—Gemma, tienes una cita para hoy —emitió su amiga a través de la pantalla, mientras la pelirroja la observaba.
Habían pasado dos meses desde que le dio el sí definitivo a Alvaro; su familia y la familia de Angela fueron los primeros en saberlo, para luego anunciar las buenas nuevas a todo el personal de la empresa. Como era de esperarse, algunos no estuvieron de acuerdo, cosa que hizo que la noticia llegara a manos de la prensa Neoyorquina.
Pensó que iba a sentirse mal por la presión que ejercía lo mediático, sin embargo y para su sorpresa, llevó todo lo correspondiente a eso con calma.
Se molestaba en ciertas ocasiones cuando en algún titular hacían referencia a que todo el circo de ellos se basaba en el dinero, cuando la realidad era distinta. Aún así, no tenía poder para gobernar a las personas, debía dejar que las cosas fluyeran, que se dieran cuenta que las calumnias nunca eran buenas, ni siquiera para una parte de la prensa.
En cuanto a lo que se hablaba de su familia, en los reportes y páginas de revistas se tomaron la libertad de perseguirla un par de veces, dando a conocer así que según lo encontrado, Gemma estaba forrada de billetes. Número uno porque su hermano tenía dos restaurantes funcionando, por lo que suponían que a ella se le daba algo de aquel dinero.
No era cierto.
Número dos porque tenía una cuenta de banco con lo que quedó después de ganar la demanda contra su padre. Eso sí era cierto, el problema estaba en que lo que se encontraba allí, no era de ella, sino de su padre y si en alguna ocasión se descubría que había fallecido, el monto iba a ir directamente a la fundación de niños en la que ayudó.
Y número tres: aquí se especulaba la cantidad de bienes que Alvaro había puesto a su nombre, para ella no era nada, pero para los investigadores, la mujer ya tenía un jet para sí sola, un lujoso apartamento, la casa matrimonial a su nombre y varios autos de marca esperando para ser recogidos.
Todo eso, era mentira. Apenas estaba volviendo a manejar, tomaba terapias con Alvaro los fines de semana, lo que le impedía ir a ayudar a su hermano e incluso salir en un jet cuando se le diera la gana; su cuenta de banco tenía algunos cuatro mil dólares ahorrados y seguía viviendo en su misma casa, sin ser notificada de que de un día para otro la sacarían de allí. Le hacía gracia el tema porque ni siquiera podía pasar por su cabeza el llegar a tener un apartamento, mucho menos entonces una casa matrimonial: para ella no estaba en sus planes y parecía ser que para Álvaro tampoco.
Otra cosa que le hubiese gustado aclarar era el no estar trabajando en la Ford, pero según supo, la mujer de un Dunne no se prestaba para trabajos forzosos o de otra índole. En su defensa, ella seguía arreglando autos y más si estaba a punto de inaugurar su establecimiento con el apoyo de su novio y futuro esposo, aparte del de su familia.
Mientras llegaban las horas para dar a conocer el lugar, había mantenido a su personal en modo de entrenamiento. Si era sincera, le parecía raro que ninguno se quejara de su trabajo o lo que iba aprendiendo, pero también la llenaba de satisfacción porque su equipo era limpio, tranquilo y ordenado.
Cómo había añorado eso...
—¿Me estás escuchando? ¿Gemma? —Inquirió la joven, llamando su atención.
—Lo siento, estaba pensando en...
—El discurso de esta tarde —completó —. Entiendo, te llamaré luego —murmuró con una sonrisa.
—¿Vas a venir? —Ángela negó, apenada.
—Rick irá por mí. Lo obligué a grabar todo —explicó —. Ya sabes por qué no podré ir, espero que no me regañes —la mujer suspiró, escuchando su tono burlesco en las últimas palabras.
—De acuerdo. Hablamos después —y con eso, se cortó la videollamada. Se recostó del asiento, escuchando la puerta de su oficina abrirse con entera confianza. Un olor al perfume masculino que ya conocía, inundó la estancia, logrando hacerla voltear.
—Sabía que eras tú —se enderezó en la silla, sonriendo con picardía. El hombre se acercó a ella, invadiendo su espacio.
—Qué rápido te has acostumbrado a mí —musitó, besándola. Sonrió aún más.
—No creo que haya dejado de dormir y comer una noche entera por un extraño que me desafió el primer día —habló, mirándolo.
—Señorita Blumer, ¿no le han dicho que sabe demasiado? —Inquirió. La joven negó —. Oh, me temo que debo avisarle que si pasa los límites voy a besarla —indicó. Casi deja salir una risa —. Esas burlas... No es digna de este corazón. He cometido un grave error al dejar que me gustase tanto... Tanto que me conquistó su amor —Gemma optó una posición diferente para poder encararlo casi a su mismo tamaño.
—¿Te han dicho que eres una mala copia de los hombres románticos en los libros clásicos? —Demandó, pasando sus manos por sus hombros.
—Qué tal ofensa me ha echado —habló —. Béseme ahora —ordenó, rompiendo la corta distancia de espacio que los separaba antes de que ambos se encontraran con pasión.
Alvaro dirigió una de sus manos hacia la cintura de la mujer, mientras que la otra viajaba a su cabellera, acercándola aún más a él. Se extrañaban, tenían varios días sin poder verse o hablar como lo habían hecho hacía un momento.