Fenix de Vered: Historias de Merss

9

Merss aún sentía su pecho ardiendo, su piel hormigueando como si la luz de Vered todavía la envolviera. Su respiración seguía entrecortada, su mente luchando por comprender lo que acababa de experimentar.

Eldric la observaba en silencio, sus ojos oscuros llenos de comprensión. No la apresuró, no la sacudió para obtener respuestas. Solo esperó.

Merss tardó varios minutos en encontrar su voz.

—Lo escuché… —susurró finalmente, con la mirada clavada en el collar ensangrentado en sus manos—. Vered…

Eldric suspiró, como si aquella confirmación fuera algo que temía escuchar.

—Lo sabía… —murmuró, cerrando los ojos por un momento—. Lo sentí en el instante en que te vi.

Merss alzó la mirada hacia él, aún confundida.

—¿Qué soy? —su voz apenas fue un hilo de sonido—. ¿Por qué… yo?

Eldric se arrodilló frente a ella, apoyando una mano en su hombro.

—Eres la Elegida de Vered —dijo con firmeza—. No hay nadie en este mundo con un vínculo tan fuerte con Él como el que tú tienes.

Merss sintió un escalofrío recorrer su espalda.

—¿La Elegida…?

Eldric asintió.

—Tienes el poder de un dios en la tierra. Tu luz no es solo un regalo divino, Merss. Es la esencia misma de Vered manifestándose a través de ti. No hay criatura que pueda tocarte si no lo deseas. No hay herida que no puedas sanar. No hay oscuridad que pueda consumir tu alma… a menos que tú se lo permitas.

Merss apretó los puños.

—Pero… yo no pedí esto —su voz tembló—. No pedí este poder. No pedí… ser especial.

Eldric la observó con tristeza.

—Nadie elige su destino, niña —dijo con un dejo de melancolía—. Pero sí puedes decidir qué hacer con él.

Merss bajó la mirada, con el rostro ensombrecido.

—No quiero volver a usarlo… —murmuró—. No quiero volver a ver… lo que vi.

Eldric suspiró y, con suavidad, tomó sus manos entre las suyas.

—Lo entiendo. —Su tono era firme, pero no duro—. Pero escucha bien, Merss…

Esperó a que ella alzara la vista y la sostuvo con la intensidad de su mirada.

—Por nada del mundo debes acercarte a la iglesia.

Merss parpadeó, sorprendida por su repentino cambio de tono.

—¿Por qué…?

—Porque ellos te quieren —respondió sin rodeos—. Te han estado esperando durante años.

Merss sintió su corazón acelerarse.

—¿Esperando…?

—La iglesia ha perdido el favor de Vered desde hace mucho tiempo —explicó Eldric—. El Papa y los cardenales son cáscaras vacías de lo que alguna vez fueron. Siguen teniendo poder divino, pero no pueden escuchar la voz de nuestro dios. Su luz es solo una sombra de lo que fue.

Merss recordó los ojos dorados del demonio que destruyó su pueblo.

—Entonces… ¿por qué quieren encontrarme?

Eldric la miró con gravedad.

—Porque eres la única capaz de restaurar la conexión con Vered.

Merss sintió que su estómago se revolvía.

—¿Y eso no es algo bueno…?

Eldric apretó los labios en una línea tensa.

—Si fueran puros, sí. Pero no lo son. —Su mirada se oscureció—. Si te encuentran, no te venerarán como la Santa que realmente eres. No te protegerán. Te consumirán. Te usarán. Te moldearán hasta convertirte en la herramienta de su poder.

Merss sintió que un frío distinto al del viento recorría su cuerpo.

—¿Entonces qué debo hacer…?

Eldric le dedicó una sonrisa cansada.

—Vivir. Aprender. Crecer. Y cuando llegue el momento… decidir por ti misma.

Merss sintió que algo dentro de ella se asentaba.

No tenía todas las respuestas. No entendía por qué Vered la había elegido. No sabía qué haría con el poder que ardía en su pecho, pero sabia que Vered le ayudaría.




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