Fenix de Vered: Historias de Merss

38

Latael saludó con la cortesía de un hombre de la iglesia, pero sus ojos dorados analizaban cada detalle. Buscaba el símbolo del fénix de Vered en la piel del rey, pero aún no lo veía.

Eldric notó la mirada insistente del cardenal de cabello negro y sonrió con curiosidad. No era común que alguien lo estudiara con tanta intensidad.

A su lado, Loss se mantuvo en guardia, su presencia imponente como una sombra siempre alerta.

—No se entretenga, su majestad —murmuró en voz baja.

Eldric rió, despreocupado.

—Relájate, Loss. Nadie puede hacerme daño, tú mejor que nadie lo sabes.

El soldado apretó la mandíbula, pero no discutió.

El Papa había dispuesto un carruaje lujoso, decorado con oro y tallados religiosos, para transportar al rey hasta la catedral. Sin embargo, Eldric lo rechazó con un gesto de la mano.

—Prefiero caminar —dijo con una sonrisa—. Quiero ver con mis propios ojos la ostentosa capital del Imperio Dorado.

El Papa contuvo su incomodidad ante la negativa y forzó una risa.

—Por supuesto, alteza. Será un honor que recorra nuestras tierras.

Los cardenales intercambiaron miradas incómodas. No estaban acostumbrados a que la realeza del Viejo Continente mostrara tanto interés por algo tan mundano.

Latael, en cambio, sintió que esto era más que simple curiosidad. El rey de los Siete Reinos no era alguien que hiciera las cosas sin un propósito oculto.

Eldric caminaba con calma, escudriñando cada rincón de la capital con una mirada calculadora. Su paso era lento pero seguro, como si tratara de absorber cada detalle del ambiente festivo. Observó a la gente reír, a los niños jugar en las calles empedradas y a los comerciantes hacer negocios en voz alta.

A simple vista, la ciudad brillaba con elegancia y prosperidad. Pero Eldric no se dejaba engañar por las apariencias.

Hizo un leve gesto con la mano y Loss se acercó de inmediato.

—Envía a nuestros hombres a los barrios bajos —ordenó en voz baja.

Loss asintió sin cuestionar. Eldric quería ver la otra cara de la capital, aquella que no le mostrarían durante su estancia.

Después de un par de horas de recorrido, finalmente llegaron a la catedral. La estructura era majestuosa, una obra de mármol y oro que se alzaba con opulencia en el corazón de la ciudad.

Eldric la miró con indiferencia, pero en su interior sentía un profundo desdén.

Qué llamativo… y qué poco frugal.

La iglesia no se molestaba en ocultar su riqueza. Cada detalle de la catedral gritaba ostentación, poder y control.

El Papa, con una sonrisa calculadora, lo guió hacia su oficina con ansiosa cortesía. Estaba claro que esperaba algo grande de este encuentro.

Eldric podía adivinar fácilmente el motivo de su interés.

Debe ser por la Santa.

Eldric percibió la cortesía exagerada del Papa desde el momento en que cruzó la puerta.

—Su Alteza, ¿a qué debo tan maravillosa visita? —preguntó el Papa con una sonrisa estudiada, sentado en su trono de oro dentro de su opulenta oficina.

Eldric se acomodó en un sillón de seda oscura. Le resultaba irritante todo lo relacionado con la iglesia y su desvergonzada ostentación.

—Rumores —dijo con desinterés mientras tomaba unas galletas de una pequeña mesa frente a él.

El Papa arqueó una ceja.

—¿Rumores, su Alteza? ¿Qué tipo de rumores? —preguntó con su rostro lleno de astucia.

Eldric mordió una de las galletas con calma antes de responder.

—Ya sabe… algo sobre una deidad en la tierra. La Santa de Vered —dijo con la boca llena.

El Papa sonrió con satisfacción.

—Ah~, sí, por supuesto. Vered nos ha dejado a su elegida, la Santa Merss. Ahora mismo está ocupada, pero podría verla más tarde. Si desea, mientras tanto, podemos darle un recorrido por la sede.

El Papa chasqueó los dedos y Tasael apareció en el umbral de la puerta.

—Guía a Su Alteza por la catedral. Iré a buscar a la Santa.

Eldric apenas le prestó atención al hombre mayor mientras salía apresurado. Su atención estaba en las galletas.

Eran sorprendentemente buenas.

—¿Disfruta de los dulces? —preguntó Tasael con una inclinación respetuosa.

Eldric alzó la mirada.

—Es curioso… Esta receta es de mi reino, pero nunca se ha filtrado fuera de nuestro continente. ¿Sabes quién las hizo?

Tasael sonrió con una calidez melancólica.

—Sí, la hizo la Santa Merss.

Eldric dejó de masticar un instante y lo observó fijamente.

—¿Cocina?

—Ella ama servir a quienes lo merecen… Espero que pueda verlo por sí mismo.

El tono de Tasael cambió. Su tristeza y resignación eran palpables.

Eldric se levantó con calma, guardándose todas las galletas en los bolsillos sin disimulo.

¿Por qué alguien tan valioso como la Santa estaría en la cocina?

Era una pregunta simple, pero la respuesta podía ser mucho más siniestra de lo que parecía.

******************************************

Lejos de la capital del Imperio Dorado, en el otro continente, seis de los los siete reyes estaban reunidos en una gran sala de mármol negro. No era frecuente que todos los monarcas se encontraran en un mismo lugar, pero la noticia que había llegado era demasiado importante para ignorarla.

—¿Qué piensan de esto? —preguntó una voz grave. Era el Rey de Letón, un hombre alto y de barba oscura.

—Si es verdad que hay una "Santa" con el poder de Vered, podría cambiar el equilibrio de poder —contestó la Reina de Hilia, una mujer de cabello plateado y ojos afilados.

—Ese supuesto "poder divino" no me interesa —dijo el Rey de Elta, apoyando la barbilla en su puño—. Lo que me preocupa es lo que harán con ella. El Imperio Dorado no es conocido por su benevolencia.

Hubo un murmullo de acuerdo en la sala.

El Rey de Dorion, un hombre con cicatrices de guerra, miró con seriedad a los demás.

—Eldric ha ido personalmente a ver a esa Santa. ¿Qué creen que hará?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.