Fenix de Vered: Historias de Merss

41

Tammar bufó con escepticismo, pero se acercó con desgano a la cama. Observó a la mujer con indiferencia, como si se tratara de un objeto roto, y alargó la mano con la intención de tocarla sin cuidado. Sin embargo, en cuanto sus dedos rozaron la piel de Merss, su cuerpo entero se estremeció.

Un escalofrío recorrió su espalda, su mente se nubló y, por un instante, sintió como si hubiera sido sumergida en aguas profundas, en un océano de luz cálida que la envolvía y le hacía olvidar quién era. Su respiración se cortó, y su corazón palpitó con fuerza, como si toda su magia hubiera sido sacudida por una fuerza que jamás había sentido.

Se apartó de golpe, respirando agitadamente, mirando sus manos como si hubieran sido quemadas.

—¿Q-qué demonios...? —susurró con los ojos abiertos de par en par.

Eldric sonrió con satisfacción, apoyándose contra la pared con los brazos cruzados.

—Te lo dije —murmuró, entretenido con la reacción de la maga—. Ahora, deja de llamarla "cosa" y cúrala.

Tammar se recuperó lentamente, aún sintiendo los rastros de aquella extraña sensación en su piel. Miró a Eldric, luego a Loss, y finalmente a Merss. Tragó saliva y extendió las manos sobre el cuerpo de la santa.

—Esto... no es normal. —Susurró, cerrando los ojos mientras comenzaba a canalizar su magia—. Nunca había sentido algo así. No es solo energía divina, es... como si el universo la abrazara.

Loss observó en silencio, aún procesando lo que había sentido al tocarla antes. Eldric, por su parte, la miraba con una intensidad peligrosa, como si intentara descifrar un enigma imposible.

Tammar movió los dedos con destreza, retirando cuidadosamente las vendas con magia sin tocar demasiado las heridas abiertas. Apenas vio el estado de su piel, su rostro se torció en horror.

—Por todos los cielos... —susurró.

La espalda de Merss era un desastre de cicatrices antiguas y heridas recientes. Había sido azotada tantas veces que su piel parecía quebrada, algunas zonas ya no podían sanar correctamente. Sus piernas estaban marcadas con moretones oscuros y profundos, su abdomen delgado revelaba huesos que no deberían verse.

Loss apretó los puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos. Eldric cerró los ojos por un momento antes de exhalar pesadamente.

—Haz lo que puedas —ordenó.

Tammar tragó saliva y comenzó a sanar las heridas con su magia. La luz verdosa de su poder recorrió cada cicatriz, cerrando lentamente las laceraciones y devolviendo algo de vida a la piel pálida de Merss. Sin embargo, algunas marcas no desaparecían por completo.

—No puedo borrar todo... —dijo la maga, frustrada—. Algunas son demasiado antiguas y siento algo extaño dentro de ella, algo como una dualidad.

El ambiente en la habitación se volvió más pesado. Eldric se frotó la frente, perdiéndose en sus pensamientos.

—Entonces, además de ser la santa, también es un recipiente para algo más... —murmuró.

Loss chasqueó la lengua con disgusto.

—¿Qué vamos a hacer ahora, su majestad?

Eldric sonrió con una mezcla de diversión y furia.

—Primero, asegurarnos de que se recupere. Luego, iré personalmente a preguntarle al Papa qué demonios ha estado haciendo.

Cuando estaban acomodando las sábanas para cubrirla, Merss se incorporó de golpe. Sus ojos brillaron con un intenso tono plateado y su piel adquirió un suave resplandor dorado.

—¿Qué es eso? —exclamó Tammar, poniéndose en guardia al instante.

—No, Tammar, tranquila. Ella está viendo algo —dijo Eldric mientras la abrazaba con cuidado, intentando calmarla.

Merss comenzó a hablar con urgencia, su voz llena de emoción:
—¡Una serpiente gigante, un monstruo! ¡En una hora! ¡No la maten! ¡Por favor, no la maten!

Loss escuchó sus palabras y miró a Eldric con preocupación.
—¿Qué significa lo que dijo?

Eldric frunció el ceño, pensativo.
—No lo sé, pero tendremos que esperar. Se volvió a desmayar.

Pasaron unos largos cuarenta minutos antes de que Merss despertara nuevamente, esta vez quejándose de dolor mientras se abrazaba a sí misma.

—¡Santa! Tranquila, estás en buenas manos —dijo Eldric con una sonrisa astuta, tratando de tranquilizarla.

—Lo sé, solo… es la primera vez que siento el movimiento del mar. Sentí que estaba flotando, y eso me sorprendió —respondió ella con una sonrisa suave, su voz apenas un murmullo. Luego, miró a Loss y a Tammar con curiosidad—. ¿Cómo debería llamarlo? No creo que quiera que los demás sepan su nombre real.

Eldric se levantó con elegancia y realizó una reverencia teatral.
—Todos me conocen como Eldric. Soy el rey de Tegica, para servirte.

Merss asintió lentamente, procesando la información. De pronto, su expresión cambió a una de ansiedad.
—Necesito ir a la cubierta. Va a atacar una gran serpiente.

Eldric la observó con escepticismo.
—No tienes por qué preocuparte por los dragones marinos. Mis magos pueden eliminarlos en un segundo.

—No, no entiendes —replicó Merss con calma, aunque firme—. Es el rey del océano. Si lo matan, todo tu reino será atacado por cientos de criaturas como él.

Tammar cruzó los brazos, incrédula.
—¿Y crees que le vamos a creer?

Merss tomó la mano de Eldric con suavidad, su mirada llena de seguridad.
—¿Pueden hacer algo para que no se coma mi barco?

—Sí, puedo hablarle —respondió Merss con una cálida sonrisa.

Tammar estalló en carcajadas, incapaz de contenerse. Incluso Loss encontró la idea absurda, pero algo en su tono y en su mirada hizo que ambos sintieran un extraño respeto hacia ella.

—Está bien, señorita Santa. Vamos a la cubierta después de que te vistas —dijo Tammar, aplaudiendo para llamar a una joven doncella que trajo ropa limpia.

Merss se levantó sin pudor ni vergüenza, indiferente a las miradas incómodas de Loss y Eldric, quienes rápidamente se dieron la vuelta. Después de tantos maltratos, había perdido cualquier sentido de incomodidad con su cuerpo. Simplemente se puso un vestido largo negro con bordados dorados, dejando de lado las joyas y los zapatos que le ofrecieron. Todo eso le resultaba incómodo, y ahora que tenía algo de libertad, quería vestirse de manera humilde.




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