Fea

EPÍLOGO

Punta Cana, República Dominicana.

La ojos de Gemma estaban vendados con un pañuelo rojo mientras su ahora esposo, abría la puerta de la habitación que ambos compartirían esa noche y unos días más, disfrutando su luna de miel. El hombre trastabilló un poco al empujar la madera haciendo que la joven soltara una risa sin poder creerse lo que estaba sucediendo.

—¿Por qué no me dejas ayudarte bajándome al suelo y sacando la venda de mis ojos? No es como si fuera a escapar desde que vea la habitación —murmuró, sonriendo. Alvaro soltó un quejido, pateando la puerta para cerrarla, estando así ambos en completa privacidad.

—No lo sé, no confío en tu última oración —bromeó, depositándola en el suelo sin quitarle la venda. Gemma dejó salir una carcajada al escucharlo, pero no dijo nada más pues su marido deslizó el pañuelo fuera de su rostro.

La estancia estaba iluminada de manera tenue, no había decoraciones exageradas sobre la alfombra del lugar, habían dos muebles acompañando la estancia, un hermoso ventanal con vista hacia la playa y una cama para dos con sábanas de color encaje antiguo que combinaba con el color de los muebles y los cojines que lo acompañaban. Se giró a ver al hombre detrás de ella, sonriendo por lo simple que se veía todo.

—Como sé que no te gustan las cosas un poco fuera de lo normal, les pedí que organizaran la habitación de acuerdo a tus gustos. ¿Está bien? —emitió, observándola. Ella asintió, colocando sus brazos alrededor de su cuello.

—Está perfecto —susurró, besándolo en agradecimiento. Sus manos se situaron en la cintura de ella, levantándola de un salto antes de colocarla sobre la cama. Las manos de Gemma se apartaron del cuello de Alvaro en el momento en que él comenzó a quitar los botones de su vestido.

Las respiraciones de ambos se volvieron espesas y la joven giró el rostro, acomodándose para que pudiera deshacerse del material que portaba. Alvaro frunció el ceño al notar su gesto, dejando sus manos a cada lado de la cama.

—Gemma, no —habló —. No lo haré —el rostro de la mujer se contrajo mientras volvía su vista hacia él, incrédula —. No quieres que lo haga, así que si esta noche no te quieres entregar, lo entiendo perfectamente —afirmó, soltando un suspiro, a la vez que veía cómo comenzaba a retroceder.

Las manos de su esposa se posaron en su muñeca, deteniendo sus pasos cuando se dio la vuelta para ir a lo que parecía indicar que era el baño.

—Alvaro, yo... No es que no quiera, es solo que... —Sus palabras murieron mientras bajaba la vista a sus pies, avergonzada. Claro que quería pasar la noche con él, lo amaba, por ello eligió casarse, pero su tema con la sexualidad a veces la hacía sentir insegura aunque no quisiera —. Desde lo que pasó, he tenido miedo de llegar a esto y darme cuenta de que aquello arruinó mi vida por completo al punto de no poder complacer a la persona que amo. Justo como ahora, Alvaro. Tengo miedo de tus reacciones si algo sale mal, de mí misma si te echo a un lado y no quiero que me toques. ¿Por qué a ti no te afecta? Te has casado con una enferma —soltó, levantando la mirada. Su esposo negó, acercándose para tomar su rostro entre sus manos.

—El hecho de que hayas pasado por esa situación, no te hace una enferma, Gemma. Te amo tal cual eres, lo sabes y si tengo que decírtelo cada vez que te bese o que te haga un roce en cualquier parte del cuerpo, lo voy a hacer —declaró, atrayéndola hacia sí. No retrocedió —. Ahora solo quiero saber una cosa —sus ojos se encontraron —. ¿Confías en mí? —Su esposa lo observó como si se hubiese vuelto loco al efectuarle aquella pregunta.

—Sabes que sí —murmuró. Su mano empezó a subir por su cuerpo.

—¿Me permites decirle a cada parte de ti que la amo? ¿Me permites llenar todo tu cuerpo de besos? —Musitó, en su oído, sintiendo que las manos de su esposa se aferraban aún más a él.

—Sí... —Mordió el lóbulo de su oreja, estremeciéndola.

—¿Me dejas arrancar todos los miedos de tu piel?—Casi llegaba al último botón cuando la mujer comenzó a desabrochar su camisa.

—Sí —susurró —. Sí quiero que lo hagas —confesó, dando comienzo al roce de sus labios. El solo gesto terminó conectándolos, mientras las palabras que Alvaro susurraba entre pequeñas pausas, lograba hacer efecto en ellas.

Entonces, el vestido cayó de lleno contra el suelo, al igual que la camisa del hombre que amaba. Luego fueron sus pantalones y su ropa interior, hasta que cayeron desnudos sobre el colchón.

Sus miradas conectaron en ese instante, antes de que Alvaro comenzara a besarla con lentitud; primero en la frente, luego sus mejillas, sus labios, su cuello, sus hombros, sus brazos, las palmas de sus manos, su pecho, sus senos, su estómago, su ombligo... Cada parte de ella fue explorada de una manera que Gemma desconocía y que ahora la hacía sentir amada y no mintió cuando dijo que le diría a cada parte de su cuerpo que la amaba, porque sí lo hizo y aquello fue el detonante para darse cuenta de que confiaba en él porque no la hacía sentir mal, sino que también era su ancla para liberarse de aquella pesadilla que por tanto tiempo la atormentó.

Se dejó llevar por el placer de lo desconocido, olvidando por completo sus pensamientos y liberándose ante la sensación que la llevó a la cima sin siquiera darse cuenta.

Una de sus manos se posó sobre el rostro de él, mientras en el acto, Alvaro depositaba un beso en ella.




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