CAPITULO 1
—¿Entonces vienes a buscar al fénix? —rió la mujer—. Eres valiente… pero igual de tonta.
Sin esperar respuesta, desvió ligeramente su camino y, en un parpadeo, se desvaneció entre la oscuridad y las nubes.
Zareen despertó sobresaltada, confundida por el sueño que acababa de tener.
—¿Fénix? —murmuró, sin entender del todo a qué se refería la mujer de su sueño.
Se levantó lentamente, aún con la mente nublada, cuando varias sirvientas entraron en su habitación.
—¿Su majestad se encuentra bien? —preguntaron, preocupadas. Zareen asintió, tratando de tranquilizarlas.
—Sí, estoy bien. —Muy bien, entonces me gustaría que me dejaran sola, por favor —pidió con firmeza. Las sirvientas se miraron entre ellas, dudosas, pero retrocedieron y salieron en silencio. Una vez sola, Zareen salió de su habitación, ya vestida, con el pensamiento aún enredado en aquel extraño sueño.
Mientras caminaba hacia el jardín, pasó por la gran sala, donde varias personas, incluidos sus padres, conversaban. Zareen se detuvo en la puerta, oculta tras el marco, y escuchó atentamente la conversación sobre un casamiento entre ella y el príncipe de otro reino. Buscaba alguna señal o expresión que diera sentido a esa noticia inesperada, cuando una voz interrumpió sus pensamientos.
—Yo también estoy sorprendido —dijo un joven que Zareen apenas pudo ver. Era un chico rubio, con el cabello algo largo, pero no demasiado, y ojos verdes intenso.
Masticaba una manzana verde con aire despreocupado. —¿Quién eres? —preguntó
Zareen, desconcertada. Él la miró y sonrió amablemente
—Lo siento, me presento soy Eduar, el príncipe Eduar Ella lo miró y asintió.
—Ya veo… esos son tus padres, ¿no? —le preguntó a Eduar. Él asintió, todavía masticando la manzana.
—Sí… —respondió. Luego la miró de arriba abajo y agregó con una sonrisa de diversion
—Mis hermanos me dijeron que eras rara, que parecías una bruja. Zareen frunció el ceño, desconcertada.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó, molesta. Él dio un paso atrás y levantó las manos en señal de disculpa.
—Espera, espera, no lo pienso de verdad. Claro, ellos no te han visto, pero, además, no pareces eso.
Ella cruzó los brazos, un poco más tranquila, y respondió
—No te preocupes. Posiblemente todos piensen eso, ya que casi no salgo de mis aposentos ni siquiera para las fiestas reales.
Eduar la miró y sacó algo de un pequeño bolso que llevaba consigo.
—Mira —dijo, mientras sacaba un pequeño hurón albino y se lo mostraba a Zareen
—¿Es un hurón? —preguntó ella, sorprendida. Él sonrió y asintió.
—Sí, se llama libio. Es súper adorable. Zareen lo miró y soltó una risita. Eduar parecía un niño con su hurón de mascota.
—Dios mío, pero está hermoso —dijo ella, fascinada. Él la miró con orgullo.
—¿A que sí? Tiene apenas tres meses Ella sonrió y volvió la vista hacia el hurón, que se movía curioso entre sus manos
Eduar la quedó viendo fijamente, hasta que de repente frunció el ceño, como si sintiera que alguien se acercaba.
—Ven, sígueme —le dijo en voz baja, tomándola de la mano y tirando suavemente de ella. Zareen apenas tuvo tiempo de reaccionar. Caminaba tras él a paso rápido, observándolo con curiosidad. Finalmente, llegaron a la biblioteca. Eduar empujó la puerta y ambos entraron. Cerró detrás de ellos —¿Qué sucede? — preguntó Zareen, un poco agitada. Eduar no respondió enseguida. Sus ojos se posaron en un estante viejo, donde un libro oscuro, con detalles dorados, parecía brillar con una luz tenue. Se acercó lentamente y lo tomó con cuidado —¿Qué pasa? — volvió a preguntar Zareen. Él giró el libro en sus manos y dijo en voz baja
—El libro del Fénix... Zareen abrió los ojos con sorpresa.
