Fea | Editando

04: ROMPIENDO EL SILENCIO

Terminó de arreglarse, sin poder evitar el recuerdo de la llamada que contestó la noche anterior, después de volver a casa. Como olvidó devolver el teléfono de Gemma, no le quedó más remedio que responder a las insidiosas llamadas de la última persona a na que querría escuchar después de todo lo que le dijo: su ex novio.

 

Como se había esperado, Alfred no hizo más que escucharlo para enfurecer, soltando maldiciones sin saber que aquello que pensaba estaba muy alejado de la realidad, sin embargo, no pudo contener las ganas de saberlo destrozado, así que la única cosa con la que logró responderle fue:

 

"— Tu traidora está muy bien entre mis brazos, Alfred. Buenas noches" y con eso, colgó, sabiendo en el fondo que por mucho que evitara hablar de ello, esa mujer iba a darse cuenta y entonces, arruinaría el vínculo que estaba forjándose.

 

Suponía que era mejor de esa manera, no tendría ningún compromiso y continuaría siendo solo Alvaro Dunne, el divorciado más codiciado de New York. O algo así decía la prensa.

 

Dejó el maletín sobre uno de los taburetes, antes de sentarse para desayunar. Tenía ya dos días sin hacerlo, cosa que no le parecía nada conveniente para su salud y mucho menos para su estrés, que parecía aumentar con cada segundo que pasaba.

 

Se llevó una cuchara de cereal a la boca, mientras buscaba con la mirada a su madrina, quien era su ama de llaves en la casa. Se enderezó un momento, sintiendo un toque en su hombro.

 

—Alvaro, hay alguien buscándote. —La mujer habló, para luego aparecer frente a él con un semblante que no le favorecía. No obstante a eso, eran las siete de la mañana, ¿quién rayos iba a esa hora a su casa? Necesitaba paz.

 

—Dile que amanecí fuera o con alguna mujer, yo que sé. Quiero terminar mi cereal. —Murmuró, cansado. Su madrina le dio una negativa, suspirando.

 

—No creo que eso funcione conmigo, Dunne. —Soltó un gruñido, echando el plato a un lado —. ¿Es en serio? ¿Cereal? ¿Un empresario, rico, multimillonario, desayunando cereal? —Alvaro giró, sentado en el taburete.

 

—Sí, ¿quieres un poco? Digo, soy un ser humano común y corriente. No tengo superpoderes como tú. —La mujer lo miró molesta, acercándose un poco más a él.

 

—Antes que nada, ¿cómo es que tienes un personal tan obsoleto? Ni siquiera un vaso de agua me quiso dar esta señora.

 

—Porque es mi madrina, no es una empleada. No me debe nada y no es tu sirvienta, Kael. Qué insoportable eres. —Farfulló, sin ocultar su molestia un segundo más.

 

La sala se quedó en silencio unos segundos, antes de que la pelirroja volviera a hablar.

 

—No me tratabas de esa forma cuando estábamos en la cama, Alvaro Dunne. —El hombre pasó una mano por su cabeza, buscando calmarse.

 

—En la cama ni siquiera hablas tanto, no te expresas tan despectivamente de la gente, ni tratas a todos como basura, Gates. —El rostro de la fémina frente a él se torno en una mueca que ni siquiera podía descifrar, sin embargo, nada era suficiente para ella, que no se daba por vencida ante sus palabras.

 

—¿A dónde fuiste anoche? —Demandó, acomodándose el traje rojo que cargaba junto a unos zapatos de color negro y el cabello recogido en un moño.

 

Alvaro negó, recogiendo el maletín del segundo taburete.

 

—Salí con alguien. —Murmuró, dándose la vuelta —. Nos vemos en la oficina, Elissa. —Concluí, comenzando a caminar  hacia la puerta al tiempo que escuchaba los pasos de Kael tras de mí.

 

—Alvaro, detente. —Enunció, buscando tocarme el hombro, aunque el portar esos tacones no le permitía casi nada —. Ya basta, Alvaro, por favor. —Abrí la puerta, suspirando —. Dime que me amas, al menos por una sola vez en la vida. Te dejaré en paz. Por favor. —El hombre bajó la cabeza un momento, sin poder creer que había llegado a ese grado; le molestaba incluso pensar que estaba lloca, pero no podía descartar la teoría con el numerazo que se montaba en ese momento. Necesitaba pararla y al parecer decirle aquello era la solución más fiable.

 

—Kael. —La mujer lo miró, anhelado escucharlo emitir aquellas palabras —. Te... Te veo en la oficina.  —Y con eso, logró continuar su camino, escuchándola maldecir desde su lugar.

 

Subió al auto, esta vez tomando la decisión de llevar el volante entre sus manos mientras que su chofer se quedaba a cuidar que todo siguiera bien, además de atender a Anne si necesitaba salir en algún momento.

 

Sin perder tiempo, puso el vehículo en marcha, conduciendo en dirección al único lugar que podía calmarlo aún teniendo sobre sus hombros una cantidad de estrés que sobrellevaba.




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