Angela fue la primera en despertar. Soltando un bostezo caminó y corrió la cortina de la habitación, haciendo que el resplandor golpeara la estancia. Gemma se removió entre las sábanas, tapando su rostro.
—¿Por qué haces eso? —Demandó, quejosa. Su amiga rió.
—Es costumbre que papá tenga que hacerlo todos los días, pero con ayuda de Tino. —Soltó un quejido, eso no le había gustado.
Comenzó a salir de la cama justo cuando tocaron la puerta.
—Hola, chicas, he preparado emparedados. No duren demasiado. —Informó. Su hija le respondió afirmativa mientras Gemma miraba su ropa arrugada.
—¿Tienes algo que me sirva? —Preguntó.
—Pero no algo que dé justo un metro ochenta y tantos. —La miró molesta.
—Por lo menos no soy una Mipiho. —Respondió con tono burlón.
—¿Mipiho? —Inquirió —. ¿No estarás refiriéndote a...?
—¡No! —Exclamó, tirando una almohada en su dirección —. Mipiho es Minion-Pitufa-Hobbit. —Explicó, abochornada.
—Ah, eso. —Meditó unos segundos, buscando algún nombre que le quedase —. Entonces déjame bautizarte como Granjipadlu. —Gemma frunció el ceño sin entender.
—¿Qué significa eso? —Angela sonrió.
—Grandulona-Jirafa-Palo de luz. —No pudieron evitar una larga carcajada mientras comenzaban a vestirse.
Bajaron aún riendo y charlaron en todo el desayuno.
Realmente les hacía falta pasar tiempo juntas pues su amiga trabajaba de mañana y luego por la tarde ya no podían verse debido a la Universidad.
Hicieron los quehaceres que tocaban sumergiéndose en una larga conversación sobre las series, libros y películas que ahora se les hacía más difícil ver.
Angela, al ver a su mejor amiga algo ida, decidió hacer silencio.
Terminaron de regar las plantas y sacar la ropa de la lavadora para luego sentarse, agotadas.
—Gemma, sabes que odio verte de esta manera, así que dime ahora mismo qué te sucede. —Murmuró la castaña, rompiendo el silencio entre ambas.
—Solo estoy pensando en lo que pudo ser si ellos no se hubiesen ido de nuestras vidas. —Confesó, con la vista gacha. La joven suspiró.
—G, sé que todo esto ha sido muy difícil para ti. Las cosas que has pasado, las situaciones tan fuertes te han ayudado a ser lo que tú eres justo ahora. Dime, ¿qué cambiaría si Austin y Hugo estuvieran aquí? —El nombre de su padre parecía ser una cuchilla que atravesó su pecho de manera dolorosa. Hacía tanto que no lo escuchaba y era extraño... —. ¿Sabes que si nada de esto hubiese sucedido, tú estarías por ahí, estancada en la relación tóxica en la que vivías? No estarías enamorada de... de él, tampoco tu madre y tú estuvieran ayudando a esos niños que de alguna manera y gracias a Dios, tienen una oportunidad de estar en este mundo. No digo que él haberse ido y tu padre haberse alejado fuera una bendición, o que te hubieses quitado una carga. —Recalcó —. No, al contrario. Fue lo peor, pero ¿sabes qué? Tú lograste construir tu camino, fuiste reconocida, incluso comparada con la persona más importante en la vida de Alvaro Dunne, tu jefe. Además de eso, viajaste, conociste, sufriste y volviste al mismo lugar donde todo empezó, no para que las cosas siguieran así, como si nada. Todo ocurrió porque ustedes dos necesitan saldar las cosas viejas del pasado. Necesitan perdonar y sanar para volverse a amar, ¿o me equivoco? —Las palabras de su amiga calaron tan hondo que casi no distinguía la conmoción de la realidad.
Lágrimas espesas corrieron por su rostro mientras contaba con dificultad lo que guardaba en lo más recóndito de su alma. Los brazos de la castaña la envolvieron dándole toda la calidez que en ese momento estaba necesitando.
Bob, a lo lejos, observaba la escena melancólico.
Jamás pensó ver a su joyita roja tan delicada y frágil como podía verla en ese instante. Lo que pasó, el acoso, el accidente, la ida de Hugo, las terapias, la relación con Alfred... Todo aquello era demasiado peso para una persona, una joven que apenas comenzaba a vivir lo que la vida le mostraba.
—Gracias, pensé que jamás me contarías lo sucedido de principio a fin. —Admitió, asombrada. Ambas se alejaron, secando sus lágrimas.
—No es que iba a dejarte con la incógnita.
Angela rió y la pelirroja le siguió, levantándose.
Observó a su ahijado desde la puerta, parecía ir de mal en peor cada día aunque al parecer había despertado con energías para cambiar la rutina que llevaba desde que sucedió.
—Me sorprendes. —Alvaro rió. No le asombraba que lo estuviera vigilando.
—¿Por qué? Si eres experta en leer a las personas con una sola mirada. —Respondió, deteniendo la caminadora.
—¿Me acusas de ser una de esas señoras fisgonas de las que todos hablan porque lo ven todo? —Inquirió, indignada.
—No exactamente, puede que sí, ¿qué me dices tú?