Dax acababa de quitarme el teléfono, y el miedo me había dejado en un estado de parálisis. Yo estaba completamente vestida, sentada en el sillón de mi sala, con Lilo, mi pequeña y peluda perrita, acurrucada a mis pies, sintiendo mi temblor.
Dax se acercó y se arrodilló frente a mí, su figura imponente se doblegaba.
—Mírame, Kara. —Su voz era profunda y suave—. Se acabó. No volverá a escribirte. Te lo prometo.
Pero yo no podía calmarme.
—Estoy asustada, Dax. —Mi voz era un hilo frágil—. Nunca había sido tan directo. ¿Y si no se detiene? ¿Y si alguien más lo sabe?
Dax tomó mis manos. —Shhh. No va a volver a tu vida. El miedo de perderte me consume, mi amor. —Sus ojos prometían posesión—. Por eso actué tan bruscamente, y me disculpo por ti.
Se puso de pie, el deber superando al sentimiento.
—Necesito salir. Voy a asegurar el perímetro y a limpiar cualquier rastro que tu Ex haya podido dejar. No puedo hacerlo desde aquí.
Se puso su saco, un gesto de negocios. Miró a Lilo, que lo observaba con sus grandes ojos.
—Lilo, cuida bien a mamá, ¿de acuerdo? —Le dio una breve caricia en la cabeza, un gesto adorable .
—Escúchame bien, Kara. Quédate aquí. No salgas del apartamento. Bajo ninguna circunstancia. No abras la puerta. No contestes llamadas. Tu seguridad depende de mi ¿Entiendes?
—Sí, Dax. Lo entiendo.
—Volveré pronto. —Dax salió del departamento, cerrando la puerta con un clic definitivo.
La soledad fue ensordecedora. La ausencia de Dax se sentía como un vacío físico. Lilo, sintiendo mi ansiedad, se levantó y gimoteó. Apenas habían pasado dos minutos, y el silencio fue destrozado por un golpe fuerte y seco en la puerta principal.
—¿Dax? ¿Eres tú? —pregunté, acercándome a la puerta con el corazón martilleando.
Una voz áspera y baja respondió: —Entrega de paquetes urgentes. Su prometido firmó la recepción.
—No he pedido nada. —Mi voz era firme, aunque mis manos temblaban.
Hubo un silencio. Luego, el sonido de algo metálico forzando la cerradura, seguido por un crujido ominoso.
El pánico se desbordó. Retrocedí hasta chocar con el sofá, buscando algo para defenderme. Lilo comenzó a ladrar con furia, posicionándose valientemente entre mí y la puerta.
La puerta cedió. Entraron dos figuras altas, vestidas completamente de negro.
Llevaban gorras y mascarillas. No pude ver sus rostros.
La primera figura me acorraló contra la pared. Lilo saltó, mordiendo el pantalón del secuestrador. El hombre no dudó: soltó una patada rápida y seca. Lilo aulló, golpeando el suelo soltando un gemido de dolor .
—¡Lilo! —grité, mi corazón desgarrándose.
La primera figura sujetó mi brazo con una fuerza de hierro.
—Señorita Kara. —Su voz era profesional—. No se resista. Su Novio va a cooperar. Esto es solo una garantía.
—¡Sueltenme! ¡Dejen a mi perra! —grité, forcejeando con toda mi fuerza.
El segundo hombre se acercó, sosteniendo el pañuelo.
—No la lastimes. Solo duérmela. El jefe quiere esto limpio.
Sentí un pañuelo húmedo y frío presionarse sobre mi boca y nariz. El olor era dulce y sofocante.
—¡Dax...! —Intenté gritar su nombre, mi última palabra de auxilio.
—Su querido Dax no la va a ayudar ahora. —Dijo la primera figura, con una burla helada.
Mis párpados se sintieron pesados. La última imagen que tuve fue la de las figuras de negro arrastrándome fuera del departamento, pasando junto al cuerpo tembloroso de Lilo, hacia la oscuridad de la escalera, dejando la puerta abierta de par en par.
El control de Dax se había esfumado. Yo era solo una garantía. Y Lilo era la primera víctima.