A todo aquel que se acercaba, ella lo alejaba.
Era consciente del daño que provocaba a los demás, pero eso nunca la detuvo.
Se volvió experta en distraerlos y apartarlos.
En aprovechar sus puntos ciegos o débiles para que no conocieran los de ella.
Le aterraba que la examinaran como ella hacía con cualquiera.
Probó el autocontrol, callándose para no herir.
Y egoístamente, para que no la hirieran.
Pero llega un punto en que le es imposible no verlos como presas.
Encuentra nueva carnada, la analiza y termina destruyéndola.
No quieren que dejen más huellas marcadas en su ser.
Teme que encuentren los tesoros bajo su piel.
Por eso prefiere romperse el corazón una y otra vez.
Le parece viable llorar la pérdida de los seres que amó.
Vive acostumbrada al dolor que solo ella provocó.