Llego al final de la galería. Miro hacia atrás y me siento un poco triste pues mi travesía a través de ella ha terminado, pero a la vez me siento satisfecho. Este es el lugar más bello sobre la tierra. Desde la lejanía echo un último vistazo a todas esas obras de arte que enamoraron mi corazón latente con su belleza la cual me sobrepasa. Sintiendo una enorme felicidad la cual temo me abandone pronto, abandono de una vez por todas la galería cruzando el umbral entre dos arcos.
Llego a una intersección. Una amplia sala cuadrada construida en mármol y oro, los materiales más puros sobre la tierra. En sus cuatro paredes hay un hueco, un arco que da lugar a una nueva galería de extensión infinita. Cuatro galerías, una de ellas por la cual he entrado y otras tres que todavía me son desconocidas. La entrada a cada una de estas galerías es un hueco en el mármol blanco de la pared decorado con retorcidas columnas salomónicas y en cuyo travesaño hay tallado una alegoría a los dioses griegos del viento: Bóreas para la galería norte, Notos para la galería sur, Céfiro para la galería oeste y Euros para la galería este por la cual yo he entrado. El techo era una gran bóveda decorada por un fresco el cual representaba escenas celestiales en las que los ángeles y los santos parecen asomarse por entre las nubes para ver que lo que aquí abajo está pasando. El suelo intrincados patrones geométricos de oro y mármol rosado. Es maravilloso como los materiales se retuercen, se entrelazan y se funden. En cada esquina de la sala, colocada sobre su propio pedestal, hay una escultura de mármol con forma de gárgolas, estas son esculturas grotescas, representación de bestias deformes, son todo alas de murciélago y colmillos, pezuñas, garras y cuernos, dientes afilados, ojos de serpiente y escamas. Lo grotesco de su figura las hacer hermosas, pero sin lugar a dudas, la más bella de todas las esculturas se alza en el centro de esta intersección que con tanto cariño ha sido diseñada por un arquitecto cuyo nombre me es desconocido. Se trata de una escultura broncínea de un ángel el cual ha sido desterrado del cielo. Su colocación justo en el centro de la sala hace parecer que todos los elementos de la intersección graviten en torno a ella. El ángel no esta cayendo de los cielos, el ya se encuentra abajo, en el suelo. Su mirada no se alza furiosa hacia las nubes, no hay en su rostro atisbo de odio, de rabia o de impotencia. El ángel reposa tranquilo, sentado sobre el tocón de un árbol con la mirada baja. Sus codos reposan sobre sus rodillas y con ambas manos entrelazadas sostiene su frente. A penas puede vérsele el rostro, pues queda oculto tras una siniestra sombra. El ángel está maquinando algo. No puedo evitar preguntarme que será aquello en lo que está pensando. Las alas magníficas del ángel brotan espléndidas, quebradas, desde su espalda. Serpientes de bronce recorren la base de la escultora, se elevan por el pedestal que la sostiene tratando de tocar al ángel. La composición es de lo más equilibrada, algo brusca y muy bruta, hay algo de violento en ella, sin embargo, esta crítica es tan solo un intento burdo de encontrar un fallo a la escultura, pues la composición termina por resultar muy potente y expresiva, le sienta bien la violencia que desprende. El podio de mármol sobre el cual se eleva es también excepcional, siendo decorado por serpientes, moscas gusanos y esqueletos de bronce, todos ellos danzando en un vórtice macabro.
Se trata de una obra sin igual. ¿Cómo puede ser que hasta ahora me fuese desconocida? Los destellos que del bronce se desprenden siempre que un haz de luz le toca crean en la estatua un juego de luces y sombras el cual yo nunca antes había visto. Cuando por fin logro superar la estupefacción inicial, recorro la estatua de arriba abajo, doy vueltas entorno a ella fijándome en sus más pequeños detalles. Trato de encontrar tallado en algún lugar de ella el nombre del autor quien la ha esculpido, pero no lo encuentro por ninguna parte y desisto. Quedo de nuevo estupefacto ante la contemplación de tan sublime obra de arte. En su conjunto, la escultura del ángel puede llegar superar con facilidad los tres metros de altura. Es imponente, ante su sombra yo me siento diminuto y frágil. Siempre que contemplo una obra cierto desasosiego invade mi alma, como si fuera consciente de mi incapacidad para elaborar una pieza artística de semejante calibre, pero con esta escultura el desasosiego se convierte en incredulidad, incredulidad que en mi genera verdadero dolor. Da igual que tan bien la describa, para ser conocedor de la belleza de tal escultura uno debe tenerla ante sus propios ojos.
La escultura mantiene mi mirada presa, tardo largos minutos hasta que consigo apartarme de ella. Me debato ahora entre las otras tres galerías. Nunca antes había recorrido esta parte de el Louvre, me siento tentado por ella y todas esas galerías parecen igualmente bellas. Todas igualmente infinitas. Siento que una vez me adentre en una de ellas ya jamás podré regresar atrás. Desde la intersección puedo ver las obras de arte que en ellas se encuentran, obras de arte las cuales nunca antes había visto, obras de arte cuya existencia me era desconocida y, cuya existencia se me hacía imposible. Desde la lejanía puedo apreciar la gran calidad de todas ellas, todas ellas ejecutas de manera impecable. Sería injusto rechazar una en favor de otra. Rechazar dos en favor de una es ya una aberración. Recorro inquieto la intersección, camino en círculos en torno a la escultura del ángel caído. Cada una de las galerías me grita, me suplica y me incita a que me adentre en ella y la recorra. Yo quiero recorrerlas todas. Las obras se suceden dentro de ellas sin interrupción. Es este un lugar tan bello... Me repito constantemente en mi cabeza en un pensamiento que me consume, el lugar más bello del Louvre, el lugar más bello sobre la tierra. Aquí se encuentran las más bellas esculturas, las más bellas pinturas de todos los tiempos, el mármol de mayor belleza, el oro mas bello, todo está tan, pero tan lleno de belleza... Repito tanto en mi cabeza la palabra belleza que esta ya comienza a perder su significado. ¿Qué es belleza? Ahora todo gira a mi alrededor, la intersección, las galerías, las esculturas, los cuadros... En el centro de todo este vórtice confuso puedo ver al ángel caído inmóvil. Mi corazón late a toda velocidad. Comienzo a hiperventilar. Arrojo mi mirada desesperada hacia una de esas tres galerías por entre las que me debato tratando de mantener la compostura, pero caigo. Todo se vuelve muy confuso, los colores y las formas se funden y se multiplican en el vórtice y nada tiene sentido. Me precipito, siento que me desvanezco, me deshago en la nada, siento que si toco el suelo todo acabará, moriré aquí solo. Mi cuerpo no responde y siento cercano el impacto contra el mármol del suelo. Entonces algo me frena, son unos brazos ardientes.