Feliz Navidad deseamos,
Feliz Navidad deseamos,
Feliz Navidad deseamos,
¡Y Año Nuevo feliz!
Fortuna feliz
A todos y a ti,
¡Feliz Navidad deseamos!,
¡Y Año Nuevo feliz!
El niño de cabellos cobrizos se detuvo al ver a unas personas cantando frente a una casa y no pudo evitar sonreír al ver lo alegre que ellos lucían al cantar. Una familia salió de la estructura y su sonrisa flaqueó un poco, pero eso no impidió que dejara de sonreír.
Se coloco bien la bufanda y jalando su pequeño carrito se alejó lentamente del lugar escuchando de fondo todavía la canción. Mientras caminaba no perdía detalle de lo hermosa que se veía su ciudad toda cubierta de nieve y de bellas luces de colores. Era impresionante la constante alegría en el rostro de las personas y el cariño que transmitían solo con su mirada.
—Ten pequeño, que tengas una feliz navidad —dijo una señora con un abrigo rojo y verde al entregarle una galleta y el no pudo más que agrandar su sonrisa.
— ¡Muchas gracias! —exclamó entusiasmado—. ¡Feliz navidad para usted también!... ¡Y feliz año nuevo! —gritó lo último al acordarse cuando ya se estaba alejando.
A pesar del frío no se quejaba, tenía un abrigo que su mamá le había regalado el año pasado junto con unos guantes de diferentes tonalidades de naranja, ah y por supuesto, una linda bufanda verde con los bordes en blanco. Le alegraba mucho que su mami se hubiera tomado el tiempo de elegirla, él le había regalado un collar muy bonito que tenía un corazón en el medio, le costó conseguirlo pues lo sacó de nada más y nada menos que de una joyería, pero valió la pena al ver la sonrisa de su mamá. Estaba ansioso por terminar de trabajar e ir a verla.
Se detuvo frente a la tienda de antigüedades y novedades, y entró provocando que una campana anunciara su llegada.
Un cachorro de lobo siberiano blanco que estaba durmiendo se despertó ante el ruido y al ver al niño salió corriendo mientras ladraba alegre de verlo.
— ¡Colmillo! ¿me extrañaste? —interrogó el niño de seis años abrazando al perro que no dejaba de lamerle la cara provocando que no pudiera dejar de reír a carcajadas.
—Ah, Vicente, veo que regresaste —señaló un señor saliendo de una puerta y sonriendo al ver la conmovedora escena.
—SÍ.
» Aquí le traje el árbol de navidad —dijo señalando su carrito donde efectivamente, un pino de tamaño mediano estaba amarrado.
— ¡Perfecto! ¿Te gustaría armarlo conmigo? Tengo galletas —preguntó el hombre viendo al niño con cariño.
—Bueno…
—Estoy seguro de que tu mamá no se va a enojar si te quedas un rato con este hombre entrado en años —señaló sabiendo que era lo que mantenía inquieto al niño.
Con un ladrido el cachorro secundó la moción.
—Está bien —dijo por fin el niño con una sonrisa comenzando a desamarrar el árbol junto con el señor.
Entre risas, villancicos e historias pasaron la tarde el hombre, el niño y el perro, hasta que…
— ¡Oh, no! —exclamó con horror y tristeza el niño— ¡se hizo muy tarde! ¡el señor de las flores ya se debe estar yendo para su casa! —exclamó saltando del sillón donde se había sentado a descansar corriendo hacia la puerta seguido de Colmillo.
» ¡Muchas gracias por todo señor Lucio! ¡lo veré luego! ¡Que tenga una feliz navidad! —deseó una vez que le terminó de poner su bufanda y gorro a Colmillo, y salió corriendo hacia la puerta con su propia armadura puesta.
—Ese niño. Desearía que no fuera tan bueno —murmuró Lucio viendo con melancolía por donde desapareció el infante.
Vicente corría con todas sus fuerzas seguido de Colmillo que cada tanto ladraba.
— ¡Señor Adrián! —gritó el niño al ver al hombre subir a su carro, por suerte este lo alcanzó a escuchar y se giró con una sonrisa viendo al pequeño.
—Pensé que no ibas a venir. Ten, te guardé el mejor ramo de hoy —dijo el hombre con una sonrisa al entregarle un ramo de flores especialmente grande a Vicente que con cuidado lo colocó en su carrito (gracias a Dios que se acordó de traerlo).