Los recuerdos de Jazmín volvieron gradualmente; sintió sus miembros contra los cojines de seda, los pesados puños de oro sobre sus muñecas como pesas de plomo. Sus párpados subían y bajaban con lentitud. Los sonidos que oía eran murmullos de voces. Su primer instinto le gritaba: «levántate».
Se recompuso, irguiéndose sobre sus pies.
«¿Qué está pasando?».
Sus pensamientos confusos no llegaban a ninguna conclusión. Su mente siempre había sido dura y decidida. Pero no podía recordar nada posterior a su captura, aunque sabía que había pasado un tiempo desde entonces hasta ahora. Había sido drogada. Buscó entre ese recuerdo. Lo encontró.
Había tratado de escapar.
Después de haber sido presentada en el Salón Rojo fue llevada al interior de un carromato bajo fuerte vigilancia, a una casa en las afueras de la ciudad.
Había sido sacada del carromato tiempo después y llevada a un gran patio cerrado y.… recordó campanas. El patio se llenó de repente por el fuerte sonido de las campanas, una multitud de cacofonías desde los lugares más altos de la ciudad, transportadas por el aire cálido de la tarde.
Campanas al atardecer, anunciando la marcha del rey hacia la guerra
«Viva el rey Alexander»
Ante el sonido de las campanas, la desesperación por escapar había anulado cualquier necesidad de precaución o disimulo. La partida de los caballos le brindó la oportunidad.
Pero fue rodeada por soldados en el patio cerrado. La manipulación no fue dedicada. La arrojaron a una celda en el interior de la casa, después de lo cual, la drogaron. Desde entonces los días habían pasado uno tras otro.
Del resto recordó solo fragmentos, incluyendo su estómago hundido por el hambre, una bofetada y el olor a incienso era abundante.
Su cabeza se estaba despejando. Se despejaba por primera vez en... ¿Cuánto tiempo?
¿Cuánto tiempo después de su captura? ¿Cuánto tiempo hacía que las campanas habían sonado? Una oleada de fuerza de voluntad hizo que Jazmín alzara sus rodillas hasta ponerse en pie. Debía salir y descubrir lo que estaba pasando en verdad. Si había algo que sabía con seguridad es que su padre no había hecho esto. La venganza no la llevaría a ningún lado.
Dio un paso.
Una cadena tintineó. El suelo de baldosas se deslizó bajo sus pies y su visión fue un borrón.
Buscó soporte y se apoyó contra la pared. Por pura fuerza de voluntad no se deslizó hacia abajo, mientras obligaba a los mareos a retroceder. ¿Dónde estaba? Obligó a su confusa mente a observarse a sí misma y su entorno.
Iba vestida con las breves prendas de una esclava. Supuso eso que no había sido manipulada de ninguna forma. Aún llevaba los puños de oro en la muñeca y tocándose su cuello sintió un collar. Su cuello estaba sujeto a una cadena con un candado.
La desesperación inundaba sobre su piel que olía ligeramente a rosas.
En cuanto a la habitación, donde quiera que mirara, sus ojos eran abrumados con ornamentación. Las paredes estaban llenas de decoración. Las puertas de madera eran delicadas como mamparas y eran detalladas. A través de ellas se podía divisar el otro lado.
Las ventanas también se destacaban, decoradas con cortinas y diversos detalles con lo que parecía ser oro. Incluso las baldosas estaban dispuestas en un patrón geométrico.
Todo daba la impresión de patrones dentro de patrones, de enrevesadas decoraciones pomposas. De repente todo encajó; la humillante presentación ante los invitados: «¿Todos los nuevos esclavos son atados?» La habitación y su destino.
La casa del duque.
Jazmín miró su alrededor con horror.
No tenía sentido. Estaba en una habitación lujosa, nada que ver con un esclavo. Sin contar que fue golpeada pero no como según había escuchado; si fuera así ya tenía que haberse roto un pómulo o los dos. ¿Por qué estaba siendo tratada así?
El sonido de un cerrojo siendo retirado atrajo bruscamente su atención a la puerta.
Dos hombres entraron a la habitación. Observándola con cautela, Jazmín reconoció al primero como uno de los supervisores de esclavos. El segundo era un extraño: moreno, con barba, vestido de forma elegante con anillos de plata en cada uno de sus dedos.
—¿Esta es la esclava que reclamó el duque? —pregunto el hombre con los anillos.
El supervisor asintió.
—Dices que es peligrosa. ¿Por qué? ¿Mató a alguien? —El supervisor se encogió de hombros en un “¿Quién sabe?” —Mantenla encadenada.
—No seas tonto. No podemos mantenerla encadenada para siempre. —Jazmín podía sentir la mirada del hombre de los anillos demorándose en ella. Las siguientes palabras fueron de interés —. ¿Qué hay de la tela que cubre su cabeza?
—No se sabe por qué la tiene, pero dieron ordenes de no quitársela. —Informó el supervisor.
—Ya veo. —La mirada del desconocido se volvió evaluadora —. Amordázala y acorta la cadena para la visita del duque. Y organiza a un escolta adecuado. No queremos accidentes desafortunados. SI causa problemas, haz lo que creas necesario —habló con desdén, como si Jazmín fuera una mugre pegada en sus zapatos lustrados.