Fenix de Vered: Historias de Merss

39

Merss apenas podía caminar, exhausta por el cansancio y el dolor. Vered no había sanado sus heridas, y eso debía tener un propósito. Las visiones del futuro y el pasado seguían asaltándola sin descanso, dejándola confundida y con la respiración entrecortada. La última visión le había mostrado un jardín oculto detrás del bosque que se extendía tras la catedral. Con dificultad, avanzó hasta allí y, una vez en el refugio de aquel lugar tranquilo, se recostó contra la base de un árbol. Un leve quejido escapó de sus labios mientras el ardor de los latigazos en su espalda seguía presente. Poco a poco, se relajó y cerró los ojos, dejándose llevar por el sueño.

Por otro lado, Tasael sintió un calor repentino en su dorso, como si algo lo llamara hacia el bosque. Eldric observó cómo el joven cardenal miraba su mano con atención y cambiaba de dirección, alejándose del camino previsto. Tasael escuchó entonces un murmullo suave en su corazón:

“No vayas. Deja que Farem vaya solo. Dile…” , dijo la voz de Vered con claridad.

El joven se detuvo y, girándose hacia Eldric, inclinó ligeramente la cabeza.
—Su alteza, Vered me ha dado una instrucción —dijo con seriedad, aunque su tono era respetuoso.

Eldric lo miró con desdén. Para él, todo aquello relacionado con lo divino no eran más que cuentos sin fundamento. Mientras masticaba otra galleta, respondió con indiferencia:
—¿Ah, sí? ¿Y qué te dijo?

Tasael mantuvo la mirada baja, evitando cruzar sus ojos con los de Eldric.
—Que Farem debe ir solo hacia el bosque detrás de la catedral —respondió con calma, su voz firme pero contenida.

Eldric sintió un escalofrío recorrer su espalda.

Su nombre real…

Nadie en el continente debería saberlo.

Su mirada se oscureció al fijarse en Tasael.

—¿Quién te dijo eso? —preguntó, su voz afilada como una hoja.

—Vered —respondió Tasael sin levantar la vista—. Me instruyó que Farem fuera solo al bosque detrás de la catedral.

Eldric no dijo nada por un momento. Sus ojos brillaban con suspicacia, pero sobre todo con algo más profundo: interés.

¿La Santa sabía su verdadero nombre?

Dejó caer la galleta que sostenía y se limpió las manos en su abrigo oscuro.

—Si esto es un truco de la iglesia, lo pagarás con tu vida —advirtió, su tono casual, pero amenazante.

—No lo es —dijo Tasael con una leve sonrisa—. Si quiere respuestas, debe ir solo.

Eldric entrecerró los ojos y se llevó una mano al rostro. Un largo suspiro escapó de sus labios antes de soltar una leve risa.

—Esto se pone cada vez más raro…

Dio media vuelta sin más y comenzó a caminar hacia la parte trasera de la catedral.

Loss, su fiel soldado, intentó seguirlo, pero Eldric levantó una mano.

—Espera aquí.

Loss frunció el ceño con preocupación.

—Pero, Su Majestad…

—¿Tienes miedo? —preguntó Eldric con burla—. Quédate quieto. Si algo sucede, podrás recoger mi cadáver después.

Loss chasqueó la lengua, pero obedeció.

Eldric caminó con calma, su silueta deslizándose entre los corredores hasta salir al bosque tras la catedral.

El bosque tras la catedral era más denso de lo que parecía. La luz del sol se filtraba entre las hojas, pintando el suelo con destellos dorados y sombras danzantes.

Eldric avanzó con pasos silenciosos, su oído atento a cualquier sonido fuera de lugar.

Pronto, el sendero se abrió hacia un jardín oculto. Flores silvestres crecían con libertad, y en el centro, bajo la sombra de un árbol, una figura descansaba.

La Santa.

Eldric la observó por un momento.

Su vestido largo cubría su cuerpo frágil, pero podía ver el temblor de su respiración, el leve ceño fruncido de dolor.

Había algo inquietante en ella.

No parecía la "elegida de los cielos" que la iglesia presumía.

Se veía… agotada.

Aún así, la paz en su rostro dormido la hacía parecer un ángel caído en desgracia.

Eldric se acercó con cautela.

—Santa Merss… —su voz era baja, probando el sonido de su nombre.

Merss abrió los ojos lentamente.

Cuando lo vio, no mostró miedo ni sorpresa.

Solo una extraña calidez, como si lo hubiera esperado.

Eldric sintió que su corazón se detenía un instante.

Merss sonrió con suavidad y, con voz cansada, susurró:

—Te estaba esperando, Farem.

Eldric se congeló.

Merss extendió una mano hacia él.

—Vered me dijo que vendrías.

Eldric sintió un escalofrío recorrer su piel al escuchar su nombre real salir de los labios de la Santa.

Era imposible.

Nadie, ni siquiera los espías más hábiles de su reino, conocían ese nombre.

Y sin embargo, ahí estaba ella, mirándolo con esos ojos suaves y llenos de una paz imposible en alguien que pertenecía a esa iglesia corrupta.

Eldric se sintió vulnerable, pero no lo mostró.

En cambio, sin apartar la mirada de Merss, extendió su mano y tomó la de ella.

El contacto fue breve, pero en el instante en que su piel rozó la suya, un jadeo agudo de dolor escapó de los labios de la Santa.

Eldric sintió un leve temblor en su mano.

Sus cejas se fruncieron con confusión cuando vio el rostro de Merss contraerse de dolor.

—¿Qué…? —murmuró, tirando suavemente de su mano.

Pero Merss no lo soltó.

Su cuerpo temblaba, su respiración se volvió errática.

Eldric bajó la mirada y vio un tenue resplandor plateado en los ojos de Merss.

Por instinto, intentó soltarla, pero en ese preciso instante, los ojos de Merss se abrieron de golpe y sus pupilas se dilataron.

Un nuevo jadeo escapó de su boca, pero esta vez no era solo por dolor.

Era una visión.

Merss estaba viendo algo.

Eldric se quedó inmóvil, observando con el ceño fruncido cómo su cuerpo se tensaba.

Entonces, Merss habló.

Pero su voz ya no era la misma.

Era un susurro, como si viniera de un lugar lejano.




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