Fausto.

Louvre (II)

Esquivo a cada persona que encuentro a mi paso. Tengo en mente las obras que sí o sí debo contemplar hoy por última vez, no son muchas, tan solo son diez y se perfectamente donde se encuentra cada una de ellas, pero sin embargo me veo obligado a detenerme cada pocos pasos pues la aparición de una nueva obra requiriendo ser contemplada me impide continuar o sino son los turistas quienes aglomerados embotan los pasillos cortando mi paso. Aunque en realidad no me importa ni me resulta molesto. No tengo prisa, tengo toda la tarde disponible para vagar por el Louvre. Me recreo hasta en los más recónditos detalles del museo cuyo interior supera ampliamente la belleza de la fachada. Me resulta increíble como hasta en la esquina más recóndita, como hasta en el rincón más oscuro del museo existe una figura, una forma, una filigrana que la decora y reviste de gracia.

En mi camino me topo con obras de todos los periodos, egipcias, griegas, macedonias, helenísticas, del renacimiento... Un torrente de belleza que arroya mis retinas. Cada segundo que paso dentro del Louvre es inspirador, mil ideas se me ocurren para mis torpes textos. Este lugar es mágico, camino a través de sus pasillos completamente absorto por la imágenes que me brinda. Quisiese vivir rodeado de arte por el resto de mi vida.

De un momento por fin me encuentro ante la presencia de una de esas magníficas obras las cuales tenía que ver. La Libertad Guiando al Pueblo, sin duda uno de los mejores cuadros de Eugene Delacroix. He llegado a él casi sin darme cuenta. Quedo impactado ante la violenta belleza de tan impactante imagen. De una forma u otra siempre me he sentido muy ligado con los valores de revolución y libertar propuestos por este cuadro, lo cual a su vez me hace sentir ligado con el pueblo francés. Analizo con mi torpe mirada la cual constantemente tropieza la figura de la libertad. En su mano izquierda sostiene un fusil, está preparada para la lucha, en la derecha alza al viento la ondeante bandera de la república francesa. Contemplo los pliegues sensuales de sus ropas, su pelo tocado con un gorro frigio, su expresión y su mirada. Es una mujer hermosa, no puedo evitar caer en la vulgaridad y fijarme su pecho desnudo como tampoco puedo evitar fijarme en la figura caída y moribunda que a sus pies la mira como gritándole, tanto a la propia Libertad como al espectador del cuadro, que mereció la pena morir por ella, la Libertad quien es una mujer de belleza sin igual, su representación consigue cautivar la mirada de quien se topa con ella. Tras ella el pueblo francés armado en pos de una causa justa. Se trata de una turba violenta que arrasa con todo, no dudarán en disparar, apalear o apuñalar a todo aquel quien se les oponga. El cuadro habla y te ofrece dos opciones, o te unes a la masa revolucionaria o eres arrollado por ella, tu eliges. Por supuesto mi elección es clara. Tuvo que haber sido precioso luchar por la libertad. Sin lugar a dudas Delacroix ha logrado su cometido con esta excelsa pintura. Quisiera poder contemplarla por siempre, pero he de continuar.

Doy unos cuantos pasos más, no muchos, y mi vista choca con otro genial cuadro cuya última contemplación antes de abandonar París también me es obligatoria. La Apoteosis de Homero por Jean-Auguste-Dominique. No recordaba que estos dos cuadros se encontrasen tan próximos, y muchos menos esperaba que se encontrasen en la misma galería. Tal vez los hayan movido, tal vez siempre se encontraron en este lugar. En cualquier caso, resulta una afortunada sorpresa la cual inunda de ánimo mi corazón.

Me detengo frente al cuadro para poder contemplarlo en todo su esplendor. En él aparecen representadas casi cincuenta personas. Todas estas figuras son merecedoras de alabanza, tanto por su inteligente representación pictórica como por su obra en vida. Pero por su puesto de entre todas estas figuras surge una que se eleva sobre ellas y cuya contemplación me atrapa. Por supuesto no es otra que la imagen de Homero, el poeta ciego. Me recreo en la contemplación de su figura. Se encuentra sentada sobre un trono el cual a su misma vez se encuentra elevado sobre un basamento de mármol. A su espalda un templo clásico perteneciente al orden jónico dedicado a su figura. A su alrededor se encuentran numerosos artistas, los mejores poetas, pintores y escultores de todos los tiempos rindiéndole homenaje, rindiéndole culto ensalzándolo como a un dios. Homero por encima de todos esos grandes nombres, vestido con una túnica y con el pecho descubierto, esta siendo coronado por una victoria alada con una laureola. El juicio es claro, él es el mejor de los poetas. Sostiene en su mano izquierda una lanza, en su mano derecha los pergaminos que guardan sus poemas. La actitud hierática del aedo me fascina, pero al mismo tiempo me siento algo en desacuerdo con ella. Cualquiera de nosotros, mediocres seres humanos, al encontrarse en la posición de Homero adoptaría esa expresión altanera, de superioridad, una actitud como de que nada puede tocarle ni alcanzarles, pero estamos hablando de Homero, y creo que él se mostraría mucho más humilde y cercano. Por supuesto esto es tan solo una opinión propia, un intento de encontrarle algún fallo a la que sin duda es la mejor representación pictórica del poeta ciego y aunque tal vez la expresión de su rostro no concuerde con imagen mental que yo poseo de Homero sin duda esta resulta perfecta para el conjunto del cuadro. Miro directamente a los ojos de la representación pictórica de Homero. El poeta es ciego, pero siento como este me devuelve una mirada que clava en mis retinas. Me estremezco. Aparto de él mi mirada. Contemplo brevemente las demás figuras que conforman la composición del cuadro. Las personificaciones alegóricas de la Iliada y la Odisea me son imposibles de describir. Rápidamente giro sobre mi mismo y abandono el cuadro huyendo de la mirada del poeta la cual siento que me persgue.

En el acto, al revolverme sobre mi mismo, me topo con otro gran cuadro el cual se encontraba a mis espaldas. No se trata de otro sino La balsa de la Medusa, por Theodore Gericault. Se trata, como no puede ser de otro modo, de otro de esos cuadros que poseo en mi lista de indispensables. Sin embargo, su presencia, más que alegrarme, me inquieta, no solo por el componente tétrico del cuadro sino por encontrarse en la misma galería que La Libertad Guiando al Pueblo y La Apoteosis de Homero.



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En el texto hay: paris, tratos con demonios, louvre

Editado: 08.05.2020

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