Fea hasta que eligio su belleza

CAPÍTULO 4

Lara

El agua del lago dejó de brillar poco a poco, como si acabara de exhalar su último suspiro. El silencio volvió a envolverlo todo, pero ya no era el mismo silencio de antes. Algo había cambiado.
Algo en mí.

Me acerqué despacio a la orilla, con el corazón golpeándome el pecho como si quisiera escapar. Mis manos temblaban cuando me inclinaba sobre el agua.

Y entonces la vi.

No era mi reflejo.

O sí… pero no como lo conocía.

Mis ojos eran grandes, luminosos, enmarcados por pestañas largas y oscuras. Mi piel estaba lisa, perfecta, sin rastro de granos ni marcas. Mis labios se veían llenos, suaves, y mi rostro… mi rostro era armonioso, delicado, hermoso.

Hermoso.

Un sollozo se me escapó, pero esta vez no era de dolor.

—Soy yo… —susurré—. De verdad soy yo…

Toqué mi cara con cuidado, como si temiera que se deshiciera bajo mis dedos. La piel era real. Cálida. Viva.
Me reí. Reí como no lo hacía desde niña, girando sobre mí misma, dejando que la luna iluminara este nuevo cuerpo que por fin sentía mío.

—Lo logré… —dije entre risas y lágrimas—. Ya no soy fea.

Ya no.

Detrás de mí, el agua se movió una última vez.

—Lara —escuché la voz de la ninfa, lejana—. Escucha con atención.

Me giré apenas, todavía embriagada por la emoción.

—El efecto no es permanente por sí solo —continuó—. Está ligado a tu estado interior.
Mientras te sientas bella… mientras te ames… conservarás esta forma.
Pero si dudas, si te odias, si vuelves a sentirte miserable… el hechizo se romperá.

Asentí sin pensar demasiado.
¿Cómo podría volver a sentirme fea ahora?

—Sí, sí… lo entiendo —respondí con una sonrisa, sin darle el peso que merecía—. Gracias.

No esperé más explicaciones.
No pregunté por el precio real.
No quise escuchar advertencias.

Estaba demasiado feliz.

Tomé mis cosas y me alejé del lago casi corriendo, con el corazón ligero, con la risa aún atrapada en el pecho. Cada paso se sentía distinto, como si el mundo me perteneciera por primera vez.

Caminé de regreso a casa mirando mis manos, mi reflejo en cada ventana oscura, en cada superficie brillante.
Yo era otra.
Por fin.

No sabía que esa belleza no dependía del espejo…
sino de algo mucho más frágil.

Mi propia mente.

Y mientras avanzaba bajo la luna, sin mirar atrás, ignoré por completo que acababa de aceptar una condición que algún día podría destruirme.

***

El golpe seco de la puerta al abrirse me arrancó del sueño.

—¡Lara! ¿Te despertaste tarde otra vez? ¡Tenemos que…!

La voz de Clara se cortó de golpe.

—¿Quién eres tú? —gritó.

Abrí los ojos sobresaltada y me incorporé de inmediato. El corazón empezó a latirme con fuerza cuando la vi parada junto a la puerta, pálida, con los ojos abiertos de par en par, como si hubiera visto un fantasma.

—Clara… soy yo —murmuré, aún adormilada.

Ella retrocedió un paso.

—¡No te acerques! —chilló—. ¿Dónde está mi amiga? ¿Qué hiciste con Lara?

El pánico en su voz me atravesó como un balde de agua fría.

Entonces lo recordé todo.

El lago.
La pócima.
La luna llena.
El fantasma de la abuela.

Me levanté de la cama de un salto y corrí al baño, ignorando los gritos de Clara detrás de mí. Cerré la puerta de golpe y me apoyé en el lavamanos, respirando agitadamente.

Levanté la vista.

El espejo me devolvió el reflejo de una mujer hermosa, despeinada, con los ojos brillantes y los labios curvándose en una sonrisa temblorosa.

—No fue un sueño… —susurré, tocándome el rostro—. Es real.

Reí en silencio, una risa nerviosa, casi histérica.
Funcionó.
De verdad funcionó.

—¡Lara! —escuché a Clara del otro lado de la puerta—. ¡Llamé a tu tío! ¡Voy a gritar!

—¡No! —grité, abriendo la puerta de golpe—. ¡Clara, espera!

Salí del baño y la vi retroceder otra vez, asustada. Corrí tras ella por el pasillo, tratando de alcanzarla antes de que armara un escándalo.

—¡Detente! —le supliqué—. Soy yo, por favor, escúchame.

—¡Esto no es gracioso! —dijo con la voz temblorosa—. ¡Mi amiga no desaparece así!

La tomé del brazo, con cuidado.

—Okey… dime algo que solo yo sepa —dijo ella, casi llorando.

Tragué saliva.

—La primera noche que dormí en tu sofá lloré porque tu gato me orinó la mochila… y tú me dijiste que eso significaba que me aceptaba en la familia.



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Editado: 30.12.2025

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