El reencuentro con Leo fue inesperado. Habían pasado solo dos días desde que corté todo contacto con Dax, y estaba tan sumida en mi propio mundo que casi choqué con él.
—¡Kara! ¿Eres tú? —exclamó Leo, con una sonrisa que iluminó su rostro—. ¡No te he visto en años!
La conexión fue inmediata, como si el tiempo no hubiera pasado. Nos pusimos al día durante horas, sentados en una mesa pequeña, bebiendo café y riéndonos de viejas anécdotas universitarias.
—¿Te pasa algo, Kara? —preguntó de repente, su voz suave, notando mi mirada perdida—. Te veo... apagada.
Negué con la cabeza, intentando disimular mi dolor, pero él no se rindió.
—Necesitas salir de este capullo en el que te has metido. ¡Vamos a nuestro viejo bar esta noche! Te prometo que te hará bien.
A regañadientes, acepté. No tenía ganas de ir, pero la idea de seguir encerrada en mi apartamento, hundiéndome en mis pensamientos, era aún peor.
—Solo un rato —le dije, y él me sonrió.
—Con un rato es suficiente para empezar.
Al llegar, el bullicio del lugar no hizo nada por mí. La risa de Leo se sentía vacía, como un eco lejano. Me rodeaba con un brazo mientras me contaba una anécdota, pero mis oídos no escuchaban. A pesar de los dos días, la ausencia de Dax era un eco constante en mi vida. Me dolía más de lo que jamás imaginé que una mentira pudiera. Había intentado no pensar en él, de verdad. Pero su ausencia era como una herida que no dejaba de sangrar. Estaba ahí, sentada a la mesa, mientras mi mente revivía cada momento falso que había compartido con él, cada llamada que no contesté, cada mensaje ignorado.
Y entonces, lo vi. Mi corazón se detuvo. No podía ser él. Pero ahí estaba, parado al borde de mi mesa, con los puños apretados a los costados y la mandíbula tensa. Sus ojos, que siempre me habían parecido tan fríos y calculadores, estaban llenos de una furia que nunca antes había visto.
El mundo pareció detenerse, mi mente se vació de cualquier pensamiento que no fuera él.
—¿Dax? —susurré, mi voz se perdió entre el ruido del lugar. La sorpresa me dejó sin aliento.
Él no respondió. Solo me miró. Sus ojos se fijaron en el brazo de Leo alrededor de mi hombro. Su mandíbula se tensó, una vena se le marcó en el cuello. No dijo una palabra, no me confrontó. Simplemente se dio la vuelta y se dirigió a la barra.
El mundo se sintió más silencioso de repente. Lo observé pedir un trago, luego otro. Y otro más. Vi cómo el líquido ardiente se le escurría por la garganta. Me di cuenta de que su dolor era real. No estaba actuando. Su furia se había convertido en un veneno que lo estaba consumiendo. Me sentí responsable, y mi corazón se encogió.
—Necesito irme —le dije a Leo, mi voz temblaba.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien? —preguntó, su rostro lleno de preocupación.
—No... no lo estoy —respondí, con lágrimas en los ojos—. Solo... no puedo estar aquí.
Me levanté de la silla. Mi mente estaba en un caos. Había esperado que me buscara, y ahora que estaba aquí, me sentía más perdida que nunca. Tenía que huir de él, de su dolor, de mi propio dolor.
Corrí hacia la salida, mi corazón martillando en mi pecho. Escuché a Leo llamarme, pero no me detuve. No quería que me viera llorar, ni que viera lo rota que estaba. Abrí la puerta, pero una mano se cerró en mi muñeca.
—Kara... —dijo su voz, su aliento a licor—. Por favor, no te vayas.
Me giré, mirándolo. Su mirada, antes llena de furia, ahora estaba llena de arrepentimiento. Se tambaleó un poco, su cuerpo cansado.
—¿Para qué? ¿Para que me utilices otra vez? —le espeté, con la voz quebrada por la rabia y el dolor—. El contrato terminó, Dax. ¿No lo entiendes? Te pagué, ¡ya no necesito nada de ti!
Su rostro se contrajo, como si le hubiera abofeteado. El arrepentimiento se mezcló con una nueva ola de desesperación.
—¡No digas eso, Kara! ¡Nunca fue solo un trato para mí! Lo que sentí, lo que siento... ¡es real!
—¡Real! —solté una risa amarga que se convirtió en un sollozo—. ¿Real? ¿Como cuando me hacías creer que te importaba?
Él dio un paso hacia mí, su mano extendida, pero yo retrocedí.
—¡No me toques! Ya no tienes derecho. He pagado mi deuda. Nuestro "acuerdo" ha terminado.
El alcohol en su aliento se hizo más evidente, y sus ojos, antes nublados por el dolor, se endurecieron.
—No ha terminado nada, Kara. No cuando me siento así. No cuando la idea de que ese tipo te tenga cerca me está volviendo loco. Estoy celoso. Y no puedo soportarlo, no puedo soportar el dolor de saber que tal vez ya no soy el único en tu vida.
—¡Celos! —espeté, mi voz se quebró—. ¿Ahora? ¿Después de usarme? ¡Tú mismo dijiste que era un contrato!
Leo llegó a nuestro lado, su rostro una mezcla de confusión y preocupación.
—Suéltala.
—Tú no te metas —la voz de Dax era un gruñido bajo—. Esto no es de tu incumbencia.
—Claro que lo es —Leo se interpuso entre nosotros, pero Dax no soltó mi muñeca—. Ella es mi amiga, y estás fuera de control.
—¿Fuera de control? ¡Estoy loco por besarte, maldita sea! —la confesión salió como un grito, y el mundo pareció detenerse de nuevo.
Antes de que pudiera reaccionar, Dax me levantó del suelo con una facilidad alarmante. Mis pies pataleaban en el aire, mi grito ahogado por la sorpresa.
—¡Dax! ¡Bájame! ¡Estás loco!
Me aferré a su camisa, golpeando su pecho, pero él me sostuvo con firmeza. Su rostro, cerca del mío, estaba lleno de una determinación feroz.
—No. No te voy a dejar aquí para que te consuele otro. No voy a dejar que te alejes de mí así.
Comenzó a caminar, abriéndose paso entre la multitud atónita del bar. Mis protestas se mezclaban con las miradas curiosas y algunos murmullos. La vergüenza me invadió, pero el miedo era aún mayor.
Salimos a la fría noche, y el aire fresco golpeó mi rostro. Él siguió caminando, conmigo en sus brazos, como si no pesara nada, directamente hacia la calle.