Fenix de Vered: Historias de Merss

29

El silencio se volvió pesado otra vez, pero esta vez no por miedo, sino por la expectativa. Naxta caminó con lentitud hacia el emperador Lucian XIII, su mirada afilada y peligrosa.

—¿Lo dices tú o lo digo yo, emperador? —su voz vibró con un matiz burlón mientras avanzaba sin prisa.

Ludian se interpuso en su camino, desenfundando su espada con decisión.

—No darás ni un paso más. —su voz era firme, pero la diferencia de poder entre ellos era evidente.

Naxta apenas le dedicó una mirada aburrida antes de que su cola se moviera como un látigo. Con un chasquido seco, la hoja de la espada se partió en dos, la mitad cayendo al suelo con un tintineo metálico.

—No... —una voz suave, débil pero firme, se alzó en la sala.

Todos giraron la cabeza al escucharla.

Merss se estaba levantando con dificultad, su cuerpo aún tembloroso. Pasó sus manos sobre su vestido ensangrentado, y en un susurro de magia, la tela se limpió hasta quedar impecable, como si nada hubiera ocurrido.

—No mates a nadie, por favor. —pidió con una mirada serena.

Naxta la observó con atención, su expresión oscureciéndose por un instante.

—Diosa... —murmuró con una sonrisa torcida— Has crecido muy bien.

Sus ojos la recorrieron de pies a cabeza, llenos de deseo. Cualquier otra persona habría temblado bajo esa mirada, pero Merss no reaccionó. No había miedo en ella, ni asco, ni siquiera incomodidad.

—Señor... Señor Naxta. —dudó, sin saber cómo dirigirse a él.

—¡Agh! ¡Tu voz es hermosa! —exclamó el demonio, llevándose una mano al pecho con fingida dramatización.

Dio un paso hacia ella, pero un destello de luz dorada interrumpió su camino.

Latael se interpuso con su espada en alto.

—¡Santa, quédese tras de mí! —ordenó, su postura tensa, listo para atacar.

Pero Merss solo suspiró y, con una calma que no debería existir en alguien que acababa de ser torturada, apoyó suavemente una mano en el hombro de Latael y lo apartó con delicadeza.

—Mi diosa blanca... —susurró Naxta, ahora más cerca de ella, su voz lo suficientemente baja como para que solo ella lo escuchara— Ya dominas todos tus poderes. ¿Por qué sigues aguantando estas torturas?

Merss no respondió. Solo desvió la mirada, como si sus pensamientos estuvieran en otro lugar.

—Vuelve a tu reino… por favor. —le pidió, y aunque su voz sonaba firme, sus ojos se movían inconscientemente hacia el Papa.

Naxta la observó por un largo momento antes de soltar un chasquido de lengua, molesto.

—¿Estás enojada porque destruí tu pueblo? —su tono adquirió un tinte de reproche— ¿Por qué no me miras?

—Yo no te odio por eso. —respondió Merss con una dulzura inquietante— Es algo que pasó hace muchos años.

Naxta la miró fijamente, conmovido, pero luego siguió la dirección de su mirada.

A quién estaba mirando con tanta insistencia.

Entonces lo entendió.

Y sonrió.

Naxta dejó escapar una carcajada melodiosa, casi juguetona, mientras inclinaba la cabeza hacia un lado.

—¿Por qué miras tanto a ese bastardo~? —canturreó con malicia, su mirada afilada como navajas.

Su cola se balanceó de un lado a otro con impaciencia, y justo cuando iba a dar un paso hacia el Papa, Merss lo sujetó de la mano.

—Te lo ruego… vete.

No lo miró a los ojos. Sus dedos se aferraban a él con suavidad, pero su cuerpo emanaba un miedo que Naxta pudo percibir con claridad.

Su expresión cambió. Miró al Papa por un instante, y la sonrisa que se dibujó en su rostro fue la más diabólica que podía ofrecer.

—Oh, parece que se me hizo tarde. —se giró hacia el emperador con un aire despreocupado— Vendré de manera formal otro día. Necesito hablar, y por hablar, me refiero a…

Señaló con descaro a Merss.

Los cinco demonios rieron con sadismo antes de alzar el vuelo, su silueta recortándose contra la luz de la luna mientras salían por el enorme agujero en el techo.

Merss los vio alejarse… y entonces su cuerpo perdió la fuerza. Cayó de rodillas, con los puños cerrados sobre su regazo.

El Papa fue el primero en moverse. Caminó a toda prisa hacia ella y, con su rostro aún mostrando la máscara de su papel sagrado, se inclinó lo suficiente como para susurrarle algo al oído.

Merss cerró los ojos con fuerza.

Y entonces, con un gesto de la mano del Papa, el techo, que antes había sido destrozado por los demonios, se restauró como si nunca hubiese sido tocado.

Los nobles y soldados en la sala suspiraron aliviados y comenzaron a alabarlo, agradeciéndole por su "milagro".

Pero Lucian XIII y Ludian intercambiaron una mirada. Sabían la verdad.

Entre los tres reyes presentes, dos también se dieron cuenta. Sus ojos brillaron con intriga al ver la interacción entre la Santa y los demonios.

¿Qué relación tenía realmente con ellos? ¿Y por qué un demonio la llamaba "mi diosa blanca"?




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