Despetó con el sol golpeando su rostro mientras escuchaba que alguien abría las cortinas de su habitación. La cabeza estaba palpitándole al igual que sus ojos, así que cambió de posición, cubriendo su cuerpo con la sábana.
—Sal, Cristina. —Emitiño con voz reseca, sabiendo que solo su madrina había hecho eso en su contra.
—Disculpe, señor Dunne. —Y con eso, la vio abandonar la estancia desde el reflejo antes de quitarse el material de encima, bufando.
No había tenido la mejor noche, aún cuando ni siquiera había descartado su opción de tomar por enésima vez desde que despertó en la madrugada. Apenas y unas horas antes podía afirmar que conciliaba por fin el sueño.
—¿Y? ¿Vas a ignorar mi presencia? —La voz llegó desde el umbral de la puerta, a la vez que se cubría con la toalla, caminando hacia su cuarto de baño.
—Anne, por favor, ahora no. —Musitó, alto, con la intención de que lo escuchara —. Necesito un poco de tranquilidad ahora que no me toca ir al trabajo. —Pudo imaginarla asintiendo desde su sitio antes de irse, dejándolo solo hasta que él lo quisiera.
No podía presionarse, tenía que sacarse el mal rato de la noche anterior si quería sentirse más calmado. Su intención no era tratar mal a nadie, mucho menos a su madrina, pero si algo sabía sobre sí mismo era que primero debía tomar una ducha, luego echaría los pensamientos de bebida a un lado, comería algo y por fin podría hablar de lo sucedido. Si no hacía eso, su cabeza estallaría junto con todo su mal humor.
En cuanto terminó de alistarse, se dirigió al comedor ignorando las llamadas que recibía en el celular. Le había dicho a Nora que no le pasara recados y la culpa no era de ella, sino de quienes lo contactaban a pesar de la negativa porque la conocía, estaba consciente de que hacía lo mejor posible para no aturdirlo.
Tomó asiento, ojeando el periódico con desgana mientras escuchaba los pasos de su madrina acercándose. Dejó a un lado una taza de café junto a unos panecillos a la vez que ocupaba asiento frente a él, bajando el papel con cautela.
—¿Qué pasó, Alvaro? Nunca te había visto tan mal desde lo de Paloma. —El hombre bajó la cabeza, buscando la forma de poder hablar sin sentirse abrumado.
El solo hecho de tener que recordar la actitud de Kael y cómo quería obligarlo a estar con ella solo hacía que su cabeza punzara una y otra vez, tratando de entender el porqué todo se estaba desmoronando sin siquiera preverlo.
—¿Alvaro? —Soltó un suspiro, sin mirarla.
—Ayer Kael quiso acostarse conmigo y si no la detengo, creo que habría cometido una locura o algo parecido, no lo sé. —Habló, pasando una mano por su rostro —. Esa mujer está… Está loca, Anne, ya no sé cómo decirle que no la quiero, que no voy a funcionar con ella de ninguna forma. Me… Me repugna su actitud y me siento atrapado. —Prosiguió, al tiempo que ella sostenía su mano, buscando calmarlo —. Te juro que ahora mismo podría mandar todo al diablo e irme donde nadie pueda encontrarme. —Su madrina puso una mano sobre su barbilla, levantándole la mirada.
—No vas a ir a ningún lado. Vas a enfrentar las cosas como el hombre y jefe que eres. —Apuntó —. Mándala a casa, una semana, un mes, refiérela a terapia, lo que sea que le haga bien a esa mujer. No puedes quedarte de brazos cruzados, Alvaro. —Lo vio hacer una mueca, negando.
—A lo mejor y el lunes regresa como si nada ha pasado. Es algo típico en ella.
—¿Y tú vas a permitir que el abuso que sufres siga de esa forma? No puedo creerlo, Alvaro, ¡necesitas defenderte!
—Es mi empleada, sin ella muchas cosas no van a funcionar. —Refutó. Anne soltó un resoplido, poniéndose de pie.
—En primer lugar, es tu empresa, con ella haces lo que más te plazca y si tienes que sacar a alguien de ahí, entonces lo haces. Es increíble que pienses que porque es tu empleada y fue tu amiga, debes soportar el abuso contra ti. Esa mujer está enferma, Alvaro, si no haces algo entonces vas a vivir entre sombras cada día que pase hasta el fin de tus días y si algo sé, es que nadie debería vivir así. No te lo mereces. —Sentenció, comenzando a alejarse mientras él se levantaba para seguirla.
—Está bien. —La detuvo, sosteniendo su cabeza entre sus manos —. Haré algo, pero no te enojes conmigo. No me gusta. —Musitó, acercándose para verla girarse.
—Si me cuentas cómo te fue con la otra chica, prometo no regañarte más, aunque te lo merezcas. —Alvaro rascó una parte de su cabeza, mirando a otro lado, dándole a entender que la había embarrado —. Alvaro, por Dios, ¿qué voy a hacer contigo? ¿Qué le dijiste?
—No fui precisamente yo, sino su ex. —Anne amplió los ojos, poniendo toda su atención en él, a la vez que regresaban a sus sitios, esperando que le contara —. Estábamos en una cafetería, de esas que están cerca de la empresa y… —La mujer escuchó con atención hasta la última palabra, pensando que tenía al sobrino más tonto de la bolita del mundo, aunque al menos se calmaba al saber que ella lo había perdonado hasta cierto punto por más que se mereciera estar castigado.
Se daba cuenta que sus impulsos estaban haciendo que perdiera el control, cosa que no era lo mejor si sus sospechas sobre lo que creía que sentía por ella resultaba cierto. Iba a tener que frenarlo, al menos hasta que pudiera entender su situación, porque definitivamente, ella era mucho más que una empleada para Alvaro, solo que ninguno lo sabía.