Felice$ para $iempre

Capítulo 27: El Peso de la Verdad

Dos días. Dos días desde que el escándalo se había tragado a Alex Fox y liberado a Kara. Había enfrentado secuestros, violencia y el colapso social, pero mi mayor terror seguía siendo la confesión de la verdad. Necesitaba que me perdonaran. No solo Kara, sino las personas que la amaban.

La primera prueba fue con sus padres. Entré a la casa de los Smith, sintiendo el peso de Thorne Enterprises en mi traje.

—Señor Smith, Señora Smith —empecé, mi voz firme, sin intentar suavizar el golpe—. No vine a dar excusas, sino a darles la verdad completa. Mi nombre completo es Darian Langston Soy el heredero.

El Sr. Smith asintió lentamente. Sus ojos me taladraron, exigiendo más que una disculpa.

—Lo que queremos saber es... ¿por qué la mentira, Darian?

—Porque me estaba ahogando. Mi padre siempre quiso que fuera abogado corporativo, pero yo amaba la pintura, amaba crear. La única forma de mantener mi libertad era creando una empresa que me diera dinero rápido .
La confesión era como abrir una vieja herida.

—Necesitaba un escape. Usé el alias de Dax, no solo para huir de mi apellido. La primera interacción entre Kara y yo fue a través de mi servicio de co-protagonistas, "Acompañantes Profesionales".

Tomé una respiración profunda, reviviendo la vergüenza inicial.

—Ella llamó por el "Paquete Felices para Siempre". Yo respondí al teléfono. Ella era la Dama de Honor que inventó un novio perfecto para Aileen. Yo era el actor contratado para fingir ser ese "príncipe".

Les conté las reglas. Les hablé del contrato: "Todo afecto será parte de la actuación. Los besos, los abrazos, las caricias... se ejecutan solo en público y de acuerdo con el guion. La regla es simple: no hay cama."

—Esa era mi vida. Un guion. Pero al fingir amarla, me enamoré de la verdad que ella era. Nuestra relación empezó con el contrato, pero se convirtió en la única verdad real en mi vida. Seguí con el alias para protegerla de mi mundo, sin darme cuenta de que el secreto era el mayor peligro.

Vi el dolor y, finalmente, la aceptación en el rostro del Sr. Smith.

—Nos demostró que la amas, Darian —dijo con una voz que era una advertencia final—. Arriesgó todo. Pero si la hace sufrir una vez más... no habrá lugar en este planeta donde pueda esconderse.

—Nunca más. Tienen mi palabra.

El siguiente paso fue mi propia familia. Menos emocional, más corporativo, pero igual de crucial.
Mi padre estaba en su escritorio.

—Sé por qué estás aquí, Darian. Perdiste millones.
—Sí, Padre. Perdí el acuerdo, pero salvé mi vida y la de la mujer que amo. Usar el alias de Dax fue un acto de rebeldía, pero también una búsqueda de autenticidad. Y Kara es la mujer que amo
Mi madre, siempre mi aliada silenciosa, se acercó a mí

—Lo importante es que estás bien, Darian. Y que la amas. Si ese acuerdo nos costaba tu felicidad, era un mal acuerdo. Tienes nuestro perdón.
Mi padre suspiró, su única rendición.

—Ve y sé feliz, hijo. Pero el imperio Langston necesita un heredero que no mienta. Ya no más "Dax".

—Entendido, Padre.

La carga se había levantado. Fui directamente a buscar a Kara.
La encontré en casa. En mi mano, llevaba dos sobres.

—No más dramas, ni juicios —dije, tomando su mano—. Solo tú y yo.

La llevé a la Galería de Arte. Nos detuvimos frente a un lienzo cubierto. Sentía mi corazón latir con fuerza. Esta era la segunda verdad que debía confesarle.

—Esto es algo que solo sabe mi madre —susurré, quitando el paño—. Siempre he pintado.

El cuadro era ella: "La Calma en la Tempestad".

—La pinté hace meses. Tú no fuiste un contrato, Kara. Fuiste mi musa. Fuiste la única cosa real que creó algo de verdad en mi vida.
Vi las lágrimas en sus ojos al reconocerse.

—Te amo, Darian.
—Y yo a ti, Kara.

Le entregué el segundo sobre. Billetes de avión.

—El drama quedó atrás. Ahora, la magia.
Llegamos a Orlando al anochecer. La llevé directamente al parque temático de Harry Potter. El castillo de Hogwarts iluminado era irreal.

—Quería llevarte a un lugar donde el único drama fuera Voldemort —le dije, sonriendo por primera vez sin esfuerzo.

Su rostro se iluminó con una alegría salvaje. Soltó una exclamación y, sin previo aviso, salió corriendo de la galería con una velocidad juvenil.

​—¡Dax, tenemos que hacer las maletas! ¡Vamos a Orlando! —gritó desde el pasillo, el sonido de sus tacones resonando contra el mármol, ignorando por completo el ambiente formal del museo.

​—¡Es Darian, pero sí, vamos! —le respondí, siguiéndola, el corazón latiendo con la promesa de la felicidad. El drama quedó atrás. Ahora, la magia.




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