Para cuando recobro la consciencia estoy en mitad de una de las tantas intersecciones de galerías que hay en el Louvre. Estoy tirado en el suelo. Una docena de turistas me rodean preocupados. Algunos me abanican con folletos, otros llaman a un equipo médico o se limitan a mirarme con preocupación mientras yo estoy allí tirado. Al parecer uno de ellos me ha tendido en el suelo con la cabeza apoyada sobre una mochila llena de incómodos bultos. Los turistas que me rodean se percatan de que he abierto los ojos y comienzan a realizarme preguntas en dos o tres idiomas diferentes. Como si todo hubiese sido un sueño me levanto del suelo rápidamente. Estoy algo agitado y los turistas se sorprende de mi repentino despertar. El dedo gordo de mi mano derecha me escuece. Tengo una herida horrible en él, un pequeño gajo de carne ha sido arrancado. Todos me miran sin poder comprender lo que había ocurrido. Yo tampoco logro comprenderlo. Miro a través de una de las ventanas y puedo ver como ya es de noche. Queda en mi boca todavía cierto regustillo a sangre. Uno de los turistas se me acerca, en un torpe inglés me indica que he caído inconsciente de manera repentina, me pregunta si estoy bien y me dicen que han llamado a un equipo médico por si hubiese sido necesario. Ignoro por completo sus palabras y sin decir nada salgo de allí lo más rápido que puedo.
Tras a travesar pasillos, escaleras, galerías, e intersecciones por fin salgo del Louvre. No debe hacer mucho que ha anochecido, pero el cielo está completamente negro. No hay ni una sola estrella en el firmamento, tan solo una luna pálida y hueca, resquebrajada y oculta tras un nubarrón negro, putrefacto y espeso. Me entristece un poco haberme perdido la puesta de sol, en París cada atardecer es hermoso. Pero no importa. Mi visita al museo ha sido magnífica. Me siento rebosante de inspiración, necesito escribir, escribir, escribir. He de regresar rápidamente a mi hotel. Creo que hoy no voy a poder dormir, no sé si nunca podré volver a dormir. Rebusco entre mis bolsillos y encuentro un bolígrafo cuya tinta espero no se acabe nunca, compraré una libretita en la primera tienda de souvenirs que me encuentre, de seguro será una libretita pequeña de escasas páginas con una imagen de la Torre Eiffel en la portada. También estoy seguro de que su precio será desorbitado, aunque no importa tener que pagar un alto precio, ni si quiera me importa no encontrar ningún lugar en el que poder comprar una libreta o un cuaderno, si hiciese falta escribiría en las paredes, así que no importa. Me siento profundamente inspirado y la noche es preciosa.