—¿A ver? ¿De qué trata? — preguntó, acercándose. Eduar la miró, confundido.
—¿Cómo? ¿No sabes qué es el Fénix? Ella bajó la mirada, un poco avergonzada, y sonrió tímidamente.
—No... no tengo idea. Él asintió, como si entendiera algo.
—Bueno... el Fénix no era un animal ni un humano exactamente. Era un ser mágico, antiguo… un ser místico. Algunos lo llamaban rey, otros hechicero.
Zareen lo escuchaba atentamente, sin interrumpir.
Eduar hojeó el libro con cuidado y continuó
—Dicen que tuvo tres hijas. La mayor, Nyssara, fue una gran guerrera.
La segunda, Sereny, se casó con un duque y ahora es una duquesa en un reino vecino.
—¿Y la tercera? —preguntó Zareen, intrigada. Eduar se detuvo en una página, su mirada se volvió más seria.
—La menor fue Azhara, conocida como la hechicera del olvido… o la bruja del
bosque.
—Nunca escuché ese nombre — dijo Zareen, sintiendo un leve escalofrío —Dicen que desapareció. Que es un completo misterio. La historia cuenta que fue traicionada por el amor de su vida… un príncipe, que la dejó por una princesa de otro reino. Se casaron en una gran ceremonia. Desde entonces, nadie volvió a saber de Azhara .
Zareen se quedó en silencio, mirando el libro… sin saber que la sangre de esa historia fluía también por sus venas.
—Bueno, como sea — dijo Eduar, cerrando el libro con un leve suspiro —Si un día te lo quieres leer, aquí se queda.
Zareen asintió en silencio —¿Salimos? — preguntó él.
—Sí —respondió ella con suavidad. Ambos salieron de la biblioteca y, al cruzar el pasillo, el mayordomo los interceptó con expresión alarmada.
—¡Por los cielos, altezas! ¿Dónde estaban? Los reyes los han estado buscando. ¡Vayan a la gran sala de inmediato! Dicen que tienen una sorpresa muy importante para ustedes. Eduar se rió por lo bajo y se inclinó hacia Zareen.
—Sí, seguro… una sorpresa “muy grande” — murmuró con ironía. Acompañados por el mayordomo, caminaron hasta la gran sala. Apenas cruzaron las puertas, la madre de Zareen se acercó y la recibió con una sonrisa cálida.
—Hija mía — dijo, dándole un beso en la frente —Ven, siéntate con nosotros. Mientras tanto, la madre de Eduar se le acercó rápidamente y le dio un golpecito en la nuca.
—¿Dónde estabas, niño? — le reprochó con una mezcla de afecto y frustración. Ambas familias tomaron asiento frente a los jóvenes. El tono se volvió solemne cuando los reyes hablaron —Hemos decidido — comenzó el padre de Zareen —que, por el bien de nuestros pueblos y como símbolo de la alianza entre nuestros reinos, deben casarse. Eduar y Zareen se miraron sorprendidos. El joven fue el primero en reaccionar
—¿Solo eso? Bueno, entonces me voy — dijo, levantándose —¡Siéntate, Eduar! —lo reprendió su madre, tomándolo del brazo—. Quédate aquí, niño. Él resopló y volvió a su asiento con desgano.
—Bueno... Entonces, la reina miró a Zareen con ojos firmes.
—¿Estás dispuesta a aceptar esto? Zareen dudó un momento, luego miró a Eduar.
—Por mí... está bien — respondió con voz tranquila. Eduar la observó por un instante y luego asintió.
—Bueno, si ella está de acuerdo... entonces yo también Zareen lo miró y le sonrió con suavidad. Tras la decisión de sus padres, ambos quedaron a solas mientras los reyes continuaban conversando en la gran sala. Eduar se acercó a ella con las manos en los bolsillos.