No sé cuánto pasó en silencio. Ambos mirándonos.
Quizá fueron horas, o quizá solo segundos.
Pero su rostro en ningún momento dejó de ser impasible, frio. Además, si las miradas fueran cuchillos, yo tuviera unos cuantos. Era mi momento de pasar cuentas, el me ignoró, ahora era mi turno.
Me obligué a recoger mi teléfono, me pensaba marchar, pero su mano me detuvo cuando sujetó mi muñeca. Un escalofrío recorrió mi espalda, su mano estaba helada, además de que fue muy preciso. Sin dudar.
Bajé la vista a su mano, aún tenía mi muñeca sujeta. Me zafé de su agarre de un solo tirón.
—¿Qué te pasa, idiota? —fingí irritación.
Él frunció el ceño, apenas un segundo, lo suficiente para notar su confusión.
—¿No sabes quién soy? —preguntó.
Sonreí sin gracia.
—¿Acaso eres importante? —saqué mi gel, distraída—. No, no sé quién rayos eres. —Mentí.
Él sonrió, pero fue una sonrisa extraña, fugaz.
—Bien. Soy Jasper.
—¿Y? ¿Ahora te doy un aplauso? —ironizé.
—¿Lo quieres hacer?
Dejé de sonreír.
Maldito.
—Vete al diablo.
Empecé a caminar en dirección contraria. Sé que debería haber sido la chica dulce, amable, paciente.
Pero él no es cualquiera.
Su mirada… esa maldita mirada de superioridad, como si el mundo le perteneciera.
Y yo no estoy en ese paquete.
—Tenemos que hacer un trabajo juntos, niñita —dijo a mi lado.
Me detuve.
Piensa, Casandra, piensa...
—¿Tenemos? —repetí fingiendo confusión—. Yo no tengo que hacer nada. Y menos contigo, niño.
—Mira, niña, no tengo tiempo que perder. Solo dile eso a la maestra Gina y no me volverás a ver —espetó molesto.
Dio unos pasos alejándose.
Sonreí.
—¿Eres el perdedor del fondo? —dije alto, solo para que me oyera.
Él se detuvo.
—Sí, ya me acordé de ti… —seguí provocándolo.
Se giró lentamente, quedando frente a mí.
Estaba molesto, eso era evidente.
Y, por alguna razón, eso solo me hizo sonreír más.
—No te preocupes. Haremos el trabajo el domingo y lo entregaremos el lunes —sugerí con una sonrisa.
—No —negó, cortante.
—¿Qué?
—No sabes qué significa “ene o”, ¿verdad? —siseó—. Dije no. Haremos el trabajo mañana y el jueves, y el viernes lo presentaremos.
¿Me estaba dando una orden?
¿A mí?
En mi vida alguien me había dado una orden. Jamás.
¿Y él que se creía?
Me reí con ironía.
—¿Tú me estás dando una orden? ¿A mí? ¿Tú?
—Sí. Y la vas a cu… —intentó decir.
—Tú no eres nadie para darme órdenes —lo interrumpí—. Escúchame, haremos el trabajo el domingo y lo entregaremos el lunes. —Hablé lento, para que lo entendiera.
—Entonces… ¿debo obedecerte?
Lo miré directo a los ojos.
—Quiero que entiendas algo. Las cosas se hacen como yo quiero, cuando yo quiero, y a la hora que yo lo quiero. ¿Comprendes?. Y si, es justo lo que harás.
Él se quedó en silencio unos segundos. Luego soltó una risa suave, negando con la cabeza.
Mi corazón empezó a acelerarse.
No recordaba la última vez que alguien hiciera algo similar. El tenia demasiada confianza y seguridad en si. Pude notar el color de sus ojos, eran oscuros. me obligué hablar de nuevo.
—Eso pensé. Ahora me tengo que…
—Escucha bien, niña —me interrumpió con voz firme—. Mañana, al terminar clases, te espero en la biblioteca de la escuela. Si no llegas, le diré a la maestra que tú no asististe, y entregaré el trabajo solo.
¿Qué? El se alejo con pasos firmes dejándome con la palabra en la boca.
¿Cómo se atreve? Me quedé allí, en medio del pasillo, viéndolo alejarse.
Cada paso que daba me recordaba lo que acaba de pasar.
El creía que yo lo iba a obedecer.
Solté una risa incrédula.
Respira, Casandra.
Yo no pierdo. Y te lo voy a demostrar.
Me giré sobre mis talones, saqué el celular del bolsillo y busqué en los contactos el número que me regaló la maestra. No dudé antes de marcar.
Tres tonos después, la voz amable de la maestra respondió.
—¿Hola?
Cambié de tono, usando mi voz más dulce y pausada, esa que siempre abría puertas.
—Profesora Gina… disculpe que la moleste, soy Casandra.
—Oh, Casandra, sí, claro —su tono sonaba encantado—. ¿Todo bien?
—Más o menos —suspiré con dramatismo, fingiendo cansancio—. Verá, esta semana tendré que asuentarme, tengo una reunión con mi abuela. Además de una reunión del consejo estudiantil. Estoy realmente ocupada, y me preocupa no poder cumplir con el proyecto a tiempo.
Hubo un silencio breve.
—Oh, entiendo… bueno, quizá puedas coordinarte con tu compañero, ¿cómo se llama?
—Jasper —dije rápido, y luego fingí dudar—. Sí, Jasper Goez. No quiero perjudicarlo, pero no sé si logre asistir a la biblioteca con él estos días.
—No te preocupes, Casandra, puedo darles más tiempo si es necesario.
Sonreí.
—No quiero que piense que evado mis responsabilidades, solo que mi agenda está... complicada.
—Eres muy responsable por avisarme, gracias —respondió ella con calidez.
—Gracias a usted, profe. Haré todo lo posible —concluí, en tono perfecto de estudiante modelo.
Colgué.
La sonrisa se dibujó sola en mis labios.
—¿Así que darme órdenes, eh? —murmuré en voz baja —. Juega limpio si quieres, Goez… yo no lo haré.
Empecé a caminar hacia la salida, mis pasos resonando sobre el piso brillante.
luego de sacar el auto de el garaje conduje a casa, y por un segundo recordé su mirada fría, el modo en que había pronunciado mi nombre.
—Casandra Miller
Tragué saliva.
Y, sin embargo, mientras avanzaba, una voz pequeña dentro de mí susurró algo que no quise escuchar.
¿Y si esta vez no puedes controlarlo? ¿y si pierdo la apuesta?
Sacudí la cabeza, como si así pudiera callarla. Debo callarla.
—Maldito Jasper Goez —susurré entre dientes, apretando el volante—. No sabes con quién te metiste.
#5315 en Novela romántica
#1489 en Chick lit
#1930 en Otros
#57 en No ficción
apuestas amor juvenil, amor sincero, mentiras confusion traicion
Editado: 13.11.2025