Fea | Editando

15: SERÁ

A la mañana despertó, esta vez temprano y sin pesadillas como venía sucediendo desde hacía semanas atrás. Se vistió sin prisa. Tenía tiempo de sobra. Se colocó un traje de color azul marino y camisa blanca, peinando su cabello para luego tomar su maletín, caminando a la sala. 

Recordando lo ocurrido el día anterior, se daba cuenta que aún se sentía expuesto con lo que le había dicho Kael, lo que causaba que temiera por la vida de todos los que lo rodeaban, incluyendo a su ex esposa, consciente de lo decidida que era y que cuando daba una advertencia, cumplía de la manera que fuese, por lo que no tenía permitido dudar de nada. 

En cuanto a su ahora compañera sentimental, también temía por ella. Le causaba un terror horrible tan sólo pensar en lo que podía sucederle, considerando las cosas atroces que ocurrieron antes cuando estuvo en la empresa. La manera en que abusaba de ella, golpeándola o sosteniendo su cabello… Sacudió la cabeza, sentándose en el comedor, bajo la mirada de Anne, quien lo notó, aunque más feliz esos días, ahora mucho más atemorizado de lo normal. Ocupó una silla frente a él, escrutándolo. 

—¿Vas a contarme? —Indagó y él suspiró, mirándola. 

—Es Kael. —Emitió, sin más —. En Míchigan le inventó una farsa a Gemma para que se pusiera en mi contra. Le mostró una papeles falsos donde remarcaba que estuvo embarazada de mí y luego abortó porque, según ella, yo la amenacé, dándole no sé cuántas cosas. —Tomó una inspiración profunda, atento a sus reacciones —. Como era de esperarse, Gemma cayó en su trampa, lo que casi nos cuesta la relación que tenemos. Ese día la vi partirse tres veces, como si no pudiese más con el peso que estaba llevando sobre sus hombros al estar conmigo. La prensa nos había aplastado por la mañana, luego su madre y esas pruebas de Kael casi la llevan al límite. —Bajó la vista, observando sus manos sobre la madera —. Le prometí que obtendría las pruebas para desmentir lo que esa mujer puso en sus manos, pero creo que cometí el peor error de mi vida, ¿sabes? La cité en la oficina, hablamos, nos gritamos, hasta que la escuché soltar todo el veneno que acumuló por años, siendo todo eso mi culpa. 

—¿Tu culpa? —Volvió a verla, asintiendo. 

—Kael se “enamoró” de mí. —Mencionó, entrecomillándolo —. Eso hizo que perdiera el control cuando se dio cuenta que Gemma le estaba quitando el lugar. Ahí, al escuchar todas sus palabras, comprendí que le había hecho un daño demasiado grande, solo que nunca lo vi. —La vergüenza en su rostro se hizo clara para ella, él no sabía ocultar sus culpas y no lo necesitaba —. ¿Y si Gemma fuese ella? Me pregunté en el camino a casa, rememorando todos esos momentos en los que no la vi, ni siquiera dejamos bien las cosas, mucho menos ayer, que salió hecha una fiera de la oficina, con una advertencia rondando en el aire. —Anne enarcó las cejas, algo sorprendida por lo último, entendiendo por qué estaba así. 

—¿Una advertencia? 

—A ambos nos advirtió que aún no terminaba. —Sus ojos se abrieron con sorpresa, notando que el ambiente cambiaba de pronto. 

—Esto no va a terminar nada bien. —Alvaro le dio una mirada que la hizo levantar los brazos a modo de rendición —. ¿Cómo está tu novia? —Hizo una mueca. 

—No muy bien. Han sido días difíciles y aún no es mi novia, Anne. —La mujer soltó un sonidillo de incredulidad, frunciendo los labios. 

—Claro y yo nací ayer, Alvaro. —No dijo nada más, dejándolo desayunar para luego despedirlo con el mismo semblante que no iba a quitársele al menos dentro de unos días. 


Al llegar, dejó todo en su escritorio, entrando a la sala de juntas. La vio allí, arreglando los informes, con esa hermosura que la caracterizaba, llenando el lugar de una calidez que no podía explicar; llevaba ese vestido negro hasta las rodillas que compró en el viaje, junto a una coleta alta, su flequillo largo cubriendo su frente y esos ojos avellanas envolventes compartiendo lugar en su rostro, con sus mejillas sonrosadas. 

Sonrió, acercándose para ver cómo levantaba la mirada, observando que sus pómulos se coloraban al verlo allí, con ese atuendo, sin miradas de un trasnocho al que estuvo vulnerable, pero no quiso que se apoderara de ella, así que poco a poco lo desechó. 

Alvaro la aprisionó, besando esos labios sabor cereza que tanto le gustaban, disfrutando el momento con los ojos cerrados, sus manos sobre su hombre, pegados a la mesa de cristal. 

Ella estaba ahí, sana y salva, cosa que no podría ponerlo más feliz. 




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