La luz de las velas, justo donde la había dejado, era lo único que luchaba contra la oscuridad. Sentía que mi corazón iba a explotar contra mis costillas; el disfraz de víctima de película que llevaba ahora se sentía como una macabra realidad. La noche de brujas no terminaba, me estaba devorando.
El teléfono inalámbrico chilló, una nota aguda y cruel. Lo tomé, obligándome a respirar.
—Hola, Kara. ¿Sola en casa?
Esa voz. Dios. Grave, distorsionada. Me cortó el aire.
—¿Quién es? ¡Juro que llamo a la policía!
—No son bromas. Es una encuesta... sobre el terror. El terror que te tiene temblando ahora mismo.
Mi mano temblaba, pero no podía colgar. Era como si mi cuerpo se moviera en cámara lenta, atrapado en una película de la que no era dueña.
—¿Por qué?
—Porque tu película favorita es la que termina con una sorpresa, ¿no es así? Y sé que te pusiste ese disfraz para mí.
Las palabras eran íntimas, asquerosas y excitantes a partes iguales.
—Tengo una última pregunta. ¿Tienes novio, Kara?
—¡No te importa!
—Ese es el problema. No hay novio para protegerte. Y si no lo tienes... ¿por qué no me invitas a pasar? Sé que estás sola. Veo una pared blanca, y justo ahora, unos pies con calcetines blancos que no son tuyos, pasaron por el pasillo detrás de ti.
El terror me ahogó. Grité, forzándome a mirar por encima del hombro.
Ahí estaba. La figura alta, el negro absoluto y la máscara blanca de Ghostface. Lo último que sentí fue cómo el teléfono era arrancado de mi mano.
Él se quitó la capucha. Se quitó la máscara. Y mis pulmones, que creí reventados, soltaron una carcajada histérica.
—¡LO SABÍA! ¡ERES INCREÍBLE! ¡CASI ME MATAS DEL SUSTO!
Él me sonrió. El sonido de su voz normal era una promesa.
—Tenía que ser inolvidable. ¿Aceptas la cita con tu acosador?
—Depende... ¿Prometes que me harás sentir cosas peores que el miedo, Dax?
Él me atrajo con una fuerza que me quitó el aliento. El abrazo que siguió no era de supervivencia, sino de puro fuego que explotaba entre nosotros. Él todavía olía a la tela barata de la capa y a la adrenalina de la persecución, un aroma que, en ese momento, encontré peligrosamente embriagador.
—No me hagas esto nunca más —susurré, mi voz apenas un temblor, pero mis manos no dejaban de trazar la línea de su mandíbula.
Él sonrió, ese destello de travesura que tanto me gustaba.
—¿Y perderme el placer de ver tu respiración acelerarse por mí? Imposible.
Dejó caer la máscara arrugada. Sus ojos se encontraron con los míos en un choque eléctrico que eclipsó la luz de la luna.
El miedo se había evaporado, dando paso a algo crudo y explosivo.
Me levantó sin esfuerzo, sus manos fuertes se cerraron bajo mis muslos, y yo envolví mis piernas alrededor de su cintura. La pared blanca, el escenario de nuestra obra de terror, ahora era solo el fondo para el deseo que acababa de explotar.
—Tuviste tu final feliz, Ghostface —dije, tirando de la camiseta negra para exponer su pecho.
—No —respondió él, su voz grave se había vuelto ronca por el juego—. El final feliz apenas está empezando. Y no hay mejor recompensa para una gran actuación que un bis.
Me besó con la urgencia de un acosador que finalmente había atrapado a su presa... sabiendo que yo era cómplice en mi propia y deliciosa captura. La noche de terror había terminado, y la noche de pasión apenas comenzaba.