Felice$ para $iempre

Capítulo 12: El Inicio del Fin

Tres años antes, mi vida era una prisión. No de barrotes, sino de expectativas. Cada día era un peso, una lección más sobre cómo ser el heredero perfecto. Se esperaba que fuera el hombre que mi padre había planeado: traje impecable, cartera abultada y un corazón tan frío como el aire acondicionado de su despacho.

Estudiaba porque debía, pero mi mente estaba en otra parte. Me veía en las calles, con un bote de spray, pintando murales. El arte era mi escape, mi verdadera vocación. Pero cada vez que intentaba siquiera mencionarlo, mi padre me cortaba en seco.

—Un artista no es un hombre de verdad —decía, con una voz que no admitía réplica, mientras golpeaba la mesa—. ¿Crees que puedes construir un legado pintando garabatos? Un hombre de verdad toma decisiones, tiene un negocio, un legado. Si no te vuelves abogado, no eres nadie. No serás digno del apellido Langston.

Y mi madre, a pesar de sus intentos por protegerme, siempre le daba la razón.

—Es por tu bien, hijo. Tu padre solo quiere que estés a salvo. Que tengas un futuro seguro.

—¡Mi futuro seguro es este! —grité un día, señalando la pila de libros sobre derecho—. ¡Esta es la vida que él me eligió, no la que yo quería!

Mi madre se quedó callada, mirando el suelo, sin atreverse a contradecirlo. Ella no entendía que su protección era lo que más me asfixiaba. Me sentía encadenado. Cada vez que intentaba dar un paso, la cadena tiraba de mí, y me daba cuenta de que no tenía el control de mi vida.

El Primer Escape

Mi punto de quiebre fue un jueves por la tarde. Estaba en una cafetería, estudiando para un examen final, cuando una chica se me acercó. Llevaba un traje de oficina y una expresión de pánico que me hizo sentir que éramos almas gemelas.

—Necesito un favor. Uno muy grande —dijo, con la voz temblorosa, y se sentó en la silla frente a mí—. ¿Estarías dispuesto a ser mi novio de alquiler? Es solo por una noche, para una fiesta de la empresa. Te pagaré lo que sea, te lo juro. Es la única forma de que mi jefe no me despida.

—¿Novio de alquiler? Qué estúpido. No lo voy a hacer —respondí, con un tono sarcástico y un suspiro de resignación. La idea era absurda, casi irónica—. ¿Y por qué yo?

—Porque me miraste a los ojos. Y no te reíste. Mientras todos se burlaban de mí y me decían que me fuera, tú fuiste el único que no lo hizo. Y de alguna forma, me sentí segura.

—Segura —repetí, mi voz ahora era un murmullo—. ¿De todos los lugares del mundo, te sientes segura en una cafetería con un completo desconocido que acaba de decirte que la idea de tu vida es estúpida?

—La gente es más honesta cuando cree que no la están escuchando —respondió ella, y me miró directamente a los ojos, como si estuviera leyendo mi alma—. Y por un segundo, vi que estabas tan perdido como yo. ¿No estás cansado de fingir? ¿De vivir una vida que no es tuya?

En sus palabras no había burla, solo una desesperación que me resultó familiar. Era la misma desesperación que yo sentía por mi futuro, por salir de la jaula que mis padres habían construido para mí.

De repente, lo vi. ¿Por qué no? Si no podía ser mi propio hombre, al menos podía ser el hombre de los sueños de alguien más, por una tarifa. Un guion, una historia, un personaje. Un escape. Y mi oportunidad de obtener el dinero suficiente para huir de esta vida.

Acepté su propuesta. La noche de la fiesta fue un éxito. Mi actuación fue impecable. La hice reír con mis bromas, la abracé de forma que su jefe creyera que estábamos perdidamente enamorados, y le conté un sinfín de historias inventadas sobre nosotros. Cuando la noche terminó, me entregó un sobre gordo lleno de billetes.

—Gracias —me dijo, con lágrimas en los ojos—. Me salvaste la vida.

—Es mi trabajo —respondí con una sonrisa, aunque en el fondo sabía que no era un trabajo, sino un escape.

La Creación de Dax Caldwell

Así, sin darme cuenta, mi vida cambió. Con ese dinero me compré un ordenador, hice una página web simple y anuncié mis servicios. Me convertí en Dax Caldwell, el novio perfecto para todo tipo de mujeres: la que quería dar celos a su ex, la que necesitaba una excusa para escapar de sus padres, y la que simplemente quería sentir que tenía a alguien en su vida.

Con cada trabajo, fui puliendo mi oficio. Creé el negocio, le di un nombre, y le puse reglas inquebrantables.

"Nada de sentimientos. Nada de sexo. Solo un acuerdo de negocios."

Era la única forma de no terminar herido. Me había convencido a mí mismo de que no era más que una transacción. Pero en el fondo, sabía que era más que eso. Era un escape. Un escape para ellas, un escape para mí.

Subí la gran escalera, sintiendo cada escalón como un recordatorio del peso de mi pasado. Cuando llegué al pasillo, me detuve frente a la puerta de mi antiguo cuarto. El aire acondicionado estaba encendido, el escritorio impecable y los libros de leyes seguían en el mismo lugar donde los dejé. Era como un museo de la persona que se suponía que debía ser, y la incomodidad me hizo sentir un escalofrío.

Saqué mi teléfono y vi el buzón de voz de Kara, un recordatorio de que mi última llamada no había sido contestada. Luego, abrí la aplicación de mensajes.

Kara:

Hola, soy yo. Sé que me llamaste varias veces. Te he bloqueado el número. Sé que te debo una explicación por lo del dinero, pero ya no me importa. Ten tu depósito, y no me vuelvas a llamar. Borra mi número, por favor.

Un mensaje frío, un simple recordatorio de que lo nuestro fue solo un negocio. Me sentí tan estúpido. Abrí sus redes sociales y vi una foto. Kara y Lilo, su adorable perrita. Pero no estaban solas. Había un chico que no reconocí a su lado, con una sonrisa que me hizo sentir celos. Un pinchazo en el pecho, un recordatorio de que no fui el único que la lastimó.




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