Desperté por las lamidas de Lilo. El olor a café recién hecho y el sol de la mañana se colaban por la ventana, pero el ambiente en mi apartamento era pesado y frío. Me sentí ligera, optimista, como si la noche anterior no hubiera sido una farsa, sino un primer paso hacia algo real.
Salí de mi habitación y lo encontré sentado en el sofá, con su computadora portátil en las rodillas. Estaba concentrado, sus ojos fijos en la pantalla, su mandíbula tensa. Me acerqué con una sonrisa, esperando una mirada, una broma, o al menos un "buenos días".
—¿Qué tal la mañana? —pregunté, mi voz llena de una esperanza ingenua.
Dax no levantó la vista. Su respuesta fue tan corta y carente de emoción que me dio un escalofrío.
—Productiva.
Mi sonrisa se desvaneció. Me serví una taza de café, el silencio entre nosotros era tan fuerte que casi podía oírlo. El chico que había sido tan cálido, tan protector y encantador con mi familia, se había esfumado. En su lugar, estaba el Dax original: el hombre de negocios, el frío profesional que me había ofrecido un contrato.
Decidí intentarlo de nuevo. —La cena de anoche fue... un éxito, ¿no crees? A mi mamá le encantaste. Y a mi papá, bueno, creo que ahora tienes un lugar en la mesa familiar.
Dax finalmente cerró la computadora portátil. No me miró. Su mirada estaba fija en un punto detrás de mí. Había algo en sus ojos que no había visto desde que firmamos el contrato: una distancia inmensa.
—Kara, debemos hablar.
El tono de su voz me heló la sangre. Me senté en el sofá de enfrente, con el corazón latiendo con fuerza.
—¿Qué pasa? —pregunté.
Él suspiró, como si estuviera a punto de recitar un discurso aburrido.
—Anoche fue un trabajo. Nada más. Hicimos lo que teníamos que hacer para convencer a tu familia y a Aileen de que todo es real. Y funcionó. Pero eso no cambia lo que somos.
—¿Y qué somos? —pregunté, mi voz apenas un susurro.
Dax me miró por primera vez, pero su mirada no tenía calor. Era analítica, como si estuviera leyendo las cláusulas de nuestro acuerdo.
—Somos un acuerdo. Nada más. Las reglas siguen siendo las mismas, y no hay que olvidarlas.
Se puso de pie y comenzó a caminar por la habitación, como si estuviera enumerando los términos de un contrato.
—Uno: Somos socios. Esto es una relación profesional, no personal. Dos: No hay sentimientos involucrados. El contrato es claro al respecto. Tres: No hay expectativas más allá de los términos acordados. Cuatro: El afecto público es una actuación. En privado, volvemos a ser lo que somos.
Cada una de sus palabras fue como un golpe en el estómago. Me sentí avergonzada, estúpida, por haber creído que lo de anoche significaba algo. Aileen había tenido razón al dudar de nosotros.
—Lo entiendo —dije, sintiendo que un nudo se formaba en mi garganta.
Dax se detuvo y se giró. —Bien. Porque el contrato no cubre la confusión. Ni los sentimientos. Ni la necesidad de saber qué somos realmente.
Dejó la habitación, y me quedé sola en mi sofá, con el eco de sus palabras resonando en el silencio. El calor de anoche se había esfumado, y en su lugar solo había una pregunta dolorosa. ¿Qué éramos realmente? Y la respuesta que Dax me había dado era mucho más dura de lo que mi corazón estaba dispuesto a aceptar.