Klaus forzó la compuerta del puente. El aire, si cabía, era aún más denso y opresivo que en el módulo de criostasis, cargado con el inconfundible olor a ozono quemado y metal recalentado. El panel de control principal, una vez un despliegue vibrante de luces y lecturas holográficas, ahora era un mosaico sombrío de indicadores rojos parpadeantes y pantallas muertas. Los hologramas de navegación se negaban a activarse por completo, proyectando solo fragmentos borrosos de estrellas distorsionadas. El puente, el corazón del Odysseus, latía con un pulso débil y moribundo. Las enormes ventanales, que antes ofrecían una vista majestuosa del cosmos, estaban selladas por cortinas metálicas blindadas, automáticamente desplegadas para proteger la nave de impactos, negándole cualquier visión del infierno exterior. Klaus no quería mirar; no podía mirar.
Con una determinación nacida de la pura desesperación, el capitán se lanzó a la consola principal. Sus dedos, aún rígidos y algo entumecidos por un siglo y medio de inmovilidad, volaron por el teclado, intentando acceder a los diagnósticos más profundos del Odysseus. Cada comando era una lucha contra la lentitud frustrante de los sistemas y la respuesta errática de la nave. Los reportes que se cargaban eran, uno tras otro, una confirmación devastadora de la catástrofe.
El Odysseus no solo estaba varado; estaba gravemente herido. El módulo de propulsión reportaba una sobrecarga crítica en las bobinas de curvatura del motor estelar, lo que explicaba la pérdida abrupta de rumbo y la incapacidad para mantener la velocidad luz. Extrañamente, y a pesar de la falla en la navegación, la nave aún avanzaba, a un paso lento pero incesante, sin detenerse por completo. La integridad del casco mostraba múltiples microfracturas en las secciones de popa y al menos una sección de la cubierta exterior completamente comprometida en estribor, resultado de los impactos constantes y severos con escombros. Los sistemas de comunicación estaban en completo silencio, incapaces de enviar o recibir balizas a cualquier distancia significativa, sumiendo a la nave en un aislamiento absoluto. Pero lo peor de todo era el soporte vital y la energía. Ambos estaban en niveles mínimos críticos, apenas manteniendo las funciones primarias de la nave y, lo que era más alarmante, el precario estado de animación suspendida de la tripulación. El porcentaje de eficiencia energética se desplomaba, y el nivel de oxígeno en la atmósfera de la nave caía lentamente con cada minuto que pasaba.
La buena noticia, si podía haber alguna en ese infierno solitario, era que gran parte de los daños tenían solución, al menos en teoría. Los diagnósticos indicaban que no eran fallas fatales de diseño o daños estructurales irreparables. Era una cuestión de tiempo, de herramientas, de repuestos y, sobre todo, de un suministro de energía estable que Klaus no tenía. Sin embargo, el capitán sabía que la sección de soporte vital era la más compleja, la más delicada y la que menos margen de error permitía. No podría arreglarla tan rápido como otras secciones críticas de la nave, como la integridad del casco o la comunicación.
Mientras Klaus se sumergía en los diagramas de sistemas, su mirada se detuvo en un protocolo de criostasis que parpadeaba en un rincón de la pantalla. Un detalle escalofriante emergió de las profundidades del código. La nave había sido diseñada para iniciar automáticamente el proceso de despertar de toda la tripulación una vez alcanzados los 150 años efectivos de viaje, un margen de seguridad calculado para asegurar que estuvieran conscientes en el momento del aterrizaje. Las cápsulas estaban programadas para salir de su letargo automáticamente al completar ese ciclo, sin importar el estado de la nave si el sistema primario de destino era "Velaris".
Con la lectura de la bitácora de Anika grabada a fuego en su mente, Klaus hizo un cálculo rápido y se le heló la sangre. El contador de la misión indicaba 149 años, 12 meses, 364 días y unas pocas horas. Eso significaba que le quedaban menos de 24 horas exactas antes de que las cápsulas comenzaran el proceso de despertar masivo.
La implicación fue devastadora: si alguien se despertaba con los sistemas de soporte vital y energía en ese estado crítico, el consumo repentino y masivo de recursos activaría el protocolo de fallo en cascada. El ya precario suministro de energía se agotaría por completo, y todos morirían. Ciento cincuenta años de viaje, un milagro de supervivencia humana, un arca de esperanza, acabarían en un holocausto silencioso en el frío y solitario vacío. La prioridad era clara. Absolutamente clara. El destino de todos, la misión, la humanidad, el legado de la Tierra, dependía ahora de una desesperada carrera contra el reloj. Tenía que bloquear ese despertar. No había otra opción.
Con esta nueva y abrumadora urgencia latiéndole en las sienes, Klaus se dirigió con dificultad hacia el módulo de soporte vital, el aire rancio y escaso convirtiendo cada paso en una tortura. Su mente, aún nublada por los efectos residuales de la criostasis y la creciente falta de oxígeno, luchaba por concentrarse, sintiendo un zumbido constante en los oídos. Al llegar al módulo, la imagen fue desoladora. Los paneles parpadeaban erráticamente, los conductos de aire y líquidos mostraban rupturas evidentes por sobrepresión o impacto, algunos incluso con fugas lentas. Rápidamente, se dio cuenta de un problema fundamental: el módulo de soporte vital dependía directamente del flujo de energía del módulo de energía principal. No podía arreglar el soporte vital sin antes estabilizar la fuente de alimentación, una tarea que, por sí sola, requería de la experiencia de al menos tres ingenieros.
Una ola de desesperación lo invadió. Su cabeza palpitaba con un ritmo doloroso, las estrellas danzaban en su visión periférica. Veinticuatro horas. La falta de oxígeno le nublaba el juicio, hacía que cada pensamiento fuera borroso, cada decisión una agonía. No. No podría arreglar la energía principal y luego el soporte vital en tan poco tiempo, no en su estado actual, no solo. Era una condena. Sentía el frío abrazo del fracaso.