La luz de la mañana se colaba por la ventana, pintando la piel desnuda de Dax con un suave resplandor. El aire estaba pesado, un perfume embriagador de café y de él, de su colonia y de la cruda verdad de la noche anterior. Giré mi cabeza en la almohada y me encontré con su rostro, sereno en el sueño, sus labios entreabiertos, su respiración lenta y profunda. Mi corazón latía a un ritmo descontrolado, un tambor que anunciaba el fin de una mentira y el inicio de una verdad tan aterradora como emocionante.
Deslicé mi mano, casi por inercia, por el tatuaje de su brazo, siguiendo el camino que había aprendido de memoria la noche anterior. Él se movió, y un murmullo de sueño escapó de sus labios. Sus ojos azules se abrieron lentamente, una bruma de sueño y de una posesión tan pura que me hizo temblar.
—Buenos días —murmuró, su voz grave y ronca, el sonido de la verdad.
—Buenos días —respondí, mi voz apenas un susurro.
El silencio que siguió no era incómodo, sino una confirmación. Nos miramos por lo que parecieron horas, y en sus ojos, vi la misma confusión, el mismo miedo y la misma esperanza que sentía yo. El contrato había terminado, pero ¿qué éramos ahora? ¿Qué había quedado de la farsa, ahora que nuestros cuerpos se conocían con tanta brutal honestidad?
El chirrido del teléfono me sacó de la cama. Era Aileen. Me tensé.
—Kara, ¿ya están listos? ¡Llamé a Dax, pero no me contestó! ¡Ya estamos en la carretera, no podemos esperar! —dijo, su voz una explosión de emoción.
Dax me quitó el teléfono de la mano. Sentí el calor de su cuerpo contra el mío, un calor familiar que me hizo jadear.
—Estamos en camino, Aileen. Solo... nos quedamos dormidos —dijo, y la miró con una sonrisa que me hizo temblar. El brillo en sus ojos, el doble sentido en sus palabras, la intimidad en el simple acto de mentir, me hizo sonrojar.
—¡Perfecto! ¡Los veo allá! —chilló Aileen, y colgó.
El viaje en coche fue más relajado de lo que esperaba. Había una cercanía entre nosotros que no existía antes. Hablábamos de todo y de nada, y cada palabra que no decía, él la adivinaba. Mi mano, que había estado apretada en mi regazo, se deslizó y se encontró con la de él, y él la apretó con fuerza.
—¿Estás lista para el punto de no retorno? —preguntó, con una sonrisa en sus labios.
—¿El punto de no retorno? —murmuré, mi voz una mezcla de miedo y de emoción.
—Sí —dijo, su mirada fija en la carretera—. Ya no somos Kara y Dax de la farsa. Somos Kara y Dax.
La propiedad de Aileen estaba en la playa. Cuando bajamos del coche, el calor del sol me golpeó, pero fue la brisa salada del mar, el sonido de las olas, y la vista de las palmeras lo que me hizo sentir el fuego.
Una gran parrilla humeaba en el jardín, y un grupo de chicos reía cerca de la piscina, con cervezas en la mano. Más allá, cerca de un gazebo blanco, vi un grupo de mujeres, vestidas con vestidos de verano y riendo. Todos se giraron al vernos llegar, y una oleada de calor, que nada tenía que ver con el sol, me recorrió.
Aileen fue la primera en acercarse, sus ojos brillando de emoción. Me tomó de la mano y me jaló hacia ella, con una sonrisa deslumbrante.
—¡Ya era hora de que llegaran! ¡Estaba a punto de mandarte un dron! —dijo, riendo. Luego, miró a Dax con una sonrisa cómplice—. ¡No te robo a la novia por completo, solo la suficiente para que se ponga su vestido y empiece la fiesta!
Detrás de Aileen, vi a Leo. Su sonrisa era genuina, pero en su mirada había un toque de algo que me hizo tensar. Se acercó y me abrazó con familiaridad, un gesto que no pasó desapercibido para Dax.
—¡Kara! Qué bueno que llegas —dijo, su voz una mezcla de emoción y de advertencia—. Es hora de que te unas a las chicas.
Dax, que se había mantenido en silencio, me tomó de la cintura. Su mano se apretó de una forma que solo yo pude sentir. Su mirada se volvió gélida, una posesión que no me atreví a rechazar.
—Nos vemos más tarde, cariño —dijo Dax, su voz un susurro que solo yo pude escuchar.
Me miró, y en sus ojos, vi una nueva promesa. La farsa se había desmoronado, y en sus escombros, una nueva verdad estaba naciendo. Esta despedida de solteros no era una celebración para Aileen, era la prueba de fuego para nosotros. Y yo, por primera vez, me sentía más viva que nunca.