El sonido del teléfono sonando en mi oído fue como el tic-tac de una bomba. Una voz, profunda y suave, respondió al otro lado. "Acompañantes Profesionales, ¿en qué puedo servirle?". Me aclaré la garganta, con el corazón en la boca. "Llamo por el anuncio... sobre el Paquete Felices para Siempre".
Hubo un breve silencio. Y luego, su voz continuó, pero ya no sonaba tan profesional. Había un toque de picardía en el aire.
-Ah, sí. La solución para los cuentos de hadas. ¿Y usted necesita un príncipe, supongo?
Mis mejillas se encendieron. Era él. No una recepcionista. Él.
-Yo... la boda de mi amiga es en un mes. Ella quiere un cuento de hadas, con... con un pavo real y todo. Y yo... yo necesito... -mi voz se apagó, avergonzada.
-Entiendo. Un pavo real. Y tú, la dama de honor, necesitas una pareja que esté a la altura de la perfección. -Su tono era coqueto, pero con un toque de burla. Sentí que se reía de mí-. Ya veo el drama.
El momento de coqueteo se sintió real. Pero se desvaneció tan rápido como llegó. Su voz se hizo más grave y profesional que nunca.
-Parque de Diversiones Alton Tower. No llegues tarde. Necesito los detalles de su historia para preparar el proyecto.
Colgó sin más. Me quedé con el teléfono en la mano, mi mente en un torbellino. Había soñado con un príncipe, con una historia de amor, pero lo que acababa de conseguir era una cita con el caos.
La Montaña Rusa Huracán aceleraba sin cesar, llenando el aire con gritos de emoción y risas. Olía a algodón de azúcar recién hecho y a palomitas de maíz crujientes, una fragancia tan vibrante y alegre que contrastaba con el nudo de ansiedad en mi pecho. La dirección que me había dado me llevó al corazón del Parque de DiversionesAlton Tower, un lugar lleno de color y movimiento. El punto de encuentro era una discreta puerta de acero junto a la entrada de una de las atracciones más populares. Parecía la entrada a una zona exclusiva, un rincón apartado del bullicio. Y, en cierto modo, lo era.
Toqué el timbre y una voz de mujer, que sonaba sorprendentemente nítida a través del intercomunicador, preguntó: "¿Sí?".
-Tengo una cita para el paquete "Felices para Siempre" -dije, sintiéndome ridícula por usar el nombre.
La puerta se abrió con un zumbido silencioso. Me encontré en un pasillo iluminado con luces cálidas que reflejaban en paredes de un blanco impecable, conduciendo hacia una elegante recepción. Era una mujer de unos cuarenta años, con el cabello recogido en un moño pulcro y un traje de sastre impecable. No había ni una sombra del caos alegre del parque de diversiones en su compostura.
-Kara, ¿verdad? -dijo con una sonrisa amable y profesional-. Por aquí, por favor.
Me guio por el pasillo hacia una puerta de madera oscura. Entramos en lo que parecía una oficina privada, un espacio moderno y funcional que ofrecía un respiro del ambiente festivo del exterior. En las paredes había discretos estantes con libros y algunos reconocimientos enmarcados. Tras un escritorio de diseño minimalista, estaba él.
Era el hombre de la foto. El Dax que había inventado. Llevaba una camisa azul claro que realzaba el tono de sus ojos, y su cabello castaño, cuidadosamente peinado, le daba un aire de profesionalismo discreto. Me miró con una sonrisa, la misma de la foto. Solo que ahora, al verlo en persona, percibía una formalidad estudiada en cada uno de sus gestos.
-Kara. Por fin. -dijo, su voz era profunda y suave, tal como la había imaginado. Se levantó y me ofreció la mano-. Mi secretaria le habrá indicado que soy Dax. Para usted, seré Dax.
Le estreché la mano y sentí una formalidad que no tenía nada de romántico. Era la sensación clara de un acuerdo profesional.
-No sé qué decir... -empecé.
-No diga nada todavía -me interrumpió, señalando la silla frente al escritorio-. Siéntese. Lo primero que necesito saber, Kara, es por qué. Por qué ha escogido un paquete de este calibre. Hay opciones menos... comprometedoras.
Me senté, sintiéndome un poco como si estuviera en una entrevista.
-Aileen... mi amiga. La novia. Ella es la razón. Inventé a un hombre para evitar que me diera una lista de candidatos y... -mi voz se apagó-. Solo quiero que todo salga bien y... y quiero dejar una cosa clara.
-¿Una cosa clara? -repitió, mirándome con una ceja ligeramente arqueada, una expresión que parecía parte de su estudiada formalidad.
Tragué saliva, sintiendo un ligero rubor en mis mejillas.
-El paquete... no incluye... quiero decir, las cosas físicas. El contacto. No... no quiero que piense que...
Una sonrisa, esta vez ligeramente divertida y quizás un poco más genuina, asomó a sus labios. Me miró con esos ojos que transmitían una inteligencia aguda y se inclinó un poco hacia adelante.
-No se preocupe, Kara. No soy tan... informal.
Mi corazón dio un vuelco. El ambiente se relajó ligeramente, la tensión se disipó por un instante. Él era tal como lo había imaginado, con un aire de sofisticación y un ligero toque de humor. Pero tan rápido como apareció, ese momento se desvaneció. Su sonrisa se volvió más contenida, sus ojos recuperaron una frialdad profesional, y su voz, que antes sonaba con un dejo de diversión, se hizo más seria y directa.
-Pero, ya que lo menciona, sí. El contacto físico está estipulado en el contrato. Somos co-protagonistas, no una pareja real. Todo afecto será parte de la actuación. Los besos, los abrazos, las caricias... se ejecutan solo en público y de acuerdo con el guion. Es un acto profesional, no personal. Y para que no haya malos entendidos, el contacto físico que supere lo que haría una pareja delante de un familiar no está permitido bajo ninguna circunstancia. La regla es simple: no hay cama. ¿Entiende, Kara? Mi trabajo es fingir que la deseo, no hacerlo realidad.
Sus palabras fueron directas. Sabía lo que estaba pensando, lo que mi nerviosismo podía estar sugiriendo. Me sentí un poco expuesta.