Fenix de Vered: Historias de Merss

45-46

El amanecer bañaba el horizonte cuando el barco finalmente se acercó al puerto de Vilat, uno de los siete reinos. Desde la cubierta, Merss observaba las torres de piedra y las banderas ondeando con el viento. Todo era diferente a la catedral: el aire olía a sal, a especias y a fuego de herrería.

Eldric se apoyó en la barandilla junto a ella.

—Bienvenida a Vilat, Santa. Es un reino de guerreros, fieros y orgullosos, pero con un sentido de la hospitalidad inquebrantable.

Merss asintió, aunque el peso de la noche anterior seguía en su cuerpo. Sus heridas habían desaparecido, pero el recuerdo de los espías de la iglesia y sus cuchillas aún la hacía estremecerse.

Loss se acercó con una capa oscura y se la colocó sobre los hombros.

—Será mejor que cubras tu rostro. No sabemos cuántos ojos de la iglesia hay en este reino.

Merss asintió y sujetó la capucha, sintiendo su textura áspera entre los dedos.

Cuando el barco tocó puerto, Eldric fue el primero en bajar. Guardias con armaduras rojizas esperaban en el muelle, seguidos por un hombre alto de cabello gris y cicatrices en el rostro.

—General Rhenard —saludó Eldric con una sonrisa ladina—. Espero que nos hayas preparado una bienvenida digna.

El hombre cruzó los brazos y lo miró con desconfianza.

—Majestad de Tegica, tu llegada fue anunciada con poca antelación. ¿Puedo saber el motivo de tu visita?

Eldric chasqueó la lengua.

—Negocios, Rhenard. Y una invitada muy especial.

El general miró a Merss con atención, como si tratara de ver más allá de la capucha.

—¿Y quién es ella?

Merss sintió el peso de su mirada, pero Eldric se adelantó antes de que tuviera que responder.

—Una viajera bajo mi protección. Espero que Vilat sea lo suficientemente hospitalario como para no hacer preguntas innecesarias.

Rhenard frunció el ceño, pero tras un instante asintió.

—Acompáñenme. El Rey de Vilat querrá verlos.

Merss sintió un escalofrío. El Rey de Vilat… otro monarca. Otra figura de poder. No sabía si debía temer o confiar.

Rhenard caminaba al lado de Eldric, su postura rígida y su voz firme.

—Majestad, sé que odias los rodeos, así que iré al grano. ¿Por qué trajiste a esta muchacha contigo?

Eldric sonrió con esa astucia suya y miró de reojo a Merss, que se había detenido a observar a un mercader que vendía frutas exóticas.

—Digamos que la iglesia la quiere de vuelta, y eso me hace pensar que es mejor que se quede conmigo.

Rhenard frunció el ceño.

—Si la iglesia la quiere, significa que tiene valor para ellos. ¿Qué clase de problema estás arrastrando a Vilat?

Eldric soltó una carcajada.

—siempre tan dramático. No es un problema, es una oportunidad.

Rhenard bufó, pero antes de poder responder, Merss se acercó con un pequeño fruto en la mano, su rostro iluminado de emoción.

—¿Puedo comer esto? —preguntó inocentemente.

Eldric suspiró y Rhenard levantó una ceja.

—¿Pagaste por ello? —le preguntó el general.

Merss parpadeó, confundida.

—¿Pagar…?

Eldric se llevó una mano a la cara y rió bajo.

—Por Vered, mujer, ¿nunca has comprado algo en tu vida?

Merss negó suavemente con la cabeza.

—En la catedral todo me lo daban o me lo quitaban. Nunca tuve que comprar nada.

El mercader, que había estado observando la escena, sonrió con gentileza y le hizo un gesto.

—Quédatelo, joven dama. Considéralo un regalo.

Merss le devolvió una sonrisa cálida y pura.

—Gracias…

Loss, que caminaba detrás, cruzó los brazos.

—Santa, de ahora en adelante debemos enseñarte a sobrevivir en este mundo. No puedes confiar en que todos sean amables.

Merss ladeó la cabeza.

—¿Por qué no?

Rhenard soltó una risa seca y miró a Eldric.

—Definitivamente, esta chica es un problema.

Eldric sonrió.

—Sí, pero es un problema interesante.
******************************************

46

Rhenard avanzó rápidamente, liderando a los demás por los pasillos amplios del palacio. Las paredes de piedra estaban cubiertas con tapices de colores vibrantes que relataban antiguas leyendas. El ambiente era cálido, iluminado por grandes candelabros de cristal que reflejaban la luz con destellos dorados. Merss observaba todo con curiosidad infantil, maravillándose con cada detalle, mientras Eldric caminaba con paso firme, acostumbrado a la grandeza de los palacios.

Cuando la gran puerta del salón se abrió, una carcajada resonó en la sala.

—¡Por los siete demonios, Eldric! ¡¿De verdad secuestraste a la Santa?! —Dorion, el rey de Vilat, se inclinó hacia adelante en su trono, sujetando su vientre mientras reía con fuerza—. No sé si eres un hombre valiente o un completo idiota.

Eldric sonrió de lado y se encogió de hombros.

—¿Por qué no ambas?

Dorion soltó otra carcajada y golpeó el brazo del trono con entusiasmo.

—¡Me agrada tu descaro! —Luego posó su mirada sobre Merss, evaluándola sin la devoción con la que otros la miraban—. Y tú, pequeña... —Se inclinó levemente, apoyando un codo en su rodilla—. Te diré la verdad, no creo en santos ni en bendiciones divinas. Pero sí creo en las personas que logran escapar de los monstruos. Y si lograste salir viva de las garras de la iglesia, entonces eres bienvenida aquí.

Merss sintió un calor distinto en el pecho. No eran palabras de adoración, ni de sumisión, ni de exigencia. Solo era un hombre hablándole con sinceridad. Por primera vez en su vida, alguien no la veía como la santa o un símbolo, sino como una persona que había sufrido y había escapado. Eso la hizo sonreír con dulzura.

Pero en ese mismo instante, un trueno retumbó en la sala. Una luz descendió del techo como una columna divina, y la voz de Vered resonó con la fuerza del cielo.

—¡Así es como deberían recibirte, hija mía!

Todos en la sala se paralizaron. Eldric se tensó, Rhenard llevó la mano a la empuñadura de su espada por reflejo, y Dorion, en lugar de asustarse, soltó una carcajada aún más fuerte.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.