Fenix de Vered: Historias de Merss

40

El viento azotaba las velas del barco mientras este ascendía lentamente sobre el océano. Las olas rugían debajo, pero el casco apenas se sacudía gracias a la barrera mágica que lo rodeaba. El reino de Tegica no era conocido solo por su poder militar, sino también por su dominio absoluto sobre la magia.

Eldric observaba el horizonte con el ceño fruncido, sintiendo el peso de la mujer en sus brazos. Merss apenas respiraba, su cuerpo demasiado frágil después de todo lo que había soportado y ahora en sus brazos, no era más que una muñeca rota, cubierta de heridas y cicatrices.

Loss se acercó con los brazos cruzados, su expresión severa.

—¿Y ahora qué, majestad? —preguntó sin rodeos—. No podemos simplemente presentarnos en Tegica con la santa del Imperio Dorado y esperar que todo salga bien.

Eldric soltó una carcajada baja y amarga.

—¿Sabes? Cuando vine aquí, pensé que todo esto de la santa no era más que un teatro ridículo para manipular a la gente. —Bajó la mirada a Merss—. Pero entonces la toqué.

Loss alzó una ceja.

—¿Y qué pasó?

Eldric miró sus propias manos por un momento.

—Vi algo... No sé qué fue, pero lo sentí en los huesos. No fue una simple visión, fue como si todo mi cuerpo se hundiera en algo más grande. Y luego, cuando la desvestí y vi lo que han hecho con ella... —apretó los dientes, su mandíbula marcándose con furia contenida—. Es un milagro que aún siga con vida.

Loss suspiró y se pasó una mano por el cabello.

—La pregunta sigue en pie, ¿qué haremos con ella?

Eldric la acomodó con cuidado sobre un lecho improvisado en la cubierta, cubriéndola con su capa.

—Primero, la curaremos. Luego, descubriremos qué significa todo esto. —Su mirada se oscureció—. Y después, decidiremos qué hacer con el Imperio Dorado.

Loss asintió lentamente.

—Sabes que la iglesia no se quedara quieta, ¿verdad?

Eldric sonrió con una tranquilidad que solo un rey podía tener.

—Que el Papa se mueva como quiera.

El barco continuó elevándose, alejándose de la costa y perdiéndose en las nubes.

—Llévala a mi camarote y trae a Tammar. Necesito un par de manos para sanar sus heridas —dijo Eldric, estirándose con pereza antes de caminar hacia el interior de la cubierta.

Loss miró a Merss, indeciso. No quería tocarla, pero sabía que debía obedecer. Cuando finalmente la tocó, una cálida y pacífica oleada de divinidad lo envolvió. Fue asombroso. No pudo moverse ni apartar la mirada de ella, hasta que escuchó al rey llamarlo a gritos. Se apresuró entonces hacia el camarote. Al entrar, Eldric ya había abierto la cama para que la depositara allí. Loss no quería soltarla.

—Sé lo que sientes, pero hay que curarla —dijo Eldric, golpeando suavemente el hombro de Loss.

Loss cerró los ojos, respiró profundamente y, con cuidado, recostó a Merss sobre el colchón. Ella jadeó con fuerza al sentir su espalda contra la superficie, y ambos hombres se tensaron. Loss salió rápidamente en busca de la maga Tammar.

Mientras tanto, Eldric usó su magia para quitarle la ropa a Merss, intentando moverla lo menos posible. Quitó sus botas y las lanzó por la ventana, seguidas de los trapos de su vestido. Al ver el cuerpo de Merss por completo, su expresión se endureció. Parecía una rama a punto de quebrarse, como si nunca hubiera comido bien. Su piel estaba cubierta de vendas mal colocadas, empapadas de sangre. No quería imaginar qué habría debajo de ellas. Solo verla así le dolía.

—Se supone que deberían venerarte… Se supone que eres su Santa… ¿Por qué entonces…? —murmuró Eldric para sí mismo, apretando los puños con frustración.

La puerta se abrió suavemente, y una maga de cabello largo y verde, con ojos del mismo color, entró con aire de superioridad y una mirada juzgadora. Había escuchado que sanaría a la Santa, aunque, como muchos en los Siete Reinos, no creía en la iglesia ni en su supuesta divinidad. Loss, que caminaba detrás de ella, vio horrorizado el cuerpo lleno de vendas mal colocadas y manchadas de sangre.

—Guarda tu ira para la garganta del Papa, Loss. Ahora mantengamos el ambiente tranquilo para ella —dijo Eldric, moviendo su mano con indiferencia. Pero Loss sabía que el rey estaba tan molesto como él.

—¿Esta cosa es la Santa? —preguntó Tammar, señalando con desdén a la frágil figura tendida en la cama.

Eldric la fulminó con la mirada.
—Te pediré que seas respetuosa. Realmente, ella es la Elegida de Vered. Solo tócala. Quiero ver tu expresión —respondió, con una curiosidad cargada de ironía.




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