Era presa de una vida tormentosa, y un pasado mucho peor, pero aceptó al primer hombre que vio belleza en su pesado carácter, quería ser el orgullo de su desdichada familia.
Con el paso de los años la mujer nunca cambió, y en ocasiones se arrepentía de la vida que no vivió.
Se aferró a una pila de ilusiones, pero ninguna pudo consumar.
El tiempo llegó a cobrar factura y la muerte la llevó; y al verse sola una segunda oportunidad rogó.
Porque no fue capaz de ver la belleza en la familia que formó, no encontró dicha en los detalles que su hombre mantuvo con ella hasta el último de sus días, no supo absorber el cariño que su descendencia le ofreció.
Y hoy nadie le llora, cosechó lo que sembró; la amargura se palpa en el velorio, pero por verla a metros bajo tierra nadie sufrió.