El emperador ordenó dar por finalizado el banquete.
Latael, sin esperar indicaciones del Papa, se adelantó y levantó con cuidado a Merss del suelo. Apenas podía sostenerse por sí misma, su cuerpo demasiado débil tras lo ocurrido. Mientras tanto, el Papa estaba más ocupado disfrutando de los elogios que recibía.
Latael la llevó a la habitación que el emperador había dispuesto para ella esa noche. Con extrema delicadeza, la recostó sobre la cama y acomodó un mechón de su cabello con una caricia.
—Merss… sé que es demasiado pedir, pero espera. —Su voz era un susurro lleno de determinación— Ganaremos fuerza y destruiremos esta maldita institución corrupta. Por favor, sé fuerte. Amado Vered, sigue protegiendo a tu elegida…
Se quedó mirándola un instante más, como si quisiera decir algo más, pero finalmente se alejó, dejándola sola en la habitación.
El silencio se apoderó del lugar.
Hasta que algo aterrizó con suavidad en el alféizar de la ventana.
Merss no se movió cuando la ventana se abrió con cuidado y una figura entró en la habitación con pasos silenciosos.
—¿Por qué aún no te has ido? —preguntó sin girarse.
Naxta, que se había acercado hasta el borde de la cama, ladeó la cabeza, observándola con curiosidad.
—¿Por qué no estás enojada conmigo? —su voz sonó extrañamente confundida— Maté a tu pueblo… a todos los que amabas.
Merss alzó la vista, sus ojos apagados pero serenos.
—No puedo odiarte por hacer lo que crees que es normal. —Su voz era suave, pero firme— Vered me habló de ti.
Naxta frunció el ceño.
—¿Vered?
Merss asintió, incorporándose con dificultad.
—Él te creó, al igual que a mí y a todos los seres de este mundo. No nos hizo crueles ni malvados, pero los corazones pueden inclinarse al mal si no aprenden a ver el bien.
Sus manos entrelazadas descansaban sobre su regazo mientras hablaba.
—Fuiste criado en un lugar donde los humanos eran vistos como monstruos. Y los humanos han cometido atrocidades contra los demonios. No puedo juzgar tu venganza, porque no he estado en tu posición... al menos, eso creo.
Separó sus manos y miró sus palmas con aire pensativo.
—Pero si tuviera tanto odio en mi corazón, supongo que también buscaría un responsable y haría que pagara. —Sonrió con tristeza— Eso solo sería posible si no conociera a Vered.
Apoyó las manos en su pecho y levantó la mirada hacia él.
—Sé lo que es el bien y lo que es el mal. Y no estoy dispuesta a hacer el mal.
Los ojos rojos de Naxta brillaron en la penumbra de la habitación. Había escuchado muchas palabras en su vida, muchas justificaciones, muchas excusas. Pero lo que sintió en ese momento era distinto.
Incomodidad.
Comprensión.
Algo en su interior se retorció. No supo si le gustaba o no.
—¿Por qué sigues en la iglesia, con esos fanáticos asquerosos que hacen peores cosas que los demonios? —gruñó.
—Vered me dijo que debía estar aquí. —respondió ella sin dudar— Aún no sé por qué… pero sé que encontraré la respuesta en algún momento.
Merss bajó la mirada. Su respiración se volvió errática.
—Él me advirtió… me dijo que fuera fuerte. Yo…
Su voz se quebró. Trató de continuar, pero las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas.
—Yo… yo estoy siendo fuerte.
Apretó las manos sobre su pecho.
—Estoy sirviendo con todo mi corazón… pero… pero…
No pudo más.
Su cuerpo tembló y un grito desgarrador escapó de su garganta.
Naxta reaccionó al instante. Con un movimiento de su mano, creó un campo de aislamiento alrededor de ambos para que nadie más escuchara.
Merss se quebró.
Gritó, lloró, sollozó con una desesperación que le heló la sangre incluso a él.
Cada grito era una herida abierta, cada sollozo una confesión de sufrimiento.
Describió con detalles los castigos, los abusos, las humillaciones.
Naxta sintió una furia descomunal recorrer su cuerpo. Sus garras temblaron con ganas de desgarrar carne, de hacer justicia a su manera.
—Esos malditos gusanos inmundos… —murmuró con voz grave, un tono completamente opuesto a su actitud despreocupada habitual.
La sostuvo entre sus brazos sin saber exactamente por qué. Ella temblaba, se aferraba a su ropa, ahogándose en su propio dolor.
Naxta la estrechó contra su pecho y apoyó la barbilla en su cabeza, respirando con dificultad, conteniendo el impulso de destrozar todo.
—La pagarán. —juró con fiereza— Cada una de tus heridas será devuelta al triple.
Se apartó un poco y sostuvo su rostro entre sus manos.
—Dime tu nombre, diosa.
Los nombres tienen poder. Y él quería conocer el verdadero.
Merss se quedó en silencio un momento. Su mente evocó un recuerdo lejano, una promesa olvidada.
Una voz cálida.
Un amigo perdido.
—Llámame Fénix. —susurró.