispositivo cobró vida, mostrando un flujo de datos en tiempo real. Sus cejas se fruncieron ligeramente. Había una pequeña fuga, casi insignificante, pero persistente. No afectaba la operatividad general, pero era una anomalía que no debería estar ahí.
02:35 horas.
Mientras Noa trabajaba en el nodo, ajustando conexiones y tomando lecturas con precisión metódica, su mente divagaba ligeramente. Pensaba en la inmensidad del espacio que los rodeaba, en la oscuridad profunda salpicada de estrellas lejanas. Imaginaba el planeta Velaris, el destino que los esperaba, un mundo desconocido lleno de promesas y peligros.
Una punzada de melancolía la invadió brevemente. Echaba de menos la Tierra, un planeta que solo conocía por los relatos y las imágenes. Nunca había caminado bajo su sol ni respirado su aire. Su hogar era esta nave, su familia, esta tripulación. Y la idea de entregarse al sueño criogénico, de suspender su existencia durante un tiempo incierto, generaba en ella una mezcla de expectación y un ligero temor a lo desconocido.
Sin embargo, esa melancolía se desvaneció rápidamente, reemplazada por la concentración en la tarea que tenía entre manos. La fuga de energía, por pequeña que fuera, era un enigma que necesitaba resolver. Era su responsabilidad, su forma de asegurar el bienestar de la nave y de todos a bordo.
02:42 horas.
Finalmente, después de varios ajustes y pruebas, la pequeña fuga de energía cesó. Los indicadores volvieron a la normalidad, y el zumbido sutil desapareció. Noa suspiró aliviada. Era un detalle menor, pero la tranquilidad de saber que todo estaba en perfecto orden valía la pena el esfuerzo.
Guardó su herramienta y cerró el panel del nodo. Una sensación de satisfacción tranquila la invadió. Su intuición no la había engañado.
Mientras se disponía a regresar al panel de control principal, una sombra se proyectó en el umbral del pasillo.
—¿Encontraste algo? —preguntó la voz grave de Malek.
Noa asintió.
—Una pequeña fuga en el nodo siete. Ya la corregí.
Malek asintió con una expresión de respeto en sus ojos curtidos.
—Sabía que lo notarías. Tienes un don para estas cosas, Noa.
Noa le devolvió una pequeña sonrisa.
—Solo presto atención.
02:48 horas.
Ambos regresaron al panel de control principal. La calma reinaba en el módulo de energía, el suave murmullo de los convertidores un sonido constante y seguro.