El silencio después de la puerta cerrada fue más ensordecedor que cualquier grito. Me quedé en la mesa, con el tenedor en la mano, y el eco de mis propias palabras resonando en mi cabeza: "Solo es un contrato". Había actuado por instinto, defendiéndome de la confusión y la vulnerabilidad. Había usado la única arma que conocía: la lógica fría y la distancia. Y ahora, el resultado de mi "victoria" era un silencio que apestaba a derrota.
"Vaya, todos los hombres son iguales."
Esa frase. La había dicho con una amargura tan profunda que me había golpeado más que cualquier insulto. No era un ataque personal contra mí, sino una herida antigua, una que yo había reabierto sin saberlo. El zumbido de mi mente, que siempre procesaba datos y estrategias, estaba roto. Solo había una imagen: la de sus ojos llenándose de lágrimas antes de huir a su habitación.
Me levanté y empecé a recoger la mesa. Quería escapar de la escena del crimen, volver al sótano donde todo tenía sentido. Pero no podía. Me sentí como un cobarde. Había actuado como un muro de cemento para que no entrara, pero al mismo tiempo la había atrapado entre mis muros. Mientras limpiaba los platos, la puerta de su habitación se abrió. Kara salió, su rostro estaba pálido y sus ojos hinchados, pero su postura era recta. Lilo salió detrás de ella y vino a mis pies, y yo la acaricié. Kara me miró, y por primera vez, no vi enojo, sino una tristeza tranquila.
—No tienes que limpiar eso —dijo, con una voz suave que me partió el alma.
—Lo hago yo. Lo siento.
Ella no respondió. Se sentó en el sofa
La dejé en paz por un momento, me limpié las manos, y luego fui a sentarme en el sofá de enfrente, con la distancia de seguridad que habíamos establecido desde el principio.
—Dax... yo te debo una explicación. Por lo que te dije.
Negué con la cabeza. —No tienes por qué. Lo de ayer fue... innecesario.
—Sí lo tengo —dijo, con un suspiro pesado—. La razón por la que Aileen me dijo lo que me dijo... y por la que me asusta que esto termine... tiene un nombre. Su nombre es Alex. Él era mi novio.
Me quedé en silencio, escuchándola con una atención que nunca había creído ser capaz de tener.
—Alex era mi vida entera. Estuvimos juntos desde que éramos adolescentes. Mis padres lo adoraban, Aileen lo idolatraba. Él era todo lo que ellos querían para mí. Y yo también lo creía. Pero con el tiempo, se fue volviendo más y más raro. Distante, con secretos. Me sentía sola.
Su voz se volvió más baja, más íntima, y yo me sentí cada vez más atrapado en su historia.
—Me decía que estaba trabajando hasta tarde, que no podía responder el teléfono.Y yo, ingenua, lo entendía. Lo defendía de mis padres, que no entendían por qué me había vuelto tan raro. Me decía que el amor era más importante que cualquier cosa, incluso que la verdad.
Se detuvo y miró a Lilo, que ahora la miraba con sus ojos grandes y expresivos.
—Un día, simplemente desapareció. Se fue. Me dejó sin una explicación, sin una llamada. Nunca supe quién era esa persona. Después de eso, mi padre se enojó, mi madre se preocupó, y Aileen me dijo que había sido un error haber confiado en él. Y un mes después, me dijo por mensaje que nunca me había amado. Que todo lo que teníamos era una farsa.
Las palabras de Kara eran como dagas que me atravesaban. La amargura en su voz, el dolor en sus ojos, me hizo sentir como si el suelo se abriera bajo mis pies. Ahora entendía. La había herido de la peor manera posible. Había sido el fantasma de Alex, el que le había recordado la mentira.
—Yo no quería que te sintieras así —dije, sintiéndome estúpido, cruel, y arrepentido.
—No lo hiciste a propósito. Lo sé. Pero me doy cuenta de que esto me está haciendo más daño que bien.
Kara se puso de pie, su postura era decidida, pero sus manos temblaban.
—Dax... esto tiene que terminar. No puedo seguir. No es justo para ninguno de los dos. Te daré el dinero. Por favor, vete.