Fea hasta que eligio su belleza

CAPÍTULO 1

Años después

Lara

Los años pasan tan rápido que a veces me pregunto si el tiempo hizo trampa conmigo como si hubiese pestañeado cuando era niña… y despertado convertida en esta mujer que soy ahora. Una que no destaca. Una que nadie quiere ver.

Mi nombre es Lara Solís, tengo veintitrés años y estoy a pocas semanas de terminar mi carrera de cosmetología y formulación estética. Estudié esto por una sola razón: mi abuela.
Ella fue mi raíz, mi luz, mi primer hogar… y la mujer que me enseñó que la belleza verdadera no se compra, se crea.

Ella mezclaba plantas como si fueran secretos. Romero para limpiar, caléndula para sanar, lavanda para calmar. Yo crecí en su cocina, oliendo vapores, tocando hojas frescas, moliendo pétalos entre mis dedos, aprendiendo que sí… yo podía crear belleza con mis manos aunque el mundo nunca la viera en mí.

Por eso entré a la universidad, aunque nunca encajé.
Ni el primer día. Ni el último.

El pasillo estaba lleno cuando salí del laboratorio esa tarde las luces blancas, paredes impecables, estudiantes rozando la perfección que D’Alessio Cosmetics tanto promueve la verdad todos aquí nos moríamos por una plaza en ese lugar es la empresa italiana de cosméticos más grande y famosa con un prestigio de generaciones. Estas chicas con piel de porcelana, labios brillantes y ropa ajustada que destacaban estaban un paso más adelante, como una compañía que crea los mejores productos de belleza podría contratar a una fea como yo es mas que obvio que no tengo una verdadera oportunidad pero nada se pierde intentando mande mi curriculum para el puesto que lanzaron hace un mes si me llaman para la entrevista sería un sueño que jamas pense que veria cumplirse.

Me ajusté la mochila sobre el hombro y solté un suspiro cuando vi a Marina y Violeta, las dos reinas del campus, caminando hacia mí con ese andar de pasarela que parecía burlarse de cada paso inseguro que yo daba.

Marina me miró de arriba abajo como si yo fuera un mueble viejo en medio de una boutique de lujo.

—¿Es que no te cansas de venir así vestida? —preguntó con una sonrisa venenosa.

Me miré el suéter beige de lana, el que había sido de mi abuela. Mis cejas gruesas, mis granitos inflamados y rojos en la mejilla izquierda… mis labios sin maquillar. Todo en mí gritaba “fuera de lugar”.

—Déjala, Marina —rió Violeta—. Es como una reliquia viviente. Siempre con ropa de abuela…
Se giró hacia mí—: ¿No te pica usar algo moderno? Algo que no huela a naftalina.

Algunos estudiantes que pasaban se rieron.
Otros simplemente se giraron para no mirarme.

Yo no respondí. Aprendí hace años que mi silencio era mi única defensa. Si hablaba, sólo empeoraba las cosas.

Pasé entre ellas, intentando no mirar a nadie, pero entonces escuché:

—No entiendo cómo dejan que gente así estudie cosmetología —murmuró un chico rubio, ni siquiera lo suficientemente bajo para que yo no lo oyera—. Parece un antes de catálogo… pero sin el después.

Las risas dolieron más que las palabras.

Mi pecho se apretó.
Mi garganta se cerró.
Mi estómago ardió.

Pero seguí caminando.

En el patio principal vi otra escena repetida:
Un grupo de chicos rodeaba a Camila Duarte, la más bonita de la clase, perfecta desde cualquier ángulo. Incluso los profesores la trataban como un milagro: una futura supermodelo, muchos decían que sería la próxima ángel de Victoria Secret.

—Camila, ¿ya decidiste si postularás a la convocatoria de modelos que lanzó D’Alessio Cosmetics? —preguntó uno de los chicos.

Ella jugó con su cabello largo, sedoso, brillante.

—Aún no lo sé —dijo con fingida humildad—. Leonardo y Marco D’Alessio son muy estrictos. No aceptan a cualquiera.

Ella sabía que era obvio que la elegirían si aplicaba. Todos lo sabían.

Mientras tanto, cuando yo entraba al salón, los profesores ni siquiera levantaban la vista. Algunos fruncían la nariz. Otros parecían esperar que yo fallara.
Era invisible… hasta que alguien necesitaba reír.

Así era mi mundo.

Seguí caminando por los jardines.
El viento chocó contra mi rostro y, por un segundo, sentí el olor de la lavanda. Ese olor siempre me hacía pensar en la abuela.
En cómo me decía:

"La belleza no es un don, mi niña… es una elección. Una que un día deberás tomar."

Pero yo no me sentía capaz de elegir nada.
Me sentía pequeña.
Fea.
Insuficiente.

Me saqué un granito nuevo que me dolía en el mentón. Error. Me ardió de inmediato.

—Genial —murmuré—. Otro para la colección.

Mi piel siempre fue un campo de batalla.
Mi madre solía decir que era un castigo divino por haberla arruinado como mujer.
Mi abuela decía que era estrés, hormonas y falta de amor propio.

Ambas cosas podían ser ciertas.

Crucé el campus y llegué al portón. Era la misma rutina: pasar desapercibida, evitar las miradas, caminar rápido.

Pero ese día, algo pequeño cambió.



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Editado: 30.12.2025

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