Febrero cambia todo

Un nuevo mundo para Emma

Emma siempre pensó que su vida era predecible. Las mismas clases, Los mismos pasillos, las mismas conversaciones repetidas una y otra vez. Pero algo empezó a cambiar sin que ella lo notará del todo. No fue un gran acontecimiento ni una noticia impactante, sino una sensación extraña, como si el aire a su alrededor se hubiera vuelto distinto.

El primer indicio llegó con Luna. Su mejor amiga la miraba diferente últimamente, como si supiera algo que Emma todavía no había descubierto. Luna seguía siendo la misma: risueña, directa, siempre diciendo lo que pensaba. Pero ahora hacía preguntas que antes no hacía, como si quisiera empujarla a mirarse por dentro. —Estas cambiando— le dijo una tarde, sentadas en el patio del instituto —. Y no es algo malo. Emma no supo qué responder. Tal vez Luna tenía razón, aunque el cambio le daba miedo.

Luego estaba Alex. Desde el momento en que apareció en su vida, todo se volvió más confuso. No era solo su sonrisa tranquila ni la forma en que parecía entenderla sin necesidad de demasiadas palabras. Era como Emma se sentía cuando él estaba cerca : nerviosa, expectante, viva. Alex no prometía nada, pero su sola presencia hacía que Emma cuestionara todo lo que creía saber sobre el amor y si misma.

Valen, en cambio, representaba el conflicto. Sus comentarios, sus miradas cargadas de juicio, le recordaban a Emma que crecer también significaba enfrentarse a personas que no siempre entendían los cambios. Con valen, Emma aprendió que no todos aceptarían su nueva versión, y que eso estaba bien. No podía gustarle a todo el mundo, y tampoco tenía que intentarlo.

Poco a poco, Emma entendío que si mundo no había cambiado de golpe: había girado lentamente, empujado por decisiones pequeñas, emociones nuevas y personas que dejaron huella. Ya no era la misma chica que miraba al suelo al caminar. Ahora levantaba la cabeza, aunque a veces dudará, aunque a veces tuviera miedo.

Eso fue el verdadero comienzo. No cuando todo se volvió perfecto, si no cuando Emma aceptó que crecer significaba entrar en un mundo nuevo, uno que no conocía, pero que estaba lista para descubrir.




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