Merss sintió cómo el aire se volvía más frío con cada paso, pero su piel no reaccionaba al helado clima. No temblaba, ni sentía necesidad de cubrirse. Era como si el frío no pudiera tocarla.
Eldric, quien caminaba delante de ella, notó su extraña calma.
—Te explicaré en un momento —dijo con voz grave—, pero ahora…
Llevó dos dedos a su boca y silbó.
De inmediato, una de las montañas cercanas tembló. Las rocas crujieron, y un resplandor pálido trazó un arco en la base de la montaña. Un portal se abrió lentamente, mostrando la entrada a un túnel.
—Sígueme.
Merss asintió, aún aturdida, y lo siguió sin hacer preguntas.
El portal se cerró detrás de ellos, envolviéndolos en la penumbra. Caminaron en silencio durante algunos minutos, solo guiados por la tenue luz azul de unas extrañas piedras incrustadas en las paredes.
Al final del túnel, una luz cegadora los envolvió de repente. Merss entrecerró los ojos y, cuando volvió a abrirlos, quedó sin aliento.
Frente a ella, escondido entre las montañas, había un enorme claro cubierto por campos verdes y casas de piedra con tejados de madera. Era un pueblo oculto, aislado del mundo exterior. Personas de todas las edades caminaban por las calles, sonriendo, riendo, hablando con tranquilidad. Niños corrían entre los puestos del mercado, y el aroma del pan recién horneado flotaba en el aire.
Era un lugar lleno de vida.
Merss sintió un nudo en la garganta. Algo en su pecho se removió con dolor. Su mente la traicionó, recordándole los rostros de su propio pueblo, la calidez de su gente… y el fuego, la sangre, los gritos.
Su respiración se volvió errática.
El calor volvió a encenderse en su pecho, pero esta vez era abrasador. Sus ojos se iluminaron con un dorado intenso, y su cuerpo comenzó a irradiar una luz cegadora.
Eldric giró de inmediato.
—¡Niña, niña! ¡Concéntrate!
Pero Merss no podía escuchar. La luz se expandió a su alrededor, como si su propia desesperación la estuviera devorando desde dentro.
Entonces, una voz…
Un susurro en su corazón.
Era suave, profundo, pero no podía entenderlo. Era como un eco distante, como si alguien estuviera llamándola desde un lugar desconocido.
Eldric se arrodilló frente a ella y sostuvo sus manos con firmeza.
—Escucha su voz —le dijo, mirándola con seriedad—. Él te ayudará a controlar tu poder.
Merss respiró con dificultad, intentando aferrarse a la voz.
Y, por primera vez, sintió que alguien—o algo—la estaba esperando.
Su respiración se aceleró, pero entonces, en medio de todo aquel ruido, un susurro atravesó la tormenta.
Un susurro en su corazón.
—Merss…
Era una voz profunda, infinita. No provenía de ningún lado en particular, pero a la vez parecía estar en todas partes. Era un eco en su alma, un latido en su pecho.
—Merss…
Su luz titiló.
Por un momento, no vio el pueblo oculto ni a Eldric. No sintió el suelo bajo sus pies ni el viento helado en su piel. Solo había un inmenso vacío dorado, un horizonte sin límites de pura luz.
Allí, en medio de la nada, una silueta se formó. No tenía un rostro definido, pero su presencia era abrumadora. No era terrorífica, pero su mera existencia hacía que todo dentro de Merss temblara.
—Hija mía… —la voz era cálida, pero poderosa, como un océano en calma ocultando una fuerza imparable—. Por fin puedo alcanzarte.
Merss abrió la boca, pero no podía hablar.
Su cuerpo temblaba, y lágrimas silenciosas rodaron por su rostro.
—¿Quién… eres? —logró susurrar con la voz rota.
—Soy Vered.
La luz a su alrededor palpitó.
Merss sintió su alma estremecerse, como si todo dentro de ella reconociera aquel nombre en lo más profundo de su ser.
—Mi hija… has sufrido. —La voz de Vered no tenía emoción en el sentido humano, pero no era cruel ni distante. Era como el viento o el sol: algo que simplemente existía, eterno e inquebrantable—. He intentado alcanzarte desde que llegaste a este mundo… pero la oscuridad me ha mantenido lejos.
Merss bajó la mirada, sus manos apretando con fuerza el collar manchado de sangre que aún sostenía.
—No pude salvarlos…
La luz de Vered titiló, como si todo el espacio reaccionara a su dolor.
—No fue tu culpa, hija mía.
Pero Merss solo apretó los dientes.
—Entonces… ¿por qué me diste este poder si no pude hacer nada?
El silencio fue largo.
Y luego, Vered respondió:
—Porque todavía hay algo que debes hacer.
Merss sintió que su pecho se comprimía.
—No quiero… —su voz tembló—. No quiero más muerte…
—No es la muerte lo que te pido. —Vered se inclinó ligeramente, su inmensa silueta volviéndose más cercana—. Es la vida.
Merss alzó la vista, confundida.
Vered extendió una mano, o algo similar a una mano, y la tocó suavemente en la frente.
—Todavía no comprendes lo que eres… pero cuando estés lista, yo te guiaré.
La luz dorada explotó una vez más… y Merss despertó.
Estaba de rodillas en el suelo del pueblo oculto, con lágrimas en los ojos y la respiración entrecortada. Eldric la sostenía por los hombros, observándola con seriedad.
—¿Lo escuchaste? —preguntó en voz baja.
Merss tardó un momento en responder. Sus dedos temblaban al cerrar la mano sobre el collar.
Finalmente, asintió.
—Lo escuché…