El mundo se disolvió en una tormenta de sensaciones. Mis gemidos se perdieron en el beso, y cada caricia de Dax se profundizó con una urgencia que no me atrevía a rechazar. Sus dedos, antes suaves, ahora se aferraban a mi cintura, y su toque fue la chispa que encendió el fuego. Me aferré a él con todo mi ser, dispuesta a rendirme, a dejar que el deseo borrara la rabia y el dolor, a entregarme a este hombre que me había mentido, pero que ahora me hacía sentir más viva que nunca.
El beso se volvió más salvaje, más profundo, una sinfonía de emociones incontrolables. Me tomó por la cintura, alzándome un poco, y mis piernas se enredaron alrededor de su cadera. El muro de la puerta era nuestro único apoyo, y la ropa se sentía como una barrera insoportable. Era un caos perfecto, y yo no quería que terminara. En ese momento, solo existíamos él y yo, el pasado y el futuro desaparecidos en una descarga eléctrica de piel contra piel.
Pero, tan rápido como había comenzado, el beso se rompió.
Dax se separó, jadeando, y me bajó lentamente al suelo. Mis pies apenas tocaron el piso. Ambos estábamos sin aliento, nuestros cuerpos temblando con el eco de la pasión. La luz de la lámpara del pasillo proyectaba una sombra sobre su rostro, pero sus ojos azules ardían, húmedos y llenos de una mezcla de deseo y vulnerabilidad que me hacía temblar.
El silencio que siguió fue insoportable. El ardor de mis mejillas y la pulsación en cada parte de mi cuerpo me recordaron cada momento de lo que acababa de suceder. La verdad me golpeó con fuerza. Me había entregado a él en un arranque de pasión, olvidando que este hombre era el que me había mentido.
—Esto... esto no fue parte del contrato —murmuré, mi voz se rompió.
Dax me miró, la máscara de profesionalismo que solía usar estaba completamente rota.
—Nada de esto fue parte del contrato, Kara. Ni una sola parte. —Su voz era grave, ronca—. La cena con tu familia... esos no eran guiones. No me pagaron para sentir. Y lo que pasó en esta puerta... eso no se finge, Kara.
Sus palabras eran una daga de doble filo. Eran la verdad que había anhelado escuchar, pero también el recordatorio de la mentira en la que me había ahogado. Retrocedí, saliendo de su alcance. La rabia, que había sido enterrada por el deseo, resurgió con fuerza.
—No lo sé, Dax. Te pagué para que fueras el novio perfecto. Y lo fuiste. Ahora... no sé si puedo confiar en lo que dices. ¿Cómo distingo la mentira de la verdad cuando todo lo que me has dado ha sido un guion?
Dax se acercó a mí, sus ojos suplicantes.
—No te pido que confíes en mí. Te pido una oportunidad para demostrarte que no te miento. Te pido que dejes de huir de mí y de ti misma. Sé que lo sentiste.
Me quedé en silencio, procesando sus palabras. No podía negarlo. Lo había sentido. Pero el miedo a ser herida de nuevo era más grande que cualquier deseo. No podía. No todavía. La distancia entre nosotros se había acortado por un momento, pero el abismo de la desconfianza seguía ahí. Y yo no sabía cómo, o si quería, cruzarlo.
En ese momento de caos e indecisión, mi teléfono vibró en el bolsillo, rompiendo la intensa burbuja que nos rodeaba. Era un mensaje de Aileen.
Aileen:
Kara, necesito que vengas mañana sin falta. ¡Tenemos la prueba de los vestidos de dama de honor! Es la última oportunidad antes de la boda, ¡no puedes faltar!