Felice$ para $iempre

Capitulo 3: Guion de un amor de película

El eco de mi "Acepto las reglas" flotaba en el aire, denso y frío, como una sentencia de muerte. Mi corazón, que ya venía a un ritmo de tambor desde la llamada telefónica, se aceleró hasta la locura. Estaba sentada frente a él, el hombre de mi fantasía, el Dax que había inventado para Aileen, pero ahora lo veía como un hombre de negocios, esculpido por los dioses y vestido por un sastre de ensueño, y acababa de venderle mi cordura por una mentira. Mi mente era un torbellino de pánico. Un nudo gigantesco se había instalado en mi estómago y no tenía intención de irse. Esto no era una solución, era una bomba a punto de explotar.

—El paquete "Felices para Siempre" no es solo un acompañante —dijo, rompiendo el silencio que había seguido a mi declaración. Su voz era profunda y suave, como el ronroneo de un gato, y me hizo sentir un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío de la oficina. Se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los codos en el escritorio de cristal—. Es una solución integral, Kara. Incluye un guion para nuestra historia de amor, mi presencia en la boda y, por supuesto, una serie de citas previas para documentar nuestro romance.

Mi corazón dio un vuelco.

—¿Citas? ¿Y fotos?

Dax sonrió, una curva leve en sus labios que no llegaba a sus ojos. Sus ojos, dos pozos oscuros y profundos, se clavaron en los míos con una diversión que me hizo sonrojar.

—Es el siglo XXI, Kara. Aileen necesita pruebas para sus redes sociales, un archivo completo de nuestro idilio. Y yo, un profesional, te las proporciono.

Sacó un documento de su tableta y mis ojos se posaron en la cifra que brillaba en la pantalla: $10,000. El aire se me escapó por la boca en un jadeo ahogado. Un año entero de mi carrera universitaria, la matrícula, los libros, los malditos fideos instantáneos... todo eso valía mucho menos que la cifra que tenía ante mí. Esto no era dinero, era una broma de mal gusto.

—Eso... eso es... —tartamudeé, sin poder pronunciar la palabra "demasiado" por el nudo que me impedía respirar.

Dax me miró, una ceja arqueada, su rostro impasible.

—La perfección tiene un precio, Kara. Garantizar que tu amiga no descubra la farsa es un trabajo de tiempo completo.

Mi desesperación era un libro abierto para él.

—Pero... no tengo ese dinero. Es... es imposible. Soy una estudiante. Apenas puedo llegar a fin de mes.

Lo miré, sintiendo que las lágrimas se me subían a los ojos. Fue en ese momento que la expresión en el rostro de Dax cambió. No era lástima, sino una especie de fascinación, como si mi pánico le resultara la cosa más entretenida del mundo. Su sonrisa se suavizó un poco.

—Tu caso es interesante. La urgencia, el pavo real... tiene potencial —dijo, inclinándose hacia mí, su aliento a menta golpeando mi rostro. Sentí la piel de gallina en los brazos—. Te haré un trato especial. Un descuento por la experiencia. Y porque me parece que esto va a ser muy, muy divertido.

Mi corazón se aceleró con la esperanza.

—¿Cuánto...?

—Siete mil dólares. Un precio fijo. Un trato especial.

No había más que decir. Mi mano temblaba mientras firmaba el contrato en la tableta. El trato estaba sellado. La cifra seguía siendo un golpe, pero no uno fatal. Por primera vez, respiré. Había pasado de una ruina total a una deuda manejable. El alivio era tan grande que casi me dio un ataque de risa

—Ahora que eso está claro, vamos a crear el guion perfecto para tu amiga.

Se levantó y me miró con una intensidad que me hizo temblar.

—Dime, Kara. ¿Quién soy yo? ¿Cómo nos conocimos?

—Eres... un trader profesional. Nos conocimos en un congreso de universidad —respondí, sintiéndome como una actriz en una audición.

Asintió, satisfecho con la simpleza de la historia.

—Necesitamos un apellido para el príncipe —dijo, sus ojos fijos en los míos—. Un nombre que la haga soñar.

Mi mente se quedó en blanco. Mi boca se abrió, pero no salió ninguna palabra. El pánico se apoderó de mí. ¿Cómo podía crear un apellido para un hombre tan perfecto?

Dax me miró, una sonrisa sutil en sus labios. Sabía que me había acorralado.

—¿No sabes qué decir? —preguntó, su voz burlona—. Déjame ayudarte. ¿Qué tal... Caldwell?

Mis ojos se iluminaron.

—Caldwell... Me gusta. Es clásico. Es sólido.

—Y suena como un hombre que se enamoraría de una chica como tú —concluyó, y por un segundo, me permití creer que no era un actor, sino el hombre que me haría reír.

Dax se inclinó sobre el escritorio y, con un par de toques en su tableta, me envió una lista a mi teléfono.

—Estas son las citas que vamos a tener antes de la boda —dijo—. La primera, mañana, es un café. Después, una cena, un paseo por un parque ecológico, una visita a una galería de arte y, la más importante, un viaje solamente los dos. Cada cita tiene un propósito: fotos para Instagram, una anécdota para Aileen, un momento para demostrar que somos la pareja perfecta.

—También tenemos un manual de reglas.

Mi corazón dio un vuelco.

—¿Un manual?

—Sí. El contacto físico es estrictamente coreografiado. Si te toco el hombro, significa que estás bebiendo demasiado. Si te toco la espalda, es que estás hablando demasiado. Si te abrazo, significa que Aileen está mirándonos. El contacto se limitará a un beso en la boca en público y nunca en la mejilla. ¿Entendido?

Asentí, mi garganta seca. Sentí un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío de la oficina. La idea de pasar una noche con él, fingiendo ser su novia, me resultaba a la vez aterradora y extrañamente emocionante.

Me explicó que la historia de cómo nos conocimos en el congreso de la universidad sería la única versión. No habría otra. Debíamos memorizarla a la perfección.

—Mi nombre es Dax Caldwell —me dijo—. Memorízalo. Es el nombre del príncipe.

Traté de decirlo en voz baja, como si lo estuviera probando.




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