Loss apretó los puños, su mirada fija en el charco de sangre que rodeaba el cuerpo de Merss. Su respiración era débil, su piel pálida como la luna.
—Lo lamento tanto, Santa… Me confié y no revisé el barco —murmuró, su voz temblaba de rabia consigo mismo.
Se inclinó y la tomó en brazos con desesperación.
—Llévame con Farem… —susurró ella con un hilo de voz.
Loss frunció el ceño. No entendía a quién se refería.
—Habla de mí —respondió Eldric, que había aparecido tras él, observando las heridas imposibles de sanar.
Loss lo miró incrédulo.
—¿Vas a morir? —preguntó el rey, su tono serio, casi temeroso.
Merss sonrió, apenas un gesto en sus labios temblorosos.
—Por supuesto que… no.
Eldric chasqueó la lengua, molesto.
—Deja de sonreír… Ahora es irritante —dijo, y en su voz había más angustia de la que quería admitir.
Merss intentó hablar de nuevo, pero le costaba respirar.
—Agua… sumérgeme…
Loss intercambió una mirada con Eldric. El piso estaba empapado de sangre, demasiada para que pudiera seguir con vida por mucho más tiempo. No entendían su petición, pero tampoco podían negársela.
Sin perder más tiempo, la llevaron al camarote del rey, donde había una gran tina de baño. Abrieron el agua fría y la sumergieron lentamente.
—Ropa… qui—
No terminó de hablar antes de que Eldric, sin dudar, rasgara su vestido con la espada de Loss. Le quitó todo, incluso las vendas empapadas de sangre. El agua se volvió roja al instante.
—Gra… cias… —susurró Merss antes de cerrar los ojos.
Loss y Eldric se quedaron en silencio.
No respiraba.
Se miraron, ambos sintiendo el peso de la culpa.
—¿Cómo vamos a explicar esto? —murmuró Loss, pasándose una mano por la cara.
—No lo sé… ¿Cómo fuimos tan idiotas? —respondió Eldric, mirando la puerta con frustración. Pero de pronto, algo lo hizo estremecerse.
El agua brillaba.
Un resplandor dorado se extendió por toda la habitación, y Eldric reaccionó al instante.
—¡Loss! —gritó, corriendo hacia la tina y abriendo de golpe la puerta del baño.
El agua no era roja. Ahora era oro líquido.
Merss emergió de repente, jadeando, buscando oxígeno.
Su piel estaba intacta. Ni una sola herida. Ni una cicatriz.
Una visión sagrada y perfecta.
—¡Por Vered, Merss! —exclamó Eldric, apartando la mirada de inmediato y cubriéndose los ojos con una mano.
Loss, sin decir palabra, salió de la habitación apresurado, tomó una bata del rey y la colocó sobre los hombros de Merss antes de acostarla en la cama. Luego se inclinó levemente y se retiró, sin atreverse a mirarla de nuevo.
Merss parpadeó, aún confundida.
Eldric, en cambio, soltó una carcajada.
—Al parecer, Loss no soportó tanta belleza.
—santa, podrías explicarme tus poderes? ¿O no puedes revelarlo? —le pregunto Eldric sentándose en la cama junto a ella,
Merss bajó la mirada, sus dedos jugando distraídamente con el borde de la bata que cubría su cuerpo. Aún sentía el calor del agua dorada en su piel, como si Vered siguiera envolviéndola con su bendición.
—No es que no pueda revelarlos… —murmuró con suavidad—. Es solo que… no los entiendo del todo.
Eldric entrecerró los ojos, apoyando un codo sobre su rodilla mientras la observaba con interés.
—¿Cómo es posible que ni tú los entiendas? Eres la Santa, ¿no?
Merss suspiró y alzó la mirada, encontrándose con los ojos del rey.
—La divinidad no es algo que pueda explicarse con simples palabras. Es como un río… fluye, pero no siempre puedo controlarlo.
Eldric sonrió con astucia.
—Y sin embargo, hace un momento te sanaste completamente.
Ella asintió lentamente.
—Vered me ha dado dones… Uno de ellos es la sanación, pero no es algo que pueda usar libremente. Hay momentos en los que mi cuerpo simplemente… decide sanar por sí solo, como si alguien más tomara la decisión por mí.
Eldric frunció el ceño.
—¿Entonces no puedes curarte cuando quieras?
—No —respondió Merss con una sonrisa triste—. Y tampoco a los demás… No siempre.
El rey se quedó en silencio unos segundos, observándola con intensidad.
—¿Y qué hay de las visiones?
Merss dudó.
—Es como si tejiera hilos de tiempo… A veces veo el pasado, otras el futuro. Pero nunca es claro, nunca completo. Es solo un instante, un susurro… y luego desaparece.
Eldric chasqueó la lengua, pensativo.
—Eso suena… molesto.
Merss rió suavemente.
—Lo es.
El rey se pasó una mano por el cabello y la miró de nuevo, esta vez con una expresión más seria.
—Si no puedes controlar del todo tus poderes… ¿cómo planeas usarlos contra la iglesia?
Merss parpadeó, sorprendida por la pregunta. Luego, su expresión se suavizó.
—No lo sé aún… Pero yo no quiero ir en contra de la iglesia...al menos no hasta que Vered lo diga, hay gente que amo ahí.
Eldric entrecerró los ojos, observándola con detenimiento. Se pasó una mano por la barbilla y suspiró, apoyándose contra el respaldo de la cama.
—Eso suena como una condena autoimpuesta, Santa.
Merss sonrió con tristeza.
—No lo entenderías… No toda la iglesia es corrupta. Hay personas buenas, devotas, personas que creen en Vered con pureza… Yo no puedo condenarlas solo porque algunos han manchado su fe.
Eldric soltó una risa seca.
—"Algunos", dices… —Su mirada se oscureció—. ¿Y qué hay de ti? Te torturaron, te usaron, intentaron matarte esta misma noche. ¿Sigues pensando que puedes salvar esa institución podrida?
Merss bajó la mirada, apretando los puños sobre su regazo.
—No quiero salvar la iglesia… —susurró—. Quiero salvar a la gente dentro de ella.
El silencio se extendió entre ellos. Eldric la observó con una mezcla de exasperación y respeto. Había conocido a muchas personas ingenuas, pero en Merss no veía ingenuidad… veía una determinación que parecía imposible de quebrar.