Fea | Editando

10: SOY UN DESASTRE

Alvaro se sentó en la cama de repente, sintiendo todo su cuerpo sudoroso mientras su entorno se encontraba en penumbras. No había siquiera una luz iluminando la estancia y eso lo hice sentir más que asfixiado.

Sin poder evitarlo, escuchó contra sus sentidos aquella melodía que solo traía recuerdos oscuros a su mente; se veía a él mismo bailando junto con Paloma en aquella terraza al tiempo que ella recitaba las letras de la canción, llorando por algo que apenas pudo comprender más adelante.

Lo que veía parecía demasiado real, como si pudiese tocarlo, aunque al hacerlo se desvanecía, así que sacudió la cabeza, cayendo contra su almohada, sintiendo que una angustia repentina se asentaba en su pecho.

¿Cómo no pudo verlo venir? No comprendía nada. Todo era un lienzo en blanco desde ese día en que lo construido se fue a la basura y lo único que quedó de pie fueron sus hijos, a quienes no iba a abandonar por nada del mundo, aún si el mundo se pudiera de cabeza.

Lo demás, después de ellos, pasaba a segundo plano, aunque algo estaba cambiando sin siquiera proponérselo y no tenía idea de qué hacer; el miedo a luchar por lo que quizás se vendría abajo en segundos, le aterraba, sin embargo, una parte de sí le decía que continuara avanzando, porque tal vez alguien aprendería amarlo de la forma en que necesitaba que lo hicieran, terminando de ser recíproco para ambos.

Soltó un bufido, posando una mano en la lámpara de su mesa de noche. La encendió, con el suspiro a medio soltar.

Definitivamente, era un desastre, un caso perdido, un barco sin manivela, un tren sin vías, un camino sin ruta, un mapa sin guía… Quizás nadie nunca podría cambiar eso.

Tomó una ducha, colocándose una franela junto a un jeans mientras llegaba la hora de alistarse para ir a la empresa; se encaminó a la sala en cuanto estuvo listo, decidiendo no encender alguna luz que pudiese molestar a su madrina.

La apreciaba demasiado para que estuviese atormentándose solo porque no podía mantener su cabeza quieta por unas horas. No lo merecía, además de que tenía sus propios problemas, como el tener que asimilar que su hija había vuelto de Londres para estar en la ciudad un tiempo. ¿Cuánto? No tenía la más mínima idea, a Anne no era como que le gustara hablar de su vida todo el tiempo, sin embargo, parecía ser suficiente como para que ambas pudiesen ponerse al día.

Su padre no estaba tan disponible como ella, residía en la otra punta del mundo, demasiado unido a la familia que tenía. Corría con la responsabilidad de pagar la carrera de su hija, enviaba manutención junto a una ayuda económica para su ex, que por supuesto, Anne prefería no utilizar. La depositaba en el banco por más abundante que fuese la cantidad, con ello haría algo de lo que no tenía idea, pero sabía que iba a ayudarle en un futuro.

El dinero que él le pagaba también iba a una cuenta que tenía solo para su uso, nadie más podía sacar dinero de ese lugar, así que recurría a efectuar las transferencias o depósitos. Sabía que Anne ya contaba con lo suficiente para dejarlo solo, no obstante, siempre parecía encantada de estar con él.

Amaba que lo escuchara hablar sobre sus problemas, que le ofreciera consejos, aparte de hacerle el favor de cuidarlo cuando las cosas se tornaban más difíciles de lo normal. De ella apreciaba cada instante, sus risas, su felicidad, sus enojos y tristezas… La consideraba su segunda madre después de que la suya fue a un lugar mejor.

Alvaro fijó la vista en una fotografía que reposaba sobre una de las repisas que estaban frente a él. En ella aparecía su padre, su madre y atrás él junto a Anne y el viejo auto que su progenitor. ¿Cómo no extrañarlos? Su padre fue su más grande mentor, su padre el ancla que lo mantuvo a flote sin dudar ni un segundo; sus manos siempre estaban dispuestas a ayudarlo, hasta que ese auto se atravesó contra el suyo y el tiempo terminó por quitarle a lo único que le quedaba para que continuara solo.

No podía hacer nada contra el paso de los años, mucho menos siendo consciente de que las cosas ocurrían sin que se pudiese detener. El destino de todos estaba marcado desde un comienzo, sin importar las vías que tomara, sin importar el camino, algo siempre terminaba de conducirnos a nuestro final, pero lo que se interponía contra eso ya era otro asunto al que tampoco debía cuestionar por más preguntas que tuviera.

Al final de todo, lo importante siempre iba a ser cómo avanzar luego de lo pasado y lidiar con esa empresa fue parte de su salvación; no porque su madre fue quien la manejó por su temprana edad, sino porque pudo verla a ella junto a su padre en los momentos de victoria, sabiendo que habían dejado un gran legado en manos de alguien que haría todo lo posible porque cada cosa se mantuviera en pie.

 

۝

 

Las puertas del ascensor estaban a punto de cerrarse, así que corrió lo más rápido que pudo, entrando en la cabina cuando su jefe terminó por evitar que el sistema cerrara las puertas metálicas.

—Gracias, señor Dunne. —Apenas habló, tratando de recomponerse.

—¿Está todo bien? —Demandó, mirando el reloj en su muñeca —. Tu hora de entrada fue hace quince minutos. —Gemma le dio un asentimiento, bajando la cabeza un momento.

—Mi alarma no sonó. —Musitó, mirando sus pies —. Y ya no tendré auto dentro de un largo tiempo, así que estoy tratando de adaptarme. —El hombre a su lado la observó, frunciendo el ceño mientras la chica levantaba la mirada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.