Un sonido chillón que resonaba en toda la habitación, hizo que despertara de golpe, con el cabello enmarañado sobre su rostro, el cuerpo con una mitad afuera y otra dentro del rango del colchón. Los rayos del sol apenas entraban, pero sabía que ya era hora de levantarse.
Como pudo, se acomodó, evitando caer contra el suelo para no oficiarse un mal golpe. Tropezó en el camino, buscando el aparato que no paraba de sonar y al cual debía cambiarle el tono en cuanto tuviese tiempo. Aunque, si era sincera consigo misma, la ayudaba a despertar cuando no escuchaba su insidiosa alarma.
Soltó un bufido, tomándolo del suelo, antes de acomodarse el cabello para contestar.
—¿Diga? —Emitió como pudo, tratando de alejar los mechones largos de su boca. Le hacía sentir vergüenza el solo hecho de tener que hacer muecas para escupirlo y que la persona en la línea escuchara.
—¿Interrumpo su momento del trono, señorita Blumer? —Echó el último mechón, sorprendida al escucharlo —. ¿Señorita Blumer? —Volvió a emitir, sin recibir respuesta. La mujer miró en todas las direcciones, sin encontrar una forma correcta para hablar.
—Y-Yo... ¿Usted me ve? —Demandó, siendo lo primero que llegó a su cabeza. El hombre pareció ocultar una risa.
—¿Que si la veo? —Asintió, sosteniendo el teléfono.
—Sí. Si me ve por la ventana o algo por el estilo. —La risa lo asaltó, avergonzándola aún más.
—No, no la veo. Eso no sería un punto a mi favor, siendo o no mi empleada. —Indicó. La joven dejó salir un suspiro, volviendo a retomar su camino, esta vez para preparar el baño —. Fuera de todo esto, quería hacerle saber que encontré su bolso en mi oficina. Páselo a buscar en cuanto llegue, por favor. —Se quitó la camisa, aún con el aroma del hombre impregnado en ella. Ni siquiera porque durmió con la prenda puesta, perdió su esencia.
—Me trajiste muchos problemas, muchachita. —Murmuró, olvidando pornun momento que hablaba con su jefe.
—¿Señorita Blumer? ¿Se encuentra bien?
—Oh, sí, solo estaba hablando con su camisa... —Se arrepintió al instante de aquello, así que pensó rápido lo que diría —. Es una despedida, la pondré en venta, como le dije. —Pasó una mano por su rostro, suspirando de frustración.
—Consérvela por si otra camisa se le daña. Ya no necesitará el dinero. —Por un momento sintió que estaba salvándola de la burla en la que se metió completamente sola —. Hasta luego, Gemma. —Y con eso, colgó, dejándola lista para comenzar el día.
Se vistió con una blusa rosa de mangas largas, una falda alta de color negro que llegaba hasta sus rodillas y unos zapatos de vestir con un poco de tacón que hiciera juego con su ropa. Al terminar, levantó la cabeza, mirándose al espejo mientras dejaba su cabello suelto, junto a su flequillo cubriendo su frente.
Cualquiera diría que no había necesidad de que se presentara de esa forma a su trabajo, sin embargo, con el paso de los años entendió que, aunque su área no tuviera que ver con el secretariado o la recepción, debía vestirse con el debido pudor y modestia que deseaba proyectar.
Las empresas no iban a contratar a alguien que se presentara de una forma poco profesional en una oficina para una entrevista de trabajo, eso iría en contra de la ética del programa que como potencia ejercían. Fue por ello que decidió nunca ir de mala manera a un sitio en el cual buscar trabajo, porque necesitaba, aunque no la contrataran, mostrar lo que de verdad había en ella.
Estaba cansada de que todo el mundo pensara que ver a alguien de su área, significaba un mal vestir común, ligado al deshecho y la suciedad. Por más grasa que usaran o aceite de autos que cambiaran, por más que tuviesen que lidiar con líquidos dañinos para el ser humano o la misma ropa, había decidido que vestirse bien, fuese más que una opción. Tenía que convertirse en una decisión con la que, en algún momento, haría la diferencia.
Con un suspiro, guardó el labial en su sitio correspondiente, antes de salir con el celular en las manos. El único aparato que logró salvarse de su abandono el día anterior.
Luego del desayuno, recogió lo poco que llevaría junto a sus llaves, para luego salir de la casa, mirando a la dirección donde aguardaba su auto. Se veía tan bien ahí y agradecía muchísimo lo que su jefe había hecho por ella, aunque eso le costara algo más importante.
Bajó la cabeza un instante, sosteniendo ya el volante, dispuesta a encender el vehículo cuando notó que sobre el parabrisas se encontraban dos objetos, aguardando allí.
Salió en cuanto pudo, acercándose para tomarlo. Era lo mismo de siempre: una caja de chocolates que ya no parecían ser sus favoritos y una carta donde pedía perdón por lo sucedido.
Negó, tirando todo al lado del copiloto, sin intención de reparar mucho en ello hasta que llegó al semáforo. Allí abrió el sobre, leyendo la primera parte, a la vez que comenzaba a arrugar la hoja entre sus manos. Pisó el acelerador con un suspiro saliendo de sus labios y las lágrimas a punto de bajar por sus mejillas.
Nora tomó asiento en la silla de la oficina, notando el extraño bolso que no parecía ser de la talla de la única mujer con la que sabía que Alvaro mantenía algo parecido a una relación, aunque no era concreto.