Latael corría sin descanso por los pasillos de la catedral, buscando desesperadamente a Tasael. Lo encontró en la biblioteca santa, sumergido en la lectura de un antiguo tomo.
—¡Tasael! —lo llamó en un susurro urgente, tomándolo por el brazo.
Sin darle tiempo a reaccionar, lo llevó a la parte más alta de la biblioteca, ocultándose detrás de los libreros más alejados.
—Cardenal Latael, ¿cómo está la Santa? —preguntó Tasael con ansiedad, llevando instintivamente la mano al dorso de la otra, donde brillaba la marca de Vered. Sus ojos, usualmente fríos y afilados, se suavizaron con una calidez inusual al hablar de ella—. Sentí una conexión extraña entre ella y Vered. Fue… maravilloso, pero al mismo tiempo angustiante.
Latael desvió la mirada, su expresión era sombría.
—No la pasó bien… incluso allá, los soldados oscuros la castigaron.
Tasael apretó los puños con fuerza, sus nudillos palideciendo.
—Eso no es todo —continuó Latael, cerrando los ojos un instante antes de obligarse a hablar—. La Santa recibió un nuevo don… puede ver el pasado y el futuro.
Tasael levantó la cabeza de golpe, sorprendido, pero Latael no le dio tiempo de reaccionar.
—Aún no controla su poder —prosiguió con voz grave—, pero tuvo una visión horrible…
Un silencio pesado se instaló entre los dos antes de que Latael finalmente soltara la verdad:
—Venderán su virginidad a un noble del reino de Dueria.
Tasael sintió como si el aire se volviera irrespirable. El libro que sostenía se le cayó de las manos, golpeando el suelo con un sonido seco. Su rostro se endureció de inmediato, pero Latael podía ver la furia y el asco ardiendo en sus ojos.
—… No lo permitiré. —murmuró con voz helada.
Latael suspiró con cansancio y cruzó los brazos.
—Sabía que dirías eso… pero necesitamos un plan astuto para sacarla. No podemos arriesgar todo el movimiento de la rebelión por actuar sin pensar.
Tasael apretó los labios, pero asintió. Latael tenía razón, pero la idea de dejar a Merss un segundo más en manos de esos monstruos lo desesperaba.
—Además… —continuó Latael con un tono más grave—. Encontré a alguien más con el fénix de Vered.
Tasael parpadeó, intrigado.
—¿Quién? —preguntó con urgencia.
Latael soltó un suspiro pesado antes de responder:
—El príncipe Ludián.
Por un momento, Tasael se quedó sin palabras. Luego, su expresión se iluminó con una esperanza que no había sentido en mucho tiempo.
—¡Eso es perfecto! —exclamó, agarrando a Latael por los hombros—. Un aliado con ese nivel de poder… ¡Es justo lo que necesitamos!
Latael chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
—No te emociones tanto. Ludián rara vez se interesa por algo que no le beneficie directamente. No estoy seguro de que nos ayude.
Pero Tasael no compartía su escepticismo. Sus ojos brillaban con fervor inquebrantable.
—Si Vered lo escogió, nos ayudará. Estoy seguro.
Latael sonrió con suavidad. Quisiera tener la misma fe que Tasael.
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El príncipe Ludián caminó por los pasillos del palacio con paso firme. Su mente trabajaba a toda velocidad mientras se dirigía al despacho de su padre, el emperador Lucián XIII. Aún podía sentir el leve hormigueo en el dorso de su mano, justo donde el fénix de Vered había brillado con intensidad durante la ceremonia.
Empujó las puertas con decisión. Dentro, el emperador estaba revisando documentos en su gran escritorio de ébano, pero al ver a su hijo levanto el rostro con una ceja arqueada.
—No esperaba verte tan pronto, Ludián —dijo con calma, posando su pluma en la mesa—. ¿Qué asunto te trae aquí?
Ludián avanzó unos pasos y se cruzó de brazos.
—La Santa.
El emperador entrecerró los ojos.
—¿Merss? ¿Qué hay con ella?
Ludián sostuvo su mirada con seriedad.
—Vi el símbolo de Vered en mi mano cuando ella recibió su nuevo don. Y no fui el único. Latael también lo notó.
El emperador se recargó en el respaldo de su silla, evaluándolo.
—Interesante… ¿Y qué crees que significa?
Ludián apretó los puños.
—Creo que Vered quiere que la proteja. Y si ese es el caso, necesito saber qué intenciones tiene la iglesia con ella.
El emperador dejó escapar una leve sonrisa, pero no era de diversión, sino de calculadora satisfacción.
—Entonces ya te diste cuenta de que algo no cuadra.
Ludián no respondió, solo mantuvo su expresión fría. El emperador soltó un suspiro y se puso de pie.
—Hijo, tú eres inteligente, así que seré honesto contigo. La iglesia está corrompida hasta la médula. Usan a la Santa como herramienta para su beneficio, y no dudarán en exprimir todo lo que puedan de ella.
Ludián frunció el ceño.
—Entonces, ¿lo permitiremos?
El emperador se giró hacia la gran ventana que daba a la ciudad.
—Por ahora, sí. Un movimiento en falso y podríamos provocar una guerra con la iglesia.
Ludián sintió su sangre hervir.
—¿Y si Vered no quiere que la dejemos en sus manos?
El emperador se quedó en silencio por un momento antes de mirarlo de nuevo, esta vez con algo parecido a un reto en los ojos.
—Si Vered realmente te escogió, entonces encuentra la forma de salvarla… sin comprometer el equilibrio de poder.
Ludián entendió el mensaje. Su padre no iba a mover un dedo para ayudar a Merss… pero tampoco se interpondría si él decidía hacerlo.
Era todo lo que necesitaba.
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El aire frío del crepúsculo envolvía a los demonios mientras volaban sobre el vasto territorio que separaba el reino humano del suyo. Bajo ellos, las tierras yermas se extendían como un océano de sombras y rocas, interrumpidas solo por ríos de lava y bosques retorcidos donde la vida se aferraba con fiereza.
Naxta iba al frente, con sus alas extendidas, su mente atrapada en un torbellino de pensamientos. A su alrededor, sus acompañantes reían, comentando con diversión lo asustados que habían estado los humanos en el banquete.