Fenix de Vered: Historias de Merss

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Vered guardó silencio por un instante, como si estuviera reflexionando sobre las palabras de Eldric.

—mmmm… —murmuró con voz reverberante.

Merss bajó la mirada, perdiéndose en sus pensamientos. ¿Querer algo para mí…? Nunca lo había considerado. Desde que tenía memoria, jamás había pedido nada. Ni siquiera sabía cómo desear algo solo para ella.

Quizás… libertad.

Pero incluso si deseaba ser libre de la iglesia, no podía simplemente marcharse. Allí había una misión demasiado grande esperándola. Aún no sabía cuál era, pero algo en su alma le decía que no debía abandonarlos. No podía abandonar al pueblo que tanto amaba.

Eldric, con una sonrisa astuta, inclinó levemente la cabeza y habló con confianza:

—Vered, si quieres obsequiarle algo, concédeme un hechizo especial. Uno que no pueda activar yo, sino ella, cuando decida ser libre. Un hechizo que registre todo lo que ha sufrido y lo revele solo cuando ella lo desee.

La cubierta del barco quedó en silencio. Merss levantó la vista con sorpresa, mientras el dios permanecía en contemplación.

—Eso es... interesante —dijo Vered, su voz resonando como un trueno distante—. Acepto tu petición, rey sin nombre.

Una brisa dorada envolvió a Merss, un leve resplandor recorrió su piel antes de desvanecerse. La marca del hechizo estaba en su interior, invisible hasta que ella decidiera usarlo.

—Cuando llegue el momento, tú sabrás cómo activarlo, hija mía.

Merss apretó los puños. No quería desobedecer a la iglesia, pero por primera vez en su vida, no diría nada sobre esto.

—hija cuando cumplas 19 años te daré otro obsequio uno que te hará no solo a ti feliz, sino a todos— con eso Vered desapareció y la luz se desvaneció.

Merss sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al escuchar las palabras de Vered. "Uno que te hará no solo a ti feliz, sino a todos."

El dios desapareció, y con él, la luz celestial que había envuelto la cubierta del barco. Todo quedó en un silencio reverente, como si el propio océano contuviera la respiración.

Eldric la observó con una mirada analítica.

—Parece que tienes un futuro interesante por delante, pequeña santa.

Merss bajó la vista, aún confundida. ¿Qué significaba ese regalo futuro? ¿Qué podría darle Vered que trajera felicidad a todos?

Pero por ahora, había cosas más urgentes en qué pensar.

******************************************

Noche en el barco

El barco se mecía suavemente sobre las aguas negras del océano, la luna alta proyectaba su luz tenue sobre la cubierta. Todo parecía en calma, pero en las sombras, la muerte se deslizaba en silencio.

Merss dormía en su camarote, su cuerpo aún adolorido por las heridas recientes. Respiraba con dificultad, su piel pálida resaltaba bajo la débil luz de una vela titilante. No escuchó cuando la puerta se abrió sin hacer ruido, ni cuando dos figuras encapuchadas se deslizaron dentro como serpientes.

Uno de ellos le tapó la boca de golpe con una tela gruesa, mientras el otro la sujetaba contra el colchón. Merss despertó de inmediato, sus ojos dorados brillaron con terror al verse atrapada. Trató de moverse, pero su cuerpo debilitado no respondía con la rapidez que necesitaba.

—No hagas ruido, Santa. Solo ven con nosotros y todo terminará rápido —susurró uno de ellos en su oído.

Pero Merss no tenía fuerzas para luchar. Un destello plateado se reflejó en la oscuridad antes de que una daga se hundiera en su costado. El dolor la atravesó como fuego ardiente.

—Cúrate y camina, nos vamos a casa —dijo el espía con frialdad, girando la hoja dentro de la herida.

Merss jadeó, sintiendo la sangre empapar sus vendajes. No quería sanar, no quería volver a la iglesia. Su visión se volvió borrosa cuando otra puñalada le atravesó el abdomen.

—Vamos, sabemos que puedes sanarte. Deja de hacerte la difícil —el otro espía la agarró del cabello, obligándola a mirarlo.

Pero entonces, las lágrimas cayeron.

Por primera vez, Merss no sonrió. No fingió resistencia tranquila. Lloró.

Los espías se quedaron en silencio. No lo esperaban. No de ella.

Siempre la habían visto sonreír, incluso cuando el Papa daba la orden da castigo y le arrancaba la piel a latigazos. Incluso cuando la obligaban a arrodillarse por horas en mármol helado. Incluso cuando su sangre manchaba el altar sagrado.

¿Por qué ahora lloraba?

Dudaron. Por un instante, bajaron la guardia.

—Esto es un engaño… —susurró uno, aunque su voz carecía de convicción.

—No… —el otro sacudió la cabeza—. No importa, terminemos con esto.

Con una decisión renovada, tomaron la daga y la clavaron en su hombro. La sangre brotó caliente, manchando las sábanas.

Merss sollozó, sintiendo el acero abrirse paso en su carne, y luego un grito ahogado en la mordaza cuando otra daga perforó su muslo.

Los espías sonrieron.

Pero su sonrisa se congeló cuando la puerta del camarote se abrió de golpe.

Loss apareció como un vendaval, su mirada ardía con rabia asesina. En un instante, uno de los espías voló por los aires, estrellándose contra la pared con un crujido de huesos rotos. El otro intentó huir, pero Loss lo atrapó por la garganta, levantándolo con facilidad.

—Desgraciados… —susurró con el rostro cubierto de sombras.

Merss gimió débilmente, sus lágrimas aún caían mientras la sangre manchaba las sábanas. Loss los miró con asco. —No se merecen una muerte rápida.

El barco entero vibró cuando los espías gritaron.




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