Lilo, una bolita de pelo canela que se había apoderado de mi corazón y de mi sofá, suspiró pesadamente a mis pies.
El sol de la tarde se colaba por la ventana, iluminando el caos de mi apartamento. Hacía solo unas horas que Dax y yo habíamos llegado del parque, con la perrita en brazos y una conexión extrañamente genuina flotando en el aire.
Las fotos para las redes sociales se habían convertido en recuerdos reales. La llamada de mi madre me devolvió de golpe a la realidad.
Dax, que se había mudado a mi apartamento como parte del "contrato" de cohabitación, estaba desempacando una de sus maletas en la sala de estar. Sacó un montón de libros de economía, un par de pesas y una cafetera de prensa francesa. Se volteó hacia mí, con una sonrisa burlona.
—¿Qué? ¿Esperabas que me mudara con un par de camisetas? No, mi querida Kara. Este es mi cuartel general ahora.
Mientras él organizaba sus cosas, el tono de mi teléfono rompió la relativa paz de la tarde. Vi el nombre en la pantalla y un escalofrío me recorrió. Era mi madre. Acepté la llamada, intentando que mi voz no delatara el nerviosismo.
—Hola, mamá —dije, tratando de sonar normal.
—¡Kara, mi amor! —su voz era un torbellino de emoción—. Te escucho tan contenta. Me llamó Aileen y me dijo que... ¡estás con un chico!
El mundo se detuvo. ¿Aileen? Sentí una punzada de ira y una oleada de pánico. Ella no me había llamado para ayudar, sino para ver cómo me hundía.
Miré a Dax, que estaba en mi cocina preparando un café, tan ajeno a la bomba que acababa de estallar.
—Mamá, yo... es complicado. No es lo que crees.
—¡Nada de complicado! Me dijo que es un chico guapo, con un buen trabajo...
Me alegro mucho por ti, hija. Me parece maravilloso que, con todo el estrés de la universidad, te des un tiempo para disfrutar. Escucha, tu padre y yo organizamos una cena familiar. ¡Te queremos ver a ti y a tu "amigo"!
Mis entrañas se retorcieron. Una cena familiar. Con tíos, primos y un sinfín de preguntas incómodas. Dax se giró, su mirada intensa, como si estuviera leyendo mis pensamientos.
—Mamá, no...
—¡Ni hablar! Si es tu amigo, es nuestro amigo. Y además, Aileen nos dijo que ella también vendrá, así que no se atrevan a faltar.
Colgué el teléfono, aturdida, con el sonido de la risa de mi madre aún en mis oídos. El caos se instaló en mi cerebro. No era una cena, era un juicio. Un juicio en el que Aileen sería testigo. Dax, que había escuchado todo, se acercó a mí, sus ojos brillando de diversión.
—¿Y bien? —preguntó, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Acabamos de conseguir una invitación a una cena familiar con mis padres, ¡y Aileen estará ahí! —dije, sintiendo que un torbellino de emociones me invadía.
Él no se inmutó. En lugar de entrar en pánico, soltó una carcajada.
—Voy a conocer a mis suegros. Interesante. Esto es más divertido. Un desafío de última hora.
Se acercó a mí, me tomó de la mano y me miró a los ojos con una seriedad que contrastaba con la situación.
—Vamos, Kara. ¿Cómo son tus padres? ¿Le gusta a tu padre el fútbol? ¿A tu madre le gusta que la abracen?
Me dejé llevar por su mano y, por un momento, el pánico se disipó.
—Mi madre es... un torbellino. Y mi padre es un poco más callado. Le encanta el fútbol y los carros.
—Bien, buen punto de partida —dijo, asintiendo con la cabeza, mientras su mente de trader empezaba a trazar un nuevo plan—. ¿Y a tu madre? ¿Le gusta cocinar? ¿Cuál es su platillo estrella?
—Le encanta. Y su lasaña... es legendaria.
Una sonrisa genuina se formó en sus labios.
—Perfecto. Tú serás mi guía, y yo el galán que no podrá quitarte los ojos de encima en toda la noche. Confía en mí, Kara. Saldremos de esta.
Mientras me miraba en el espejo, con el pánico aún en mis ojos, me di cuenta de que Dax estaba en una pose de actor, listo para el papel más importante de su vida, que de algún modo, por primera vez, me hacía sentir que no estábamos mintiendo.
El olor a lasaña de mi madre, a la que le llamábamos "La Legendaria", nos recibió en la puerta. Mis padres nos dieron la bienvenida con abrazos cálidos y preguntas, sobre todo a Dax. Mi madre lo invitó a pasar y mi padre le dio un saludo con la cabeza, evaluándolo en silencio.
—¡Kara! Mi amor, qué bueno que llegas —dijo mi madre, dándome un abrazo que me dejó sin aliento—. ¡Y él debe ser el famoso Dax! Pasa, cariño, siéntete como en casa.
Dax le sonrió con su sonrisa de un millón de dólares y le dijo, con una voz suave y amable.
—Un placer, señora. He escuchado tanto sobre su lasaña. Kara me ha hablado maravillas.
Mi madre se sonrojó de pura emoción, y en ese momento supe que Dax ya la tenía en el bolsillo. Aileen, que estaba sentada en la mesa con una copa de vino, nos vio entrar con una sonrisa burlona. Sus ojos parecían dagas, y me di cuenta que la cena sería una batalla campal.
—¿Y tú, Dax? ¿A qué te dedicas? —preguntó mi padre, con un tono neutro que me hizo querer esconderme bajo la mesa.
Dax se sentó, relajado, como si esta fuera su cena de todos los días. —Soy un trader independiente, señor. Me gusta la adrenalina de los números y la volatilidad del mercado.
—Interesante —murmuró mi padre, sin dejar de mirarlo.
La cena comenzó. Mi madre servía porciones enormes de lasaña y mi tía Bertha no paraba de hacer preguntas.
—Dax, ¿cuánto tiempo llevan juntos? ¿Cómo se conocieron? —preguntó, con una sonrisa en la cara.
Dax me miró con complicidad y se giró para responderle.
—Nos conocimos en una convención de emprendimiento, ¿verdad, amor? —dijo, usando el apodo cariñoso por primera vez—. Kara se acercó para preguntarme sobre mi negocio y, bueno, el resto es historia.
Mi corazón dio un vuelco. Aileen, que estaba a mi lado, soltó un bufido.
—No me digas, Kara, ¿tu amigo te dio una clase de matemáticas? —dijo con sarcasmo.
Dax se giró, sonriéndole a Aileen.