Latael notó el cambio inmediato en Merss. La luz en su presencia se apagó como una vela al viento. Su mirada, antes firme y serena, se volvió esquiva, y sus manos comenzaron a jugar entre sí, inquietas. Cuando habló, su voz tembló levemente.
—¿Crees… que el Papa me tratará bien?
Latael sintió un peso en el pecho. No quería mentirle, pero tampoco podía decirle la verdad. No ahora.
—Eres la Santa —dijo con cuidado—. La iglesia te recibirá con todos los honores.
Merss asintió lentamente, pero su expresión no mostraba alivio.
—Pero no respondiste mi pregunta —murmuró.
Latael apretó los puños, escondiéndolos bajo su túnica.
—No tienes que preocuparte por eso. Yo estaré ahí —dijo al final.
Merss levantó la vista y lo miró. Sus ojos oscuros con reflejos dorados parecían buscar algo en él.
—¿Lo prometes?
Latael sintió su garganta cerrarse.
—Lo prometo —susurró.
El carruaje siguió avanzando, el traqueteo de las ruedas marcando el ritmo de su incertidumbre.
En ese momento Vered le hablo a Merss
—mi querida hija, te debo decir con pesar...que no estarás en buenas manos, pero confía plenamente en los hombres y mujeres que pondré en tu camino, una marca aparecerá en el dorso de sus manos, una que solo tu verás, ellos serán tus aliados. Se fuerte hija...se fuerte—.
Latael observó con desconcierto cómo Merss temblaba. La joven apretaba su mano contra su pecho, su respiración agitada y sus ojos abiertos como si acabara de ver un destino inescapable.
—Merss, ¿qué ocurre? —preguntó, intentando mantener la calma.
Ella levantó la vista y, con una mezcla de temor y determinación, susurró:
—Vered me habló…
Latael sintió un escalofrío recorrer su espalda. Aunque no había escuchado las palabras del dios, la abrumadora presencia divina que sintió momentos antes le dejó claro que algo trascendental había sucedido.
—¿Qué te dijo?
Merss miró su mano, aún temblorosa. Luego, sus ojos se fijaron en la suya, en el dorso de su mano donde ahora veía claramente la marca: un ave de fuego grabada en luz “El Fénix de Vered”.
—Que no estaré en buenas manos… —susurró—. Pero que confiará en los aliados que pondrá en mi camino… y tú… tú eres uno de ellos.
Latael sintió cómo su pecho se apretaba.
—¿Solo tú puedes ver la marca?
Merss asintió lentamente.
— yo y quienes tengan la marca… y significa que eres mi aliado.
La joven intentó estabilizar su respiración, cerró los ojos con fuerza y susurró, casi para sí misma:
—Debo ser fuerte…
Latael la observó en silencio. Algo dentro de él le decía que, a pesar de su pequeño tamaño y su aparente fragilidad, aquella niña era más fuerte de lo que nadie imaginaba. Pero lo que más le inquietaba era la advertencia de Vered.
"No estarás en buenas manos."
Apretó su puño, sintiendo la marca ardiente en su piel.