Feliztreza

IV.- Reír

Llevaba un largo rato sentada en la estación, viendo a las personas bordar el tren. Ése día estaba muy nublado hasta cualquiera pensaría que muy pronto llovería.

El dichoso todavía no aparecía, y yo internamente estaba muriendo de la desesperación. Me lamentaba haber dicho al tipo que me dé un paseo por la cuidad, y lo que recibía a cambio era que me dejaran plantada.

El trabajo lo único que me traía era humillación.

Suspiré.

Cogiendo mi pequeño bolso me levanté de la banca.

Es ridículo –pensé.

Con la cabeza gacha caminé hacia los escalones.

La cuidad era muy linda, todo el tiempo que estuve en ese sitio me perdí de muchas cosas, primero que nada perdí el amor de mi madre, segundo fue mis estudios, y tercero perdí la oportunidad de ser alguien en la vida, me sentía miserable. Pensaba que toda la vida estaría así, devastada, vulnerable, y lo peor de todo, sola.

Nadie quiere una vida así.

Las lágrimas caían por mis ojos, iba acompañada con la lluvia, mirando mis pasos, alejándome de todos, sumergida en mis lamentos, estaba perdida.

Unas manos sujetaron mi brazo derecho, asustada observé al que me sujetó.

—Lo siento. –susurró.

Es esos momentos no lo conocía muy bien, pero sin importar lo que piense de mí, lloré, desfogué todo mis inseguridades, miedos, temores.

Sus fuertes brazos me rodearon.

Y nuevamente sentí aquel pulso en alguna parte de mi cuerpo.

Me dejé consolar, fue la primera vez que sentí algo sincero.

 

Las pequeñas gotas de la lluvia se deslizaban por el gran ventanal de la cafetería.

Su rico aroma inundaba mis fosas nasales, mientras que él se concentraba en su café pasado, el sitio era acogedor, pero en cambio nuestro espacio tenía una tensión muy grande. Daba gracias mentalmente por no haber tocado el tema del suceso que paso hace un rato.

—Perdón.

Tentó al silencio.

—Descuida.

La voz que provenía en mi era sumamente ronca.

—Hubo algunos cosas que debía resolver y…

—No te preocupes, no debes darme explicaciones.

—Debo de hacerlo, porque me he comprometido darte un paseo en la cuidad, en la cual tenía una hora exacta y solo le di un incumplimiento.

Él era un hombre sincero, gentil, respetuoso.

Él no se merecía una mentira y una traición –pensé.

—Está bien. –susurré.

No lo quería mirarlo a los ojos, el arrepentimiento crecía en mí, ya no estaba dispuesta a seguir con esa mentira.

Después de estar un largo tiempo sentados en la cafetería sumergidos en nuestros pensamientos, —y esperando a que se calme la lluvia —, nos levantamos en silencio y nos guiamos hacia la salida.

Estaba agotada internamente, y lo único que quería hacer era desaparecer mágicamente del mundo, un taxi de fachada amarilla se estacionó en frente nuestro. Él hizo un gesto de caballero abriendo la puerta, asintiendo me adentre en el taxi, e hizo lo mismo, el conductor tomó rumbo a quien sabe dónde.

 

En mi corta vida nunca había visto algo tan asombroso como lo estaba viendo en ese entonces.

La luz del sol se reflejaba en aquella laguna cristalina, era asombroso, una maravilla de colores nacían en él, estaba acompañado con un pequeño puente que tenía techo al estilo antiguo.

—Muchas veces he venido aquí, me trae muchos recuerdos buenos y malos, ha sido el lugar donde he podido reflexionar y tomar buenas decisiones. – habló en tono melancólico.

Me dedique a escucharlo y ser testigo de lo que existe en el mundo.

Expresé sus palabras, sabía pocas cosas de él, pero sentí algo que me empujaba a pasar el límite de su conocimiento.

—De seguro la pasabas muy bien.

Tomé la tonta decisión de meter mi boca.

—Lo considero un lugar de relajamiento, no sé si será conocido por otras personas, pero lo único que puedo decir es que desde que lo conocí después de…

Lo observé, sus ojos tenían un brillo inexplicable, su perfil era muy hermoso, y como la primera vez que lo vi me quedé tontamente viéndole.

Sus lindos ojos cayeron en mí, nos mirábamos fijamente.

El odio crecía, me estaba empezando a detestar, rabia era lo que sentía por estar mintiendo a un hombre que no tiene nada en mi contra.

— ¿Después de qué?–susurré.

—De que mi familia muriera.

Sus ojos se oscurecieron, tensó su mandíbula, he hizo algo inesperado.

Me besó.

Sus suaves labios aterrizaron en mi mejilla, y al separarse formó una sonrisa forzada.

Y cambiando de tema habló.

—Dime algo de ti.

Los nervios subieron de nivel, analice cada guion de “Mi vida en España".

—Nada interesante, viví en España por cinco años, estuve estudiando Administración de Empresa, pero por algunos motivos lo tuve que dejar, mis padres se dedican en trabajar en un Marketing, allá en España.




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