Las personas que transitaban por aquel lugar observaron con asombro la escena frente a ellos y rápidamente informaron de lo sucedido. La ambulancia junto a la policía llegaron, aplacando a los presentes que intentaban curiosear en la escena. Sacaron los cuerpos de ambos conductores y los llevaron de emergencia.
La prensa ya estaba ahí, lista para dar la noticia.
Alvaro cambió de canal buscando alguna cosa que ver junto a los niños. Se detuvo en un canal internacional justo cuando aparecía una noticia de último minuto.
—Y en otras noticias, ocurrió un aparatoso accidente cerca del aeropuerto de México, Benito Juárez; una joven de veintiocho años de edad fue atropellada brutalmente por un conductor somnoliento, además de borracho mientras se cree que hacía camino a dicho lugar. El hombre iba en dirección contraria debido a la influencia de alcohol. La mujer, por su parte, identificada como Gemma Blumer, fue trasladada rápidamente a uno de los centros médicos más cercano.
Un zumbido ensordecedor fue de lo único que pudo darse cuenta al escuchar la noticia.
No, no podía ser cierto.
El corazón no le latía de manera regular y no encontraba su respiración.
Anne, quien estaba en la cocina, se acercó para verlo. No reaccionaba, no se novia, Alvaro no hacía nada.
—Hijo, hijo, por favor, mírame. —Pidió, sosteniendo su rostro —. Mírame, Alvaro. —Susurró con dulzura. El hombre frente a ella la observó extraño, con el conocimiento sustituyendo aquel gesto.
Se levantó del sillón, buscando su celular.
—¿Señor? —Era Fred, uno de sus pilotos.
—Prepara el jet, vamos a México. —Y colgó sin más.
Anne se encargó de los niños mientras Alvaro intentaba creerse lo que había sucedido. No obstante a eso, también pensaba en cómo rayos le diría a la madre de Gemma lo ocurrido. Frustrado, decidió no comunicarle nada en el momento, necesitaba con urgencia ir hacia allá.
No le importaba nada, no cuando sentía que era él mismo quien se iba por el precipicio y no ella quien estaba muriendo.
Sin decir alguna palabra, tomó una chaqueta, su celular junto a las llaves de su auto. En la sala, le dio una mirada a Anne, con la mujer comprendiendo
Subió al vehículo. Manejando hasta donde sabía debía ir. Allí lo esperaba su piloto para despegar por emergencia.
Alvaro le dejó las llaves del auto a uno de sus empleados, subiendo sin decir una palabra.
Y es que si era sincero, estaba todavía algo sorprendido. No lo creía del todo, sin embargo, sus impulsos lo estaban llevando hasta el lugar que él quería.
De verdad no lograba imaginárselo, parecía una vil mentira.
Aterrizó en la madrugada, sin descansar en el viaje hasta lograr dar con el hospital donde la tenían. Pero eso no era todo, tampoco lograba cerrar sus ojos sin que se viera en la situación en la que ella se encontraba.
Reservó una habitación cualquiera, permaneciendo allí, sin siquiera pegar un ojo. El sueño se le había esfumado por completo y las ganas de comer, ni se digan.
Observó el reloj hasta que dieron las diez de la mañana, se colocó la chaqueta, tomando un taxi para llegar al centro.
—Señorita, necesito ver a la paciente Gemma Blumer, intervenida anoche por un accidente de tránsito. —Habló. La voz le salía áspera. No hablaba con cortesía.
—¿Su nombre es? —Preguntó.
—Alvaro Dunne, soy su jefe. —La joven lo miró.
—Oh, señor Dunne, la señorita no puede recibir visitas. Alguien puso restricción. —El hombre frente a ella frunció el ceño, desconcertado.
—¿Restringida? Soy su jefe, su compañero; es la mujer a que amo quien está en una estúpida habitación donde yo debería estar. —Farfulló, apretando los puños. La recepcionista estaba a punto de hablar, solo que cerró la boca de golpe.
—¿Usted la ama? ¿Está tan seguro de ello? —Alvaro giró a ver a la portadora de esa voz tan dura —. Porque déjeme decirle que es usted demasiado maduro para andar por ahí, rompiéndole el corazón a las mujeres. ¿O es que cree que no sé nada? Lo sé todo. ¿Acaso ella es un juguete? ¿Cómo es posible que en la semana le pida que sea su novia y luego... luego le rompa el corazón? Creo que eso debería dejárselo a los adolescentes prematuros en las cosas del amor. Está colapsando por su culpa y ya nada puede hacer. —Reprendió la joven sin siquiera permitirle objetar.
Ahora sí era verdad que no entendía nada. ¿Quién era esa chica? Y la pregunta que más retumbaba, ¿cómo había roto su corazón? Todo parecía muy confuso, aunque algo sí sabía: Gemma estaba allí por su culpa.
—¿Pero cómo? No entiendo nada, señorita... —Murmuró.
Andrea lo miró de arriba a abajo, pensando lo imbécil y sin corazón que era. No solamente eso, también un hipócrita que solo buscaba su propio beneficio.
Lo sabía, se lo había dicho a Gemma. Nada de lo escuchado le parecía cierto, él estaba creándole un cuento de hadas del que ella saldría herida sin pensárselo.
Y así había sucedido